Desde la llamada
Puerta del Carmen, en la Ronda de circunvalación hacia el poniente y
perpendicular a la carretera de Las Casas, sale un polvoriento y pedregoso
camino, cada vez menos frecuentado,
hacia la llamada Aldea de Sancho Rey, por donde discurre el río Guadiana. A
pocos kilómetros de Ciudad Real, dicho camino asciende repentinamente la
pequeña loma de la denominada “Cabeza del Palo”, restos antiquísimos de un
volcán de los muchos que existieron en los alrededores, y que aun pueden
comprobarse por la proliferación de piedras negras, procedentes de la lava en
los terrenos aledaños a dicho lugar. Luego tras sucesivas curvas descendentes,
vuelve el camino a subir un par de pequeños repechos, para el fin, bajar hasta
lo que en los años cincuenta y anteriores era una aldea.
Allí, según se
llega a la izquierda, había una finca de labor, a la que se penetraba por un
paseo de más de cien metros, flanqueado por árboles de tupida sombra. Más allá,
las primeras casas bulliciosas de gente, aunque no muy numerosa, y por último el
río, de aguas transparentes y carrera viva, cuyo cauce penetraba en el molino,
que en aquellos años, aun hacía molienda. Un pequeño puente de madera nos
conducía, si así lo deseábamos, a la otra orilla, toda cuajada de vegetación
por el tráfago de las leves barcas de los pescadores y cangrejeros. Recuerdo un
verano –mi hermano y yo éramos muy niños- en aquel lugar con placentero regusto
y baños, pesca y aventuras infantiles sin fin.
Hoy, todo
aquello es cosa fenecida y muerta. El campo, triste y desolado. Las aguas,
lentas, sucias, y sin vida, como ocurre en Alarcos y en otros lugares por donde
Guadiana –no corre- anda, cansino y viejo y harto de historias y restos
pútridos de esta civilización que está acabando con casi todo lo vivo.
¿Qué hacemos
con nuestros ríos? ¿Qué hacemos con nuestros campos? Porque, aquí en Sevilla
donde escribo, a menos de cien metros pasa el Guadalquivir que camina lento y
perezoso y sucio y muerto también. ¿Es ésta la civilización que deseábamos?
Ahora todos
tienen una segunda residencia en lugares lo menos ensoñadores que pueda
imaginarse, con piscina y cemento y césped artificial y comodidades dignas de
un pueblo decrépito. Ahora todos o casi todos, no necesitan del río para su
solaz y disfrute. Ahora, lo original es ser pobre y no poseer más vivienda que
la necesaria. En aquellos años –y no me dejaran mentir muchos lectores de estas
líneas- la mayoría de los ciudarrealeños iba de excursión, a pasar el día a
Sancho Rey o a Alarcos, o a la zona del Vicario, o qué se yo, si Ciudad Real
está rodeado a ocho kilómetros por el Guadiana, y era un disfrute desde el día
anterior con los preparativos, hasta la vuelta, cansados por el aire, el sol y
el agua limpia de nuestro río. (Habrá quien diga: “que disfrute más elemental e
infantil, teniendo nuestro chalecito con nuestra piscina…”) Pero hoy… las cosas
han cambiado y lo que prima y priva es lo artificial, lo cómodo aunque sea
insano. En fin, que en esta ocasión y reciba las criticas que reciba y
contrariamente a mi artículo, tengo que decir ahora sí, ahora y en este aspecto
cualquier tiempo pasado fue mejor y se me antoja cantar aquello de:
Tu calle ya no
es tu calle
que es una
calle cualquiera
camino de
cualquier parte.
Francisco Mena Cantero (Publicado
en la contraportada del diario “Lanza” el 26 de septiembre de 1986 en la
sección “Conversaciones en el Pilar”)