martes, 31 de marzo de 2015

LA SEMANA SANTA DE CIUDAD REAL EN LOS AÑOS VEINTE (I)



En más de una ocasión buenos amigos que conocen mi ilusión por la Semana Santa de Ciudad Real de Ciudad Real, me han instado a escribir con detalle sobre los recuerdos de las procesiones de los años 1925-1931, por estimar que en este breve lapso de tiempo se realizó un verdadero esfuerzo para consolidar lo que hombres entusiastas habían logrado en las dos primeras décadas de siglo, cambiando la fisonomía externa procesional, al mejorar la calidad de las túnicas de las distintas Hermandades, suprimiendo las antiestéticas varillas que sostenían los capillos y que nosotros, claro está, no llegamos a conocer, pero de las que sí oímos referencias a nuestros mayores.

Y a ello vamos en esta colaboración para el extraordinario tradicional que LANZA dedica a la Semana Santa ciudarrealeña, como una contribución más –y no de las menos importantes- al esplendor de las festividades religiosas de la capital manchega y principalmente de sus procesiones, que han logrado justa fama en la provincia y aún en la región.

LA DOLOROSA Y EL NAZARENO, PRIMERAS PROCESIONES

Desde siempre, al menos en nuestros recuerdos, las procesiones de Semana Santa en Ciudad Real se iniciaban el Domingo de Pasión, con la salida de la venerada imagen, atribuida a Montañes, al filo de la una de la tarde, una vez finalizada la solemnísima función que la Antigua y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en la que siempre había predicador de campanillas, dedicaba a su titular. Con la imagen, un de las más veneradas de la Semana Santa, sus fieles cofrades, de los que recordamos los nombres de Rafael Cárdenas, Luciano Santyllan, Ramón Prado, Federico Fernández, Silverio Castillo, Manuel González, Gómez Moreno, que luego, vestidos de penitentes, volverían a salir en la medianoche del Jueves Santo, presididos por el párroco, el inolvidable don Emiliano Morales, orgulloso del alto nivel religioso y artístico de las Hermandades de San Pedro, que ya en aquellas fechas contaba con cuatro procesiones.

Y tras el Domingo de Pasión, el Viernes de Dolores, que se conmemoraba tradicionalmente en la parroquia de Santiago por la Venerable Orden Tercera de Servitas en honor de la Virgen Dolorosa, por la que no solo en el barrio tan popular sino en toda la ciudad había gran devoción. La salida de la procesión tenía lugar, como ahora sucede, a última hora de la tarde, recorriendo las calles de la feligresía entre el fervor de los percheleros y gentes de otros barrios que no querían perderse la procesión de la Virgen de los Dolores. El párroco, don Alejandro La Pastora, acompañado de feligreses conocidos del barrio, como los señores León y Garrido, presidían la manifestación religiosa, que finalizaba con salve solemne.

El desaparecido paso en 1936 del Ecce-Homo (Pilatos) en la Plaza de Agustín Salido la tarde del Jueves Santo

LA PROCESIÓN DE JUEVES SANTO

Del Viernes de Dolores se pasaba a la tarde del Jueves Santo, pero durante la mañana y primeras horas de ese día que era uno de los tres que “refulgían más que el sol”, se hacía la visita a los Monumentos, una vez terminados los Santos Oficios, que entonces se celebraban por la mañana, en la catedral, las tres parroquias y demás iglesias y conventos de la capital. La visita se hacía corporativamente por la Diputación, el Ayuntamiento, las autoridades, el Regimiento, la Adoración Nocturna, destacando  muchas jóvenes con mantilla negra, que luego volverían a lucir al día siguiente en la procesión de la Soledad.

La pasionaria de la parroquia de Santiago Apóstol solía salir sobre las siete de la tarde y en ella figuraban la Cofradía Infantil con la imagen del Niño Jesús, que estuvo bastantes años a cargo de la familia Martínez Sánchez. Algún año salimos vestidos con las pequeñas túnicas que se hicieron para dar más esplendor a este inicio de la procesión del barrio del Perchel.

Seguía luego el “paso” del “Ecce Homo”, que la gente conocía y sigue conociendo por “Pilatos” incluida. Era un grupo escultórico un poco más reducido del tamaño natural, con las figuras de Jesús, el Poncio, un escriba, un soldado romano y el niño palangana, con las características de tener delante un balconcillo, al que parecían asomarse las dos figuras centrales. Jesús llevaba túnica blanca y una rica capa de terciopelo rojo bordada en oro, que aún se conserva y que era regalo del médico don José Martín, a cuyo cargo estuvo la reorganización de la Hermandad a principios de siglo. Julián Alcázar, Turrillo, Sánchez de León, Ángel Ruiz, eran los hombres que tenían a cargo esta Cofradía, cuyo “paso” ha sido siempre llevado a hombros.

La segunda Hermandad era la del Santísimo Cristo de la Caridad, que popularmente era conocida por “Longinos” y que representaba, como en la actualidad, el momento de la lanzada a Cristo en la cruz. Agricultores y artesanos del barrio eran la mayoría de los cofrades, entre los que recordamos a González, Villaseñor, Moncada… Sentían un gran estimulo por presentar mejoras en cada Semana Santa y a fe que lo lograban gracias al entusiasmo de todos los cofrades.

El misterio del Santísimo Cristo de la Caridad obra del valenciano Federico Zapater en el interior de la Parroquia de Santiago. La fotografía es anterior a 1936

La procesión del Jueves Santo se cerraba con el “paso” de la Santa Espina, al que acompañamos por primera vez a últimos de los años veinte. Recordamos dos hombres que tenían a su cargo la Hermandad: don Juan González Dichoso y don Maximino Díaz, este último del gremio de Artes Gráficas. El “paso”, como se ve en las fotografías que insertamos, era una gran custodia en cuyo viril se guardaba una espina según la tradición popular provenía de la corona de Jesús, con dos grandes ángeles a los lados. Como es natural no se pudo reconstruir, al renovarse en los años cuarenta la Semana Santa ciudarrealeña.

Los vecinos del barrio perchelero rivalizaban en adornar sus fachadas, que relucían de limpias, y sacaban luces a la calle para completar el modesto alumbrado público. Altagracia, Estrella, Lirio, las plazas del itinerario, se cuajaban de público para admirar en todo su tipismo la procesión, escuchando las saetas en Agustín Salido, el Compás, Lirio obligaban a realizar más paradas de las debidas.

JESÚS NAZARENO Y SU MISERERE

Apenas había terminado la procesión de Santiago cuando estaba saliendo Jesús Nazareno, de la parroquia de San Pedro, en esta su segunda procesión. Gran número de penitentes con la túnica morada y el capillo blanco, todo de terciopelo, y en la mano el farol de acetileno, se agrupaban en torno a la venerada imagen cuando iniciaba la cuesta de la calle de General Rey. Era muy valiosa la colección de estandartes con cristales de colores, que daban vistosidad al desfile severo en esta popular Cofradía, en el que era característico el grupo de músicos que interpretaban las graves notas de un miserere. No pocas personas, detrás de Hermandad, acompañaban a Jesús a lo largo del tradicional recorrido y eran bastante las que aguardaban hasta el final para escuchar la última saeta, ya cuando la imagen se disponía a entrar en San Pedro.
 
Desaparecido paso de la Santa Espina, una de las tres cofradías penitenciales que no se reorganizaron tras la Guerra Civil Española