Bajo
la alta reja de su camarín (Foto Alonso)
“La Pandorga en la calle
ya va, danzando.
Vente conmigo, niña,
de fiesta al Prado”
Último día de julio. Calor de justicia,
siesta larga sudorosa y a su término, las campanas de la Prioral, pícaras y
parloteras, tocando a vísperas. Bajo la
bóveda catedralicia, frescura de portal casero. La dueña estaba en el campo
acompañando hortelanas y trilladores y se quemaba el sol. Cuando sintió las
campanas tornó volando. Se puso el vestido de terciopelo de amapolas bordados
con oros de jaramago y retama florecida y, en su sitial en el centro de la
alhaja de Giraldo de Merlo, ardiendo de
luz de cera, se poso a oír el sonsonete de los canónigos y a recibir en audiencia
pública, a las beatas presurosas. Con la noche venía más gente a entrar y salir
y bisbisear Ave Marías.
Dicen que, esa noche, la Señora abría la
ventana de su Camarín para ver bailar a las mozas batiendo castañuelas,
repicoteando seguidillas y fandanguillos manchegos con moño de picaporte, con
sayas cortas y vueludas, con pañolillo de talle de lana pintarrajeada con
pendientes de chorro… El trillador y el gañan, limpios, seriotes y afeitados,
tocaban guitarras y bandurrias y canturreaban y bailaban con ellas. ¡Era la
Pandorga! Mazantini, como jefe de la fiesta y coplero, jaleaba y animaba aquello dándole el color
castizo de estos lugares. ¡La silueta, ciega y ondulante, de Paco Argumosa sí que cantaba y
cantaba con voz cascada y emoción de colorines tales como nos los viera iguales
si sus ojos vieran!
¡Pandorga en el tablado del Prado!
¡Pandorga bajo la reja del Camarín!
Cuentan, cómo aquella noche, se
desvelaba el chico y la madre, a la mañana siguiente, tenía más ancha su
sonrisa leve y misteriosa.
Oraciones sencillas, campesinas;
cantares y cantares campesinos; bailes de tradición y gañanía… Así era la
fiesta de la Pandorga cada noche del 31 de julio de nuestra niñez.
En la dieciochesca centuria nos la
relatan de este modo:
“La Pandorga es una antigualla que se
conserva en esta ciudad. Su propio nombre es Pandora, que significa junta de
varios instrumentos músicos. El fin a que se dirige esta función es a dar culto
con Maitines y una misa cantada. En la última noche del mes de julio juntase
los dichos instrumentos en casa del que celebra la fiesta y salen, con
hachones, primeramente al Camarín de la Virgen del Prado y después a casa de
los señores Jueces. Les cantan unas cuantas seguidillas y retornan a casa del
que tiene la Pandorga, y éste según sus
facultades y voluntad tiene un magnífico refresco. También esta función se hace
con el piadoso fin de renovar, si es necesaria, las banderas de la Virgen, que
son siete. Si hay alguna indecente la manda quitar el que hace la función y
hace una nueva, ad futuram Rey memoriam
de las batallas que esa divina Señora del Prado ganó”, según la leyenda “a los moros en los años que estuvo en compañía
de los Reyes y auxiliando sus Ejércitos”.
Campanero, vísperas, Ave-Marías y nada
más, ¡nada más nos queda! La popular y gentil, ¿duerme?, ¿se perdió? No perderse
no, ¡dormir tan sólo! ¡Desgraciado, despreciable y triste el pueblo que perdió
sus costumbres, sus tradiciones! Yo, a mi pueblo, no lo quiero desgraciado,
despreciable, triste… ¡ni dormido siquiera! Por eso me gustaría mi pueblo
progresivo, si, pero tunoso defensor y guardador de sus cosas viejas que los
ciudarrealeños saben paladear, -¡ese evocador, típico, irrenunciable barrio de
la Morería: la Lentejuela, el Alamillo, la Jara… lleno de recovecos, bellezas e
historia!- y en mi pueblo me gustaría ver la Virgen, el día de la Pandorga, vestida
de rojo, en su luciente trono recompuesto y completo, y me gustaría ver de
nuevo, las mozas con trajes recios y peinado de rodetes en las orejas y moño de
esterilla y a los mozos, seriotes y afeitados, cantando y bailando, con ellas,
en el tablado del Prado, bajo la alta reja del Camarín, ante las casas de los
manchegos rancios, en las esquinas, cómo en el siglo XVIII. Mozas, mozas y
mozos, mozos. Los contrahechos y de poanón no nos sirven. Mazantini: ¿para cuándo
guardas tus gritos, tu sal, tu paleo? ¡Ese Mazantini, que debía tener patente
de inmortalidad para bien de los castizos del cante y danza manchegos! Tras
Mazantini, ¿quién?
¡Dichoso el pueblo que guarda, en arcón
viejo, galas añejas y las saca y las luce con orgullo, oliendo a humedad, a
almidón pasado, a membrillo fresco!
En Santiago de Compostela, la noche del Apóstol,
a la inmensa y solitaria Plaza del Obradoiro, llegan gaitas y tamboriles. A
poco se llena la plaza de gente y junto a ellos, entre cohetes, luces y gritos,
la rapaciña con traje de nesta, baila con el señorito que llegó del pazo
lejano, como con el novio rapaz, Carmiña; distinguida y pulida, danza con el
aldeano que dejo el “boy marelo” en la húmeda corredoira, como con el
estudiante del Palacio de Fonseca. El clasicista Consistorio, la severa portada
romántica de la Normal, las serpentinas góticas del Hospital Real la retorcida,
alta y barroca fachada catedralicia del Obradoiro, contornean la plaza y luego,
cogidos de la mano parecen girar y danzar, horas y horas, como los “galeguiños”
con decoro sin clases, en un santo retornar al tiempo pasado. Al otro día, la
plaza seguirá inmensa y solitaria; Carmiña, distinguida, volverá a levantar el
visillo cuando pase el estudiante de Fonseca, al pazo regresará el señor, la
rapaza junto al hórreo, “sachará o millo” y en la corredoíra oscura, chillará
la carreta llena de “toxo” y regada de “alalás”, que el cazurro aldeano guía.
¡¡Nuestro Prado está triste el día de la
Pandorga!!
Si la Pandorga volviera, quién sabe si
esa grandota y seriota Señora que nos
trajeron, dorada por brisas del mar levantino, se hiciera manchegona y sanaría
y acertaría a volar, bajo nuestro sol inclemente y vivificador, del trigal al
majuelo, de la era al camino, y se tostaría, como nos tostamos nosotros, entre
terrones secos y aprendería a reír, como reía la Otra cuando , en su reja, se
oía cortejar con ingenuo cariño un poco irreverente, pero inefable, de esta
manera:
“Vente conmigo niña,
de fiesta al Prado;
verás cómo lo tienen
fresco y regao”.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, sábado 30 de julio de 1949, página 6