viernes, 31 de diciembre de 2021

LA CADENA SER VUELVE PUBLICAR SU CALENDARIO 2022 CON IMÁGENES ANTIGUAS DE CIUDAD REAL

 



La Cadena Ser vuelve a editar su calendario para el año 2022, con 14 imágenes del pasado de Ciudad Real, que han sido facilitadas por el Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, perteneciente a la Universidad Regional.

La portada del calendario es de una postal publicada por “El Arca de Noe-Ángel-Mur”, que nos muestra la Plaza del Pilar, alrededor de 1915, donde podemos ver el antiguo Banco de España, junto al desaparecido Circulo de la Unión.  La contraportada reproduce una fotografía de la Plaza Mayor en la Navidad de 1970.

En su interior se recoge una vista de la calle General Aguilera en 1935; de la desaparecida estación de ferrocarril en 1905; de la Plaza Cervantes, hoy Plaza del Pilar en 1931; la actual Plaza de Cervantes en 1973; la puerta del desaparecido supermecado “Conauta” en 1964; la Avenida de los Mártires en 1975; el desaparecido ayuntamiento capitalino en 1930 y otra imagen de 1970; una vista del desaparecido Seminario de la calle Alarcos en 1950 y otra imagen de esta calle cuando se denominaba “Avenida de los Mártires de 1955; una vista aérea de la Plaza mayor en 1960; y la Catedral y los jardines del Prado en las primeras décadas del siglo XX.

Quien esté interesado en conseguir este calendario, lo puede recoger en la sede de la Cadena Ser en Ciudad Real, Avenida del Rey Santo, 3-4º Piso.

 


jueves, 30 de diciembre de 2021

EN DICIEMBRE DE 1921 FALLECIA EL HISTORIADOR RAFAEL RAMIREZ DE ARELLANO

 



Rafael Ramírez de Arellano y Díaz Morales, nació en Córdoba el 3 de noviembre de 1854. Hijo del historiador cordobés Teodomiro Ramírez de Arellano Gutiérrez de Salamanca, nieto de Antonio Ramírez de Arellano y Baena, y miembro de una destacada familia cordobesa. Estudió en el Colegio de la Asunción de Córdoba, para luego matricularse en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad de la mezquita, continuando sus estudios artísticos en Madrid, bajo la dirección del afamado retratista Federico de Madrazo (1815-1894). Esta formación le sirvió para desempeñar en 1896-1897 una plaza de catedrático de Historia del Arte en la recién fundada Escuela de Artes e Industrias de Córdoba.  

Tras realizar los mencionados estudios en la capital de España, puesto que su vocación artística no le permitía subsistir, en 1874 consiguió un empleo en la Administración pública por recomendación de su padre (secretario de varios gobiernos civiles) y de su tío Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta (a la sazón, director general de los Registros y del Notariado), iniciando un continuo deambular por diversas provincias, en las que se encargó de revitalizar su panorama cultural.

Desde muy joven siguió los pasos intelectuales de su familia paterna, cultivando la pintura y la poesía, y conforme fue madurando se vio atraído por la arqueología y la investigación histórica. En 1885 ingresó en la Real Academia de Córdoba, en 1909 fue nombrado cronista de la ciudad que le vio nacer y, gracias a su labor incansable, el 11 de junio de 1916 logró constituir la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, convirtiéndose en su primer director y fundando en 1918 el Boletín de la misma. Además, fue académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, Bellas Artes de San Fernando y Buenas Letras de Sevilla, y miembro de la Hispanic Society of America. En cuanto a sus escritos, destacó como un autor muy prolífico y redactó una treintena de libros e innumerables artículos, utilizó como fuente la investigación en archivos y se aproximó al estudio de la historia de forma científica, lo que fue valorado en su época con la entrega de diversos premios concedidos, entre otras corporaciones, por la Real Academia Española y la Biblioteca Nacional.




Se casó a los 56 años de edad, el 6 de marzo de 1910, con la asturiana Carlota Canella Fernández, hija del coronel Francisco de Borja Canella y Secades, con la que tuvo tres hijas, Elvira (fallecida en Ciudad Real en 1911), María del Carmen y Carlota. Falleció en Toledo el 20 de diciembre de 1921, a la edad de 67 años.

