viernes, 26 de julio de 2013

POZOS DE NIEVE EN CIUDAD REAL


Estructura de un antiguo pozo de nieve

Se conoce con este nombre a unos pozos o construcciones dedicadas al almacenamiento y conservación de nieve o hielo para su posterior distribución o venta. Y es que antes que existieran las fábricas de hielo y las actuales neveras, la única forma de tener hielo pasado el invierno eran estos pozos de nieve.

Los trabajos de almacenamiento y comercialización de la nieve y el hielo están documentados desde el segundo milenio antes de Cristo hasta el primer tercio del siglo XX. Para la Península Ibérica, existen referencias escritas de ello desde época romana. En libros de cuentas y de cocina medievales se registra la explotación de los pozos de nieve y el consumo de helados. Pero el negocio de la nieve no se generalizó hasta mediado del siglo XVI; gracias a la difusión de diversos tratados de medicina que ensalzaban las propiedades terapéuticas del hielo.

A lo largo del siglo XVII, el consumo del hielo natural previamente almacenado alcanzó un desarrollo espectacular, y dio lugar a la organización de un amplio conjunto de medidas legales y administrativas tendentes a regular, asegurar y controlar un comercio que comprometía capitales, generaba beneficios fiscales y tenía cierto impacto desde el punto de vista constructivo; de hecho, hacia 1650 la Hacienda Real gravó con tributos el comercio del hielo.

En el siglo XVIII se racionalizó la explotación de este recurso, y se construyeron pozos de nieve en muchas poblaciones como respuesta a una creciente demanda. El declive de esta actividad tradicional comienza con la aparición de las primeras máquinas de refrigeración. A finales del siglo XIX ya se fabricaba hielo a escala industrial en muchas ciudades, y los pozos de nieve que las abastecían comenzaron a quedar abandonados.

Tratado de medicina del año 1640 donde se exponían diferentes métodos para curar enfermedades a través del uso de la nieve. En los siglos XVII, XVIII y XIX se publicaron numerosos libros en los que se explicaban estos tratamientos. Esta forma de medicina contribuyó a la creación de almacenes de nieve en muchas ciudades españolas.

En localidades como Ciudad Real o Miguelturra se documenta el abandono definitivo de estos pozos hacia las décadas de 1920 ó 1930. Convertidos en escombreras primero, y tapiados después, los antiguos pozos de hielo desaparecieron masivamente en pocos años.

Su tipología está fuertemente condicionada por su función, si bien varía de unas regiones a otras, según las condiciones climáticas dominantes. En el área geográfica de Castilla-La Mancha, los pozos de nieve eran, por lo general, de planta circular, estaban en su mayor parte excavados en el terreno, y revestidos al interior con fábrica de mampostería a base de piedra local trabada con argamasa de cal y arena.

Tenían una profundidad superior a 6 metros, y su diámetro interior oscilaba entre los 4 y 7 metros. Disponían de un fondo permeable o, en su defecto, de un suelo levemente inclinado hacia un desagüe que evacuaba el agua procedente del hielo almacenado derretido para favorecer la conservación del resto.

Habitualmente estaban rematados por una falsa cúpula de mampostería, construida por aproximación de hiladas, aislada del exterior por una gruesa capa de cal, y dotada de dos puertas de acceso enfrentadas para facilitar las labores de carga y descarga. El complejo se completaba con diversos elementos auxiliares, tales como balsas o albercas de poca profundidad abastecidas por pequeñas acequias y pozos cercanos, utilizadas para almacenar el agua que había de congelarse en invierno.


Una vez helada el agua de las balsas durante las noches, el hielo resultante se partía en bloques y se transportaba al interior del pozo, donde se prensaba por tandas sucesivas separadas entre sí por capas de paja o materias vegetales semejantes, que actuaban como aislante y facilitaban los trabajos posteriores de extracción del hielo almacenado.

El hielo se empleaba con fines terapéuticos y culinarios: era utilizado contra las fiebres, para rebajar las inflamaciones en las fracturas, para cortar hemorragias y, mezclado con aceite, para curar quemaduras. También se utilizaba para el transporte de pescado y la conservación de alimentos en general, para refrescar bebidas o para fabricar sorbetes y helados.

En Ciudad Real llegaron a existir un total de cinco pozos de nieve: el de la Huerta del Alcázar, el de la Puerta de Santa María, el del Convento de Carmelitas Descalzos, el de la Puerta de Toledo y el de Santa María de Guadiana. Los cuatro primeros estuvieron dentro de los límites del actual núcleo urbano de la ciudad, en tanto que el último se encontraba junto a la margen izquierda del río Guadiana, en el extremo septentrional del municipio.



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