Las
fotografías publicadas corresponden a la primera salida de la Hermandad en 1943
Una mañana de la primavera de 1942
estaba yo en la oficina de Coronela del Regimiento de Artillería, en la que me
había pasado casi dos años como secretario del Coronel Primer Jefe de la Unidad
Militar que guarnecía Ciudad Real, venteando ya mi inminente licenciatura como
artillero, cuando llegó a informarse de la labor que había de realizarse en
dicha dependencia mi buen amigo y compañero en las tareas de Prensa Elías Gómez
Picazo. Elías acababa de iniciar su Servicio Militar y yo me había permitido
proponerlo a mi Coronel para que me sustituyera.
Pronto quedó informado de la tarea que
había de realizar y nos quedamos charlando hasta la hora de salida del Cuartel.
Acabada de pasar la Semana Santa, aun
con poco fuste por los recientes daños de la guerra, pero ya se estaban
reaciendo las hermandades, con ilusión y esfuerzo, que años más tarde, gracias
a ciudarrealeños beneméritos y al apoyo del comercio y del vecindario de la
capital, alcanzaría altas cimas de esplendor, con nuevos “pasos”, lujosas
túnicas y valiosos estandartes.
En la conversación me dio a conocer
Elías la idea de la creación de una nueva hermandad, la del Silencio, que había
surgido en los Círculos de Estudio que celebraban las Juventudes de Acción
Católica de Ciudad Real, para formación y apostolado, en los locales de la
calle de la Mata, en el antiguo colegio de los Marianistas, que fuera conocido
como la Casa Popular, aunque su verdadero nombre era Instituto Popular de la
Concepción. La sugerencia de ese grupo de jóvenes –Elías era por aquel entonces
Presidente Diocesano de la Juventud Católica- me pareció de perlas y como es
natural me sumé a ella, diciéndole que contase conmigo como uno más de los
fundadores de la Hermandad del Silencio.
Me recuerda Elías que en aquellas fechas
del año 42 –yo me licencié en Mayo- se comenzó publicar en el cuartel de
artillería la revista “Senda”, de apostolado castrense, portavoz de los
Círculos de Estudio en los que participaban buen número de jóvenes militares,
quienes al tener noticia de la fundación de la nueva hermandad se sumaron a
ella con entusiasmo.
Lo cierto es que enseguida se puso manos
a la obra y se constituyó la Junta Directiva, presidida por Elías como
fundador, en la que quiero recordar –perdón por si hago alguna omisión-
figuraban Ángel Plaza, Félix García Muñoz, José María Peña, Antonio Serrano, Ángel
López y Pedro Contreras, que fue quien pintó el estandarte guión que aun
desfila con los cofrades en la madrugada del Jueves Santo. Yo decliné
participar en la junta porque estaba implicado ya en dos hermandades, la del
Ecce-Homo, de la que era Hermano Mayor en esas fechas, y la del Ave María, cuya
entusiasta Junta Directiva, que presidía Hilario Richard y de la que yo formaba
parte, ya había logrado adquirir una nueva imagen de la Virgen de los Dolores,
cuyo valioso monto se había salvado, y que cerraba la procesión ciudarrealeña
en la tarde noche del Viernes Santo.
El grupo de fundadores de la nueva
hermandad se puso en contacto con el párroco de San Pedro, el recordado don
Emiliano Morales, entusiasta de la Semana Santa y cuyo gusto artístico era bien
patente, ya que se quería que fuera en esa parroquia donde quedara constituida canónicamente
la cofradía del Silencio. A don Emiliano le pareció de perlas la idea que le
fue expuesta, el sentido apostólico y de penitencia que se quería para la
hermandad, en aquel entonces hacían su salida los dos días principales de la
Semana Mayor.
Don Emiliano –según me recuerda Elías-
les habló al grupo de fundadores de una vieja hermandad de disciplinantes que
hubo, en la Edad Media, en su parroquia, hermandad que llevaba por título “Escuela
de Cristo”, y que sacaba en procesión un Cristo y una Virgen.
Por desgracia, no fue posible hacerse
con los reglamentos de dicha hermandad, pero su espíritu fue el que guió la
creación de esta nuestra, con sentido penitencial y de caridad, así como
austeridad en el hábito, más de acuerdo con las tradiciones castellanas y por
eso se pensó en vestir el hábito franciscano, de color negro, sin capillo alto
y con la cruz de Jerusalén como emblema.
Para salir el primer año no se contaba
con imagen, por falta material de tiempo y también, por qué no decirlo, por no
contar con dinero para ello, aunque todos los hermanos contribuimos desde el
primer momento con nuestras aportaciones económicas relativamente modestas.
Pero el joven hermano mayor tenía buena relaciones con los religiosos del
Corazón de María en cuya iglesia, ya desaparecida, se veneraba una imagen del
Cristo de la Misericordia, colocada en una capilla frente a la entrada, imagen
que nos dicen había sido donada por Aurita Gómez, hermana de Elías, quien
expuso a los Padre Misioneros, tan queridos en nuestra ciudad, el deseo de los
cofrades del Silencio de poder sacar en procesión la imagen del Cristo.
El Padre Serrano fue el principal
valedor de la petición formulada por el grupo de jóvenes y la Comunidad accedió
gustosa a prestar la imagen, y así fue como salió el primer año, sobre unas
andas improvisadas que fueron cedidas por el padre del Hermano Mayor. La
Hermandad acordó que a ser posible, fuera un padre misionero del Corazón de
María quien dirigiera las meditaciones del Vía Crucis a lo largo del recorrido
procesional y así se estuvo haciendo bastantes años. Por otra parte, los Padres
Franciscanos de un convento de la Provincia cedieron uno de sus hábitos y un
par de sandalias para que sirvieran de modelo a las túnicas y calzado que
habían de llevar penitentes.
Pero el entusiasmo de los cofrades del
Silencio, cuyo número iba en aumento en cantidad estimable, lo que servía de
azicate a la directiva, deseaba dotar de imágenes propias a la hermandad, entre
otras cosas porque el Cristo cedido, por los Padres del Corazón de María estaba
hecho en pasta de madera y corría el peligro de estropearse con el movimiento
de las andas. Y fue don Emiliano Morales, sorprendido un poco por el entusiasmo
de quienes integraban la nueva hermandad de su parroquia, quien puso en
contacto al Hermano Mayor con el escultor valenciano Rausell, para que tallara
la imagen de la Virgen del Mayor Dolor y el Cristo de la Buena Muerte, que
quedaron así como titulares de la cofradía. Me recuerda Elías que se permitió
sugerir al escultor que se inspirara, para la imagen de la Virgen, primera que
se hizo, en las dolorosas de Juan de Mena, y para el Cristo en el célebre de
Velázquez, por su actitud serena. Luego, más adelante, fue el propio don
Emiliano quién dio a la directiva el nombre de Francisco Hurtado, también
valenciano, para que realizara las andas de ambas imágenes.
La Hermandad del Silencio quedó
constituida a lo largo de 1942, siendo el párroco un valioso valedor para
facilitar la aprobación por la autoridad eclesiástica y ya al año siguiente, en
1943, hizo su primer recorrido procesional, sacando ya algunas cruces, que no
se portaban por el mismo cofrade durante toda la carrera, sino que se turnaban,
ya que eran bastantes los que tenían interés en llevarlas. Quiero recordar
igualmente que el primer cofrade que se puso cadenas en los pies fue en
cumplimiento de una promesa