Su vinculación con Ciudad Real, comenzó en 1874 cuando fue destinado por primera vez como “oficial de 3ª clase” en el Gobierno Civil de nuestra ciudad, residiendo no más de tres meses en la misma. Por segunda vez fue destinado a nuestra ciudad, como secretario del Gobierno Civil, entre febrero de 1893 y julio de 1894 que fue cesado¸ siendo de nuevo destinado por tercera vez a nuestra ciudad en octubre de 1908, donde residiría hasta septiembre de 1912.

Durante sus años de estancia en nuestra ciudad, publicó tres libros con profusas e inéditas noticias históricas sobre los monumentos más emblemáticos y restos arquitectónicos de nuestra ciudad, siendo estos: “Ciudad Real artística. Estudio de los restos artísticos que quedan en la capital de la Mancha, imprenta del Hospicio Provincial, Ciudad Real, 1893”; “Paseo artístico por el Campo de Calatrava. Estudio de las tres principales residencias de la Orden o sean Calatrava la Vieja, Calatrava la Nueva y Almagro, Imprenta del Hospicio Provincial, Ciudad Real, 1894” y “Memorias manchegas, históricas y tradicionales, Establecimiento Tipográfico del Hospicio Provincial, Ciudad Real, 1911”. Residiendo ya en Toledo publicó en 1914 “Al derredor de la Virgen del Prado, patrona de Ciudad Real, imprenta del Hospicio Provincial, Ciudad Real, 1914”.

Tras su muerte, Ciudad real se sumó a los homenajes toledanos de que fue objeto tras su fallecimiento. De este modo en sesión ordinaria de 28 de noviembre de 1932, se celebró una reunión en la Casa Consistorial, bajo la presidencia del alcalde José Maestro San José, donde se dio cuenta de una propuesta de la Comisión designada para el nuevo “rotulaje” de calles y plazas sobre variación de nombres:

El Callejón del Gas, con entrada desde la Plaza del Pilar y salida a la calle del Tinte, en lo sucesivo tendrá el nombre de Calle de (Rafael) Ramírez de Arellano; denominación que subsiste actualmente en el plano callejero de Ciudad Real.

 


miércoles, 29 de diciembre de 2021

EL FAMOSO PINTOR GREGORIO PRIETO PICÓ EN NUESTRA INOCENTADA

 

La Puerta de Toledo pintada por Gregorio Prieto


A un poeta de particular poeticidad le hicieron ver desde un balcón dos lunas en un mismo cielo y el poeta viólas y cógelas quiso. No obstante no pudo hacerlo, despierta su imaginación, creyóse señor de las mismas y, como hato de santidad, hacía si las atrajo y ya permanentemente en sí las llevaba.

Este poético preámbulo viene a demostrarnos que poetas y pintores-poetas pueden muy bien, sin ser engañados, caer en la trampa que ellos se fabrican para, incautamente, crear sus obras.

Así, Gregorio Prieto cayó en la celada que le tendiera una LANZA que logró herirle. Se trata -digámoslo- de su inocentada última referente al hundimiento de la Puerta de Toledo de Ciudad Real.

Así que Gregorio, tras llegar al hotel en que se aloja, empezó a leer nuestro periódico ya que bien entrada la noche, dio un salto de la cama al hacerse cargo de los titulares que anunciaban tamaña catástrofe. Vistióse rápidamente, tomó papel y lápiz y se dirigió con gran diligencia y tristeza enorme hacia “su” puerta toledana.

En el camino mil reflexiones iba haciéndose. ¿Cómo era posible que ningún ciudarrealeño le hubiera expresado el dolor de tan inusitada desgracia? Y, por un momento, Gregorio odió a sus paisanos.

Llegado que fue junto a la intacta Puerta, en ella vio a un ser querido y recobrado. ¡Qué alegría sintió Gregorio al encontrar en pie aquello que creyó derruido!

No tuvo el pintor necesidad de tomar apuntes para el cuadro de sus ruinas que pensaba pintar, pero la contemplación nocturna de la Puerta de Toledo, en una noche negra y estrellada, le sugirió la idea de pintarla tal como la veía, puesto que su visión diurna ya la tiene pintada y expuesta en Ciudad Real.

