En más de una ocasión buenos amigos que conocen mi ilusión por la Semana Santa de Ciudad Real de Ciudad Real, me han instado a escribir con detalle sobre los recuerdos de las procesiones de los años 1925-1931, por estimar que en este breve lapso de tiempo se realizó un verdadero esfuerzo para consolidar lo que hombres entusiastas habían logrado en las dos primeras décadas de siglo, cambiando la fisonomía externa procesional, al mejorar la calidad de las túnicas de las distintas Hermandades, suprimiendo las antiestéticas varillas que sostenían los capillos y que nosotros, claro está, no llegamos a conocer, pero de las que sí oímos referencias a nuestros mayores.
Y a ello vamos en esta colaboración para
el extraordinario tradicional que LANZA dedica a la Semana Santa ciudarrealeña,
como una contribución más –y no de las menos importantes- al esplendor de las
festividades religiosas de la capital manchega y principalmente de sus
procesiones, que han logrado justa fama en la provincia y aún en la región.
LA
DOLOROSA Y EL NAZARENO, PRIMERAS PROCESIONES
Desde siempre, al menos en nuestros
recuerdos, las procesiones de Semana Santa en Ciudad Real se iniciaban el
Domingo de Pasión, con la salida de la venerada imagen, atribuida a Montañes,
al filo de la una de la tarde, una vez finalizada la solemnísima función que la
Antigua y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en la que
siempre había predicador de campanillas, dedicaba a su titular. Con la imagen,
un de las más veneradas de la Semana Santa, sus fieles cofrades, de los que
recordamos los nombres de Rafael Cárdenas, Luciano Santyllan, Ramón Prado,
Federico Fernández, Silverio Castillo, Manuel González, Gómez Moreno, que
luego, vestidos de penitentes, volverían a salir en la medianoche del Jueves
Santo, presididos por el párroco, el inolvidable don Emiliano Morales,
orgulloso del alto nivel religioso y artístico de las Hermandades de San Pedro,
que ya en aquellas fechas contaba con cuatro procesiones.
Y tras el Domingo de Pasión, el Viernes
de Dolores, que se conmemoraba tradicionalmente en la parroquia de Santiago por
la Venerable Orden Tercera de Servitas en honor de la Virgen Dolorosa, por la
que no solo en el barrio tan popular sino en toda la ciudad había gran
devoción. La salida de la procesión tenía lugar, como ahora sucede, a última
hora de la tarde, recorriendo las calles de la feligresía entre el fervor de
los percheleros y gentes de otros barrios que no querían perderse la procesión de
la Virgen de los Dolores. El párroco, don Alejandro La Pastora, acompañado de
feligreses conocidos del barrio, como los señores León y Garrido, presidían la
manifestación religiosa, que finalizaba con salve solemne.
El
desaparecido paso en 1936 del Ecce-Homo (Pilatos) en la Plaza de Agustín Salido
la tarde del Jueves Santo
LA
PROCESIÓN DE JUEVES SANTO
Del Viernes de Dolores se pasaba a la
tarde del Jueves Santo, pero durante la mañana y primeras horas de ese día que
era uno de los tres que “refulgían más que el sol”, se hacía la visita a los
Monumentos, una vez terminados los Santos Oficios, que entonces se celebraban
por la mañana, en la catedral, las tres parroquias y demás iglesias y conventos
de la capital. La visita se hacía corporativamente por la Diputación, el
Ayuntamiento, las autoridades, el Regimiento, la Adoración Nocturna, destacando muchas jóvenes con mantilla negra, que luego
volverían a lucir al día siguiente en la procesión de la Soledad.
La pasionaria de la parroquia de
Santiago Apóstol solía salir sobre las siete de la tarde y en ella figuraban la
Cofradía Infantil con la imagen del Niño Jesús, que estuvo bastantes años a
cargo de la familia Martínez Sánchez. Algún año salimos vestidos con las
pequeñas túnicas que se hicieron para dar más esplendor a este inicio de la
procesión del barrio del Perchel.
Seguía luego el “paso” del “Ecce Homo”,
que la gente conocía y sigue conociendo por “Pilatos” incluida. Era un grupo
escultórico un poco más reducido del tamaño natural, con las figuras de Jesús,
el Poncio, un escriba, un soldado romano y el niño palangana, con las
características de tener delante un balconcillo, al que parecían asomarse las
dos figuras centrales. Jesús llevaba túnica blanca y una rica capa de
terciopelo rojo bordada en oro, que aún se conserva y que era regalo del médico
don José Martín, a cuyo cargo estuvo la reorganización de la Hermandad a
principios de siglo. Julián Alcázar, Turrillo, Sánchez de León, Ángel Ruiz,
eran los hombres que tenían a cargo esta Cofradía, cuyo “paso” ha sido siempre
llevado a hombros.
La segunda Hermandad era la del
Santísimo Cristo de la Caridad, que popularmente era conocida por “Longinos” y
que representaba, como en la actualidad, el momento de la lanzada a Cristo en
la cruz. Agricultores y artesanos del barrio eran la mayoría de los cofrades,
entre los que recordamos a González, Villaseñor, Moncada… Sentían un gran
estimulo por presentar mejoras en cada Semana Santa y a fe que lo lograban
gracias al entusiasmo de todos los cofrades.
El
misterio del Santísimo Cristo de la Caridad obra del valenciano Federico
Zapater en el interior de la Parroquia de Santiago. La fotografía es anterior a
1936
La procesión del Jueves Santo se cerraba
con el “paso” de la Santa Espina, al que acompañamos por primera vez a últimos
de los años veinte. Recordamos dos hombres que tenían a su cargo la Hermandad:
don Juan González Dichoso y don Maximino Díaz, este último del gremio de Artes
Gráficas. El “paso”, como se ve en las fotografías que insertamos, era una gran
custodia en cuyo viril se guardaba una espina según la tradición popular
provenía de la corona de Jesús, con dos grandes ángeles a los lados. Como es
natural no se pudo reconstruir, al renovarse en los años cuarenta la Semana
Santa ciudarrealeña.
Los vecinos del barrio perchelero
rivalizaban en adornar sus fachadas, que relucían de limpias, y sacaban luces a
la calle para completar el modesto alumbrado público. Altagracia, Estrella,
Lirio, las plazas del itinerario, se cuajaban de público para admirar en todo
su tipismo la procesión, escuchando las saetas en Agustín Salido, el Compás,
Lirio obligaban a realizar más paradas de las debidas.
JESÚS
NAZARENO Y SU MISERERE
Apenas había terminado la procesión de
Santiago cuando estaba saliendo Jesús Nazareno, de la parroquia de San Pedro,
en esta su segunda procesión. Gran número de penitentes con la túnica morada y
el capillo blanco, todo de terciopelo, y en la mano el farol de acetileno, se
agrupaban en torno a la venerada imagen cuando iniciaba la cuesta de la calle
de General Rey. Era muy valiosa la colección de estandartes con cristales de
colores, que daban vistosidad al desfile severo en esta popular Cofradía, en el
que era característico el grupo de músicos que interpretaban las graves notas
de un miserere. No pocas personas, detrás de Hermandad, acompañaban a Jesús a
lo largo del tradicional recorrido y eran bastante las que aguardaban hasta el
final para escuchar la última saeta, ya cuando la imagen se disponía a entrar
en San Pedro.
Desaparecido
paso de la Santa Espina, una de las tres cofradías penitenciales que no se reorganizaron
tras la Guerra Civil Española