Bello
rostro de la desaparecida y antigua imagen de Jesús Nazareno
En estos días de Semana Santa es hora de
traer a la memoria de unos y al conocimiento de otros, la leyenda de Sara y
Poblete, leyenda que bien pudiera ser cierta en su totalidad y que, como todas,
lo es, sin duda, en parte. Me extraña que no sea popular, y me extraña porque
cuenta con todos los elementos necesarios para serlo: hay en ella amor,
abnegación y milagro.
Siempre me han interesado los problemas
referentes a nuestras tradiciones, y es porque ellas son las que dan carácter a
los pueblos. Un pueblo que no cuenta historias de sus antepasados y que no
tiene viejas piedras, carece de personalidad, no tiene eso que se llama solera
y que es lo que le da carácter. Nosotros, afortunadamente, tenemos ambas cosas.
Para el relato de esta leyenda, tomo los
datos que da el que fue inspirado poeta manchego, Juan Bautista Bernabeu,
en un libro de poesías publicado en el
primer decenio de este siglo. El último de los poemas está escrito en octavas
reales y se titula “La hebrea de Barrionuevo”; a él me refiero. ¿De dónde tomó
el poeta estos datos? No importan a los poetas. Son algo tan hermoso que no se
deben ensuciar con el polvo de los archivos. Esto es labor de eruditos.
Dibujo
de Villaseñor publicado en el diario “Lanza”, sobre la leyenda de Sara y
Poblete
A finales del siglo XV, los
ciudarrealeños desencadenaron una persecución contra los judíos que, con sus
obscuros manejos, amenazaban la paz de la villa. Estos tienen que abjurar de su
religión si quieren permanecer en Ciudad Real. Algunos acceden, pero sus abjuraciones
no son sinceras. Entre los pseudoconversos se encuentra Sara, hija del judío Efraín
que murió en una de las celdas de la Inquisición. Esta mujer, joven y hermosa
ella, no piensa dejar la religión de su padre.
Barrionuevo es el barrio de la antigua
judería, el del Compás de Santo Domingo y la calle del Lirio. En esta calle
vivía Sara y a ella iba a rondarla Francisco de Poblete, capitán de
cuadrilleros de la Santa Hermandad, que se había enamorado perdidamente de la
hebrea.
Este Poblete es un ferviente cristiano e
insta a su amada a que se convierta a la verdadera Fe, pero ella no accede a
sus ruegos. De todas formas el capitán espera que el amor haga el milagro y
ablande su corazón. Mientras, Francisco se debate entre el amor y la Fe.
Mientras prevé que acabaran siendo notarios sus amores y no deja de advertir
las malas consecuencias que pueden traer para los dos, pues se rumorea ya que
Sara sigue practicando la Ley mosaica, llega la noticia de que los moros han
llegado a la Mariánica. El enamorado no tiene más remedio que marchar hacia
allá al frente de sus cuadrilleros. Pero antes de alejarse, con el caballo
ensillado, va a despedirse de Sara. Esta se deshace en lágrimas. El momento es
propicio y Poblete Sabe aprovecharlo: Promete a la hebrea que, si al volver de
la guerra la encuentra convertida, se unirá con ella en matrimonio. Además, ha
obrado con nobleza. Dice a Sara que ha revelado a su madre el amor que se
profesan y que esta la protegerá mientras falte él. Como recuerdo se deja una
medalla de Jesús. Después va al templo de Santo Domingo a pedir por la
conversión de Sara.
Reja
de la desaparecida casa de la calle del Lirio, lugar donde Julián Alonso sitúa
esta vieja leyenda
Sara cae enferma del disgusto y la madre
de Francisco la asiste. Después de bastantes meses, parece que va a
restablecerse su salud, pero la espera, el temor a la muerte de Poblete, la
separación dolorosa, hacen que tenga recaída que la pone en el umbral del otro
mundo. Llama a la madre de su novio al pie de la cama y le da la misión de
decir a su hijo que ella, Sara la judía, ha rezado en los momentos amargos de
la ausencia al Cristo por el que tanta devoción tiene Francisco.
Esto ocurre una noche de Jueves Santo.
La procesión penetra en la calle del Lirio. Es el primer año que lo hace Sara, debe luchar entre el amor, la religión
que apenas conoce, la de sus padres, la ofensa que es para los judíos esa
procesión de los cristianos por su propio barrio, pero… vence el amor.
En un descanso de la procesión, el paso
se para ante la ventana de la hebrea. Esta se incorpora y reza llena de fe. Y
entonces es cuando ocurre el prodigio.
Oigamos a Juan Bautista Bernabeu:
Nota
el pueblo que la faz divina
y triste
de Jesús Nazareno
hacia
la reja con amor se inclina
y
está aquel cuarto de fulgores lleno.
El poeta, como se comprende, se refiere
al cuarto de Sara. Pero sigamos.
Y
Jesús de aquel sitio no camina
ni
alcanzan fuerzas a mover su seno:
Espira
Sara, se escucho una queja
y avanza
el Cristo entonces de la reja.
Cuando
Poblete sabe la cruel noticia
se
lanza al combate como loco y es
muerto
al escalar un muro.
v
Esta es la leyenda. Porque merece la
pena que se conozca, la he traído a las páginas de LANZA. Es un triunfo del tos
que siempre ha impulsado a los hombres y les han hecho hacer y decir amor y de
la fe, de esos dos sentimientos son las cosas más bellas y geniales.
Por
Ángel Crespo y P. de Madrid. Diario “Lanza”, extraordinario con motivo de la
Semana Santa, Martes 16 de abril de 1946
La destruida
imagen de Jesús Nazareno, en su paso procesional a principios del siglo XX