Nuestra inocentada ha sido fructífera, ya que gracias a ella un nuevo aspecto de Ciudad Real va a ser recogido en un cuadro del famoso pintor.

Si no dos lunas, si dos puertas viera a un tiempo nuestro Gregorio: La derruida, que de su imaginación no se borraba, y la que en pie se mantenía delante de él. Una y otra viven ya para siempre en el escondido Reino de las Sombras Poéticas.

 

AVIDA DOLLARS. Diario “Lanza”, martes 2 de enero de 1951




martes, 28 de diciembre de 2021

A PRIMERA HORA DE ESTA TARDE SE DERRUMBÓ LA PUERTA DE TOLEDO. ENTRE LAS RUINAS APARECE UNA ESPADA DE ALFONSO X EL SABIO

 



Una desgracia artística afecta dolorosamente hoy a nuestra ciudad. La Puerta de Toledo, principal monumento histórico de valor que conservaba Ciudad Real, se ha derrumbado a las cuatro de la tarde de hoy, a consecuencia de un corrimiento de tierras. El hecho aunque produjo la natural alarma entre los vecinos del barrio, por el ruido que ocasionó el derrumbamiento, no ha causado ninguna desgracia personal, ya que, a esa hora, nadie se hallaba bajo el arco de la puerta, ni siquiera en las escalerillas de acceso a la parte superior, lo que supone casi un milagro ya que, por la escasa vigilancia y protección que tiene la puerta, solía ser refugio de gentes desaprensivas que la han aprovechado, en más de una ocasión como estercolero o como tapadera de actos humillantes. Avisados del hecho en nuestra redacción se desplazó al lugar del suceso un reportero en unión del fotógrafo señor Núñez que captado el estado de las ruinas inmediatamente de acaecido el derrumbamiento y que nos muestra al desnudo la cruda realidad ante la que nos inclinamos, con dolor, todos los ciudarrealeños.

El redactor interrogó a uno de los testigos presenciales, Ubaldo Pérez Encina, empleado de 44 años, que pasaba ocasionalmente cerca de la puerta en el momento de ocurrir el hecho.

El Sr. Pérez Encina declaraba que se vio sorprendido por un gran estrépito y una gran polvareda y que vio derrumbarse como un castillo de naipes el histórico monumento. Al derrumbamiento precedió una especie de temblor de tierra, muy intenso, pero de escasos segundos de duración. Un niño de 4 años, que sólo ha sabido decirnos que se llamaba Pepito, confirma los detalles del Sr. Pérez, así como la lavandera Juana Monterde, que también pasaba por allí.

Los técnicos y el Cuerpo de bomberos acudieron enseguida para emprender los trabajos de descombro.

 



Estando en estas operaciones, uno de los bomberos descubrió, entre las ruinas, un objeto mohoso con apariencia de un sable antiquísimo. El objeto arqueológico fue sometido al examen del culto catedrático de Historia, don Emilio Bernabeu, gran investigador de los hechos locales de la antigüedad, quien dictaminó que se trataba de la espada con la que Alfonso X el Sabio marcó el lugar donde había de colocarse la primera piedra de Villa Reale. La espada la tiene la siguiente inscripción, algo borroso y en la que se lee: ANNO MCCLV POST CHRISTUM.—REX ILDEFONSUS DECIMUS VILLAREALE. Y luego otras palabras que no se entienden. Pequeña compensación esta a la pérdida irreparable que acabamos de sufrir, pero que puede ser el primer paso para la creación del Museo local, cuya necesidad se deja sentir.

Por echarse encima la hora de cierre de nuestra edición, dejamos para mañana la ampliación de este reportaje, con nuevos detalles de la catástrofe.

Sabemos que se van a tomar medidas radicales para una mejor conservación de los restantes monumentos locales para que ni un solo instante pueda ocurrir otro hecho semejante y para que haya el más mínimo abandono en la conservación de nuestra arqueología. Ante el creciente número de curiosos que acuden a contemplar las ruinas de la desmoronada Puerta de Toledo, se han establecido cordones de seguridad.

