El pasado domingo 5 de septiembre, el que fuera durante los tres últimos años Presidente del Excmo. Cabildo Catedral D. Antonio Lizcano Ajenjo, pasaba a su actual estado de Canónigo Emérito, tras celebrar el pasado 28 de agosto sus bodas de oro sacerdotales y sus setenta y cinco años de edad.
D. Antonio es toda una institución en nuestra ciudad; la celebración del pasado 28 de agosto en su querida Catedral lo demuestra. La nave del templo estaba llena de familiares, amigos, feligreses e incluso de autoridades locales que no quisieron perderse esta celebración eucarística y acompañar a un sacerdote cercano, generoso y entregado, porque D. Antonio es “sacerdote, sacerdote y sacerdote”, es decir, abierto a cualquier realidad eclesial, con una gran fidelidad a la Iglesia y a sus obispos, con gran espíritu de obediencia y su incansable trabajo por la Iglesia de Ciudad Real en todas las responsabilidades que le fueron encomendadas.
La Divina Providencia condujo a un travieso monaguillo, que había nacido bajo la protección de la Virgen del Rosario, el 6 de agosto de 1935, en Alcázar de San Juan, a nuestro Seminario Diocesano en 1947. Ordenado sacerdote el 28 de agosto de 1960, sus indudables cualidades intelectuales y su clara y temprana vocación sacerdotal hicieron de él un presbítero cualificado, y fue enviado a Roma a licenciarse por la Universidad Gregoriana, y especializarse en Liturgia por el Pontificio Ateneo Anselmiamo de la misma urbe, pasando así a ser un prestigioso maestro en el Seminario Diocesano.
Pero la Catedral ciudadrealeña, al amparo de la Virgen del Prado, ha sido su lugar de trabajo pastoral desde que el 13 de junio de 1961 fue nombrado Sochantre y posteriormente elevado a la Dignidad de Chantre el 6 de noviembre de 1966. Casi cincuenta años dedicados al principal templo de la diócesis han sido para todos nosotros una gracia, y puedo afirmar que la historia de nuestra Catedral en los últimos cincuenta años no podrá entenderse sin la figura de don Antonio Lizcano Ajenjo.
D. Antonio es un sacerdote que vive su vocación con plenitud e identificación con lo que es el sacerdote en la Iglesia, sin dudas. Su amor a la Eucaristía le ha llevado a pasar miles de horas en la Capilla Penitencial de la Catedral, junto al Santísimo Cristo de la Piedad, para que cuantos lo han deseado pudieran acercarse al Sacramento de la Reconciliación y con ello poder recibir dignamente la Eucaristía.
Un amigo me preguntó en cierta ocasión “si es cofrade” don Antonio. Yo le contesté que, como buen sacerdote, don Antonio nunca se avergüenza de la religiosidad popular de Ciudad Real, sino todo lo contrario, colabora en todas aquellas cofradías que lo solicitan como predicador y dirige espiritualmente con gran acierto las hermandades del Santísimo Cristo de la Piedad y de Nuestra Señora de los Dolores “Ave María”, ya que siempre ha amado e intentado conocer nuestras cofradías y hermandades, de las que fue su pregonero oficial en la Semana Santa de 1997. Don Antonio tiene un profundo respeto por nuestras formas y tradiciones, un gran cariño por nuestras imágenes y una valoración justa y clara del papel que las hermandades desempeñan en la Iglesia de Ciudad Real.
Su amor a la Reina de Ciudad Real, nuestra querida patrona la Virgen del Prado, ha estado presente en todos estos años y ha traspasado su palabra. Ha participado en los grandes acontecimientos que en torno a ella se han celebrado en nuestra ciudad, como su Coronación Canónica y su Noveno Centenario y a todos cuantos se han acercado a escuchar su palabra en el mes de agosto les ha enseñado a amar profundamente a la Virgen. Su canto, antes de iniciar la procesión de la Virgen el 15 y 22 de agosto, del Ave Maris Stella (“Salve Estrella del Mar”), es parte de los recuerdos que siempre guarda uno, por los momentos de emotividad que se viven al sacar el paso de la Virgen a la Puerta del Mediodía de la Catedral.
Yo conocí a don Antonio siendo un niño; él vivía en Pío XII y yo en la barriada de Santa María. Recuerdo que jugando con otros niños, veíamos de lejos venir la inconfundible figura de don Antonio con su sotana y nosotros nos acercábamos a besar sus manos, eran otros tiempos. Años más tarde, empecé a tener mis primeros contactos con él cuando fui nombrado Hermano Mayor de la Cofradía de la Flagelación, estrechando mi amistad cuando fui nombrado Presidente de la Asociación de Cofradías. Siempre le estaré agradecido por sus escritos para la guía de nuestra Semana Santa, sus consejos, su prudencia y, cómo no, por abrirnos las puertas de la Catedral para la celebración del XXII Encuentro Nacional de Cofradías Penitenciales.
Le ha llegado el momento a don Antonio, de dejar sus cargos al cumplir la edad de setenta y cinco años, según dispone el Código de Derecho Canónico. Pero como un sacerdote no se jubila jamás, necesitamos que con su palabra, en la misa de 12 de nuestra Catedral que viene celebrando desde hace cuarenta y seis años, siga marcándonos en lo espiritual a cuantos frecuenten la hermosa majestad de la Catedral, con su ejemplo de entrega a los demás y amor al Santísimo Sacramento y a la Santísima Virgen María.
Vivimos en España un tiempo en que los sacerdotes son tratados en el cine, en la televisión y en la prensa como seres perversos. Y son miles los sacerdotes generosos, alegres, serviciales, humildes… Sacerdotes anónimos que sirven a Dios, sirviendo a los demás. Ésos son los sacerdotes buenos de los que nadie habla. Sacerdotes como D. Antonio Lizcano Ajenjo, que es precisamente eso, buen cura.
Seguramente otras personas más cualificadas que yo que lean estas líneas, podrán aportar muchos y variados datos sobre su persona y su trayectoria sacerdotal. Yo sólo puedo agradecer el tener la suerte de haber escrito estas humildes líneas como homenaje a su persona y sus años de dedicación a nuestra Catedral.
Don Antonio, con todo el afecto y cariño que le profeso, sólo quiero manifestarle, en nombre de todos, gracias por servir fielmente al Señor.
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