 

Diario Lanza, jueves 28 de diciembre de 1950, festividad de los Santos Inocentes



lunes, 27 de diciembre de 2021

LA PLAZA Y PLAZUELAS DE CIUDAD REAL Y LA NAVIDAD

 

Plaza Mayor de Ciudad Real, Navidad 1971, fotografía Herrera Piña



Cuando la directora de LA TRIBUNA me pidió una colaboración para el extra de Navidad, que casi todos los periódicos suelen poner en manos del lector por estas fechas tan entrañables, pensé que el mejor motivo para que no se olviden las tradiciones era hacer un recorrido por las plazas y plazuelas de nuestra capital y recordar cómo se celebraba por los vecinos la Nochebuena, la Nochevieja y los Reyes, echando mano de la memoria, aunque ya va fallando en ocasiones más que lo que uno quisiera.

De siempre -nos vamos a referir a las primeras décadas del siglo que ya se nos va- las dos plazas principales de la ciudad han sido la hoy Plaza Mayor y la del Pilar. La primera, ya casi desconocida en relación con aquellas fechas, debido a las sucesivas remodelaciones, tenía el nombre de Plaza de la Constitución para pasar al término de la guerra civil a llamarse Plaza del Generalísimo y ya desde la década de los setenta Plaza Mayor.

Permítaseme que exprese mi cariño por este recinto urbano de la capital, en el que se han producido tantos acontecimientos de uno u otro signo, ya que en uno de los inmuebles de los portales alegres fue donde nací y mis primeros juegos de niño los di en el paseo central, que tantas sucesivas variaciones ha ido teniendo en su estructura.

Pues bien, la Navidad se celebraba, aunque con la natural alegría, más modestamente. En aquellos años el Ayuntamiento ya demolido, era iluminado según el mayor o menor gusto de los alcaldes de turno y pare usted de contar. El público, sobre todo los grupos de jóvenes, se valían de las guitarras clásicas, de las zambombas, hoy prácticamente desaparecidas, la mayoría de ellas de fabricación propia, panderetas y los más ruidosos con almireces y tapaderas, pero el ruido do cesaba durante la hora más o menos que solía durar la Misa del Gallo, para reanudarse la fiesta y la alegría mientras había bebida y el cuerpo aguantaba.

Ya en la Nochevieja se esperaba por muchos en la Plaza el cambio de año, pero como no faltaban los bailes en los dos Casinos y en el local de la Sociedad Obrera Benéfica, en la calle del Jacinto esquina a la hoy de Elisa Cendreros, la calle quedaba más para la gente que no tenía acceso a estos lugares y que ya de madrugada solía recalar en los «acogedores» de la calle de la Palma.

Vista de la Plaza Mayor de Ciudad Real en los años treinta del pasado siglo



En cuanto a la Plaza del Pilar, con una fisonomía urbana totalmente distinta a la actual, era punto de reunión muy animado el Casino Artístico, situado en lo que hoy es el Banco Español de Crédito, y que no tenía más inconveniente, en alguna Navidad muy lluviosa -antes las había así alternando con los hielos y alguna nevada- que la facilidad que tenía la plaza para sufrir inundaciones al concurrir las aguas de las calles que parten de ella, circunstancia que no se vio paliada en parte hasta contar con alcantarillado toda la zona céntrica de la ciudad. Y al ser la unión obligada de ambas plazas la calle de Arcos, hoy General Aguilera, participaba esta vía de la animación popular.

Otra plaza, hoy convertida en aparcamiento total de vehículos y que según hemos leído va a ver frustrado el primitivo proyecto de serlo subterráneo, con la falta que hace, era la de don Luis Muñoz, que de chicos llamábamos plazuela, y que en tiempos de la República pasó a tener este nombre, luego sustituido por el de José Antonio y en la actualidad conocida por Plaza de la Constitución.

Pues bien, en esta plaza o plazuela se reunían los escolares que se hallaban en tiempos de vacaciones y que por su extensión permitía la práctica de juegos de la época: pídola, el gua, el dao valiéndose de piedras y los más tranquilos, la tres en raya.

Cuando alguno de nosotros acudíamos con una pelota de goma más o menos grande, se organizaba un fútbol muy primitivo, aunque queriéndose parecer al que habíamos tenido ocasión de conocer en los partidos ya más oficiales que se celebraban en el campo, sin vallas, claro, que daba al huerto de las monjas Concepcionistas, más conocidas por todos como las Terreras, o en el de la Puerta de Santa María. Pero cuando se iba la luz del día, había que poner fin a los juegos y ya de noche tomaban la calle los más mayores, con expresiones ruidosas más o menos musicales.

El barrio de Santiago, conocido popularmente por el Perchel, dividía su participación navideña entre la plaza de la que acabamos de escribir y las de Agustín Salido -que en el siglo pasado era conocida por plaza de las Dominicas y en tiempos de la República tuvo el nombre de José María de la Fuente, para recuperar el bien ganado por el gobernador y alcalde, ilustre hijo de Almodóvar, que llevó adelante la desecación de los terreros el siglo pasado-, y la inmediata de Santiago, que los chicos conocíamos como plazuela y en la que también participé no poco por mi proximidad, al vivir en el 36 de la calle de Calatrava. 


La Plaza del Pilar en los años sesenta del siglo XX


Los percheleros éramos gente que no nos dejábamos ganar la partida y en aquellos días de vacaciones no era extraño algunas peleas con otros grupos de muchachos que querían participar en los juegos, 'principalmente de la zona de la calle de Morería, que presumían de ser los más valientes de la ciudad. No hay que olvidar que por aquellas fechas nuestra capital sólo tenía tres barrios suficientemente delimitados -el otro era el de San Pedro- y el número de habitantes rondaba escasamente los veinte mil.

Estas ya citadas eran las principales plazas en cuanto a animación juvenil e infantil se refiere. Pero sin proliferar demasiado el número de plazas en relación a otras ciudades, no queremos dejar de mencionar a la de San Antón, también en el barrio de Santiago y antes de que se construyera el grupo escolar, al que con acierto se dio el nombre de Cruz Prado en recuerdo a un gran alcalde, don José, al que Ciudad Real debe, entre otras mejoras, la creación del Parque de Gasset (su busto que así lo corrobora está hecho una pena, señor concejal de Parques y Jardines), plaza que durante la República cambió el nombre por el de Giner de los Ríos, para recuperar al término de la guerra civil otra vez el del santo protector de los animales.

La Plaza de San Francisco, con el gran edificio del Hogar Provincial, que las monjas adornaban en los días de la Navidad y que en fechas muy destacadas ofrecía conciertos a cargo de la Banda Provincial, cuyo director era por entonces un gran músico, el maestro Antonio Segura.

 

La Plaza de Cervantes, de fondo la Plaza del Pilar en 1963


Esta plaza estuvo a punto de desaparecer en todo o en parte cuando a un alcalde, ya en años posteriores, se le ocurrió la idea de ofrecerla para construir en ella el edificio de la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, insuficientemente ubicada en el viejo caserón de la calle de la Mata, esquina a calle del Lobo, hoy Alcántara. Menos mal que no se aceptó la sugerencia y la Escuela dispone de un moderno edificio en la Plaza de la Provincia. También en la República se cambió el nombre por el de Concepción Arenal, que al fenecer el régimen recuperó su anterior nombre y su perímetro, al ser demolidos los inmuebles que formaban un triángulo y ganar en perspectiva urbana.

Otras plazas de nuestra ciudad eran la de las Terreras, hoy de la Inmaculada Concepción, punto estratégico para muchos ciudadrealeños donde contemplar el paso de las procesiones de Semana Santa; la del Carmen, que acogía la tradicional verbena de su nombre, la de la Merced, muy recoleta y hoy reformada con acierto; la de Santo Tomás, con el frente del edificio del primitivo y único Instituto de Segunda Enseñanza, muy animada durante el curso y sobre todo en época de exámenes, ya que a dicho centro venían los estudiantes de Bachillerato de toda la provincia. Y terminamos el repaso a nuestras plazas con la referencia a dos muy emblemáticas, cada una en su incidencia diferente en la vida de la capital: la que da acceso a la plaza de toros, propiedad de la Diputación desde febrero de 1953, y que acoge a los aficionados de la provincia y aún de fuera de ella en las tardes de corrida, o en las noches en que se celebraron los Festivales de España en la década de los sesenta, y aún para mítines políticos u otros acontecimientos de masas, y que ahora ostenta el nombre de un gran amigo y excelente compañero en la crítica taurina, como Glorieta de Juan Pérez Ayala; y la del cuartel, qué tantas veces hube de pasar por ella en los dos años de mi servicio militar en el Regimiento de Artillería, en los años cuarenta, cuando ostentaba el nombre de José Calvo Sotelo, después cambiado por el de España.

Hoy el viejo cuartel de la Misericordia alberga nada menos que el Rectorado de la Universidad de Castilla-La Mancha. Las Letras y las Armas, o al revés, que diría Cervantes.

 

Cecilio López Pastor, la “Tribuna de Ciudad Real”, jueves 24 de diciembre de 1998


La Plaza de Santiago en los años sesenta del pasado siglo


viernes, 24 de diciembre de 2021

PEDRO Y SU POBRE

 

 
Vista de Ciudad Real en una fotografía de J. Laurent coloreada del siglo XIX


Apagué la luz y me arropé hasta los ojos. Entre tiritones, la reacción creciente del cuerpo, sano y joven., venció al frío, crujiente, de las sábanas, y, pronto, un sopor delicioso y profundo, me invadió. No pude gozarlo, pues me dormí al punto.

Una hora antes era entre todos un hombre normal, pero, con rapidez morbosa, un completo triste de melancolía me llegó al tuétano. El remedio conveniente era huir, buscar la soledad y ahogar, en borrachera o en sueño, aquel decadente arrebato. Preferí dormir y señora.

Para mí, no hubo, en aquella Noche Buena, alegría ruido de panderetas y zambombas, cantos amorosos o soeces. No hubo villancicos, ni Misa del Gallo. No sentí el gélido repicar de las campanas lanzando hosannas a las estrellas limpias. Desprecié la gula y la bacanal. Dormí, pesada y reparadoramente, en soledad de tumba caliente y mullida. Pero no soñé.

Desperté cuando ya el sol, pálido, con apuros deshacía hielos en los albañales, en la cazuela bebedero de las gallinas, en el charco verdoso del cenagal. Fui al campo y vi los afanes del sol para convertir en liquidas góticas el cristal del agua, claro y duro de la punta de cada hoja de candeal naciente. Anduve mucho por donde a Santa María del Guadiana se va. Dijéronme llegué a La Celada – la del funesto acaecimiento del octavo Alfonso— y más. Me bañó tibiamente el sol, porque con sus trabajos de derretir hielos, poco calor le quedaba para regalármelo.

Cansado, retorné y aun abordée, en parte, la ciudad. Me pare ante las cruces que esculpieron en las murallas, frente al campo-santo, como recuerdo cristiano a los ahorcados en aquellos parajes, una vez dejaron de ajusticiarlos en las famosas “horcas de Peralvillo”.

Llegaba a “las charcas” cuajadas de frío, adosadas a la parte norte de la puerta de Toledo, y divisé, lejos a Pedro, al romántico Pedro. Le espere. Venía de la Atalaya.


Restos de las antiguas murallas, fotografía de Julián Alonso de 1949



Me contó había trepado a lo más alto para ver el contraluz de la ciudad en día de Pascua. Subió por “el arca” y bajó por la cuesta de tierra bermeja donde, años después, se desparramaría el agua rezumada del depósito que en la ladera hicieron. Cortó ramitas de olivo con aceitunas negras, frías y jugosas. Traía barro rojo, en los zapatos y alegría, triunfal, en la faz. Su vaho condensado y el humo del cigarrillo, pintaban, en el aire, sones de villancicos, y los rompía con un largo sarmiento, deshojado, que agitaba violento y grácil.

Ven conmigo, dijo.

Todavía tenía que hacer algo perentorio. Allí cerca. Al otro lado de la plazuela de la Misericordia.

Cruzamos la plazuela. Los olmos clavaban sus ramas desnudas en el azul y destaparon mi cofre de añoranzas. El recuerdo de lejanías infantiles mías perdidas por aquellos sitios: La emoción primaveral y dulce, del “pan y quesillo”; el primer borreguillo blanco y saltarín; la laguna, extensa, originada en la plazuela por colaboración entre las lluvias otoñales y la falta de desagüe en la hondonada; la fiel perra Tula, nuestra, de pequeña, y, después, de los carboneros de Fontanarejo, esperando, periódicamente, el coscurro y la caricia de mi madre al retornar de Misa; Ramona la tuerta; la leal y medio bruja vieja Juliana, la del Pozuelo, con su mostillo tembloroso y sabroso y su creencia arraigada en el mal de ojo (“mi hija, cuando chica, meó, una vez dos sabandijas vivas, y a Isidrico, en mi pueblo se le saltaron los ojos y se le quedaron enganchados en la pelerina de su hermana que lo llevaba en brazos. El mal de ojo, señorita” le contaba a mi madre). “Zaraguyas” cuando lo mató la “carrucha” del pozo; “la bizca”; el sapo, inflado, del agujero del poyete de la derecha de la puerta del “Cuartelilllo”; los Reyes Magos, barbudos y vistosos, atando de una ventana, el teatro desmontable donde yo movía, con alambres, los monigotes de cartón, para representar “La Gitanilla”, que escribió mi padre para mí; el Belén, grande, grande, de musgo, de corcho, de cartón, con agua de verdad y un cura, de palo, con balandrán, a la puerta de la iglesia, junto a un molino de viento. “El árbol del tesoro”, frente a la puerta del cuartel, congregando, una noche, a su vera, a la gente arremolinada en torno a la fracasada vidente de las riquezas enterradas entre s raíces. Arrancaron el árbol a la mañana siguiente. Las oscuras y las medrosas profundidades de la panadería de la Misericordia. El eclipse de sol, casi total, de principios de siglo. El secadero de flor de malva de Andrade, el boticario. El organillo de manubrio, tirado por un Platerillo triste, cuando iba a un bautizo y tocaba:

 



“Canta vagabundo

tus miserias por el mundo”

¡Toda una época feliz! ¡Bien pagué, mi egoísmo, mentecato y cómodo, de olvido en la Noche Buena!

Bordeamos las tapias del cuartel –aquella, en su origen, benemérita fundación prócer de “la Misericordia” del Cardenal Lorenzana— y, por una calleja, dimos en la ancha, pobrecita, sola, calle de San José.

A un extremo, la casa más ruin con un ventanillo, insignificante, abierto de par en par. Tras la puerta despintada, astillada, derrengada grande, el patio con charquitos jabonosos, medio derretidos, y una puertecilla. Dentro, lo inesperado: en el suelo, un cuerpo boca arriba, rígido, mal vestido, con las manos cruzadas, y, en un rincón, una vieja astrosa y enjuta, moquiteaba y husmeaba en un arcón carcomido.

¡Aquella noche había muerto el pobre de Pedro! Era muy viejo; tosía mucho; cuando podía, iba, los viernes a pedir a casa de Pedro. Hacía muchos faltaba su visita y Pedro fue a regalarle en día de Navidad y nos encontramos con aquello.

-“Mirusté, anoche, se me marchó sin sentir. Pasé dale una guerta y me lo encontré muerto y medio caído en la cama. Con los ojos asina –y abría mucho los suyos, pitarrosos, la vieja del rincón--. Estaba yo solica. Cuando vinieron las vecinas, de Misa del Gallo, me ayudaron a apañalo. ¡Si se hubiera dio otro día!

No. Hizo bien en morir en Noche Buena. ¡Quizá la única buena noche de su vida!

En la calle sonaba una zambomba y cantaban, retozones, unos chiquillos:


Dibujo de Julián Alonso de la Plaza del entonces Cuartel de la Misericordia



“Saltan y bailan

los peces en el río.

Saltan y bailan

al ver a Dios nació”

La vida y la muerte, frente a frente, Tan solo separadas por la crucecica formada por los barrotes, endebles, de un ventanillo insignificante, abierto de par en paz en la casa más ruin de la apartada y pobre calle de San José, de Ciudad Real.

Marchamos tristes, silenciosos. Por una ventana, se escapaban tufos de comida holgada, y, por otro, de cantos y de risas.

Pedro, con indiferencia, hacía cachitos menudos un papelico que sacó de la cartera, en la calle de San José para dárselo a su pobre. Regaba la desdentada acera con el aguinaldo de los pedacicos de papel.

¿Por qué, desde entonces, todas las Navidades me viene a la mente el pobre que socorría Pedro?

Julián Alonso Rodríguez, diario “Lanza” lunes 24 de diciembre de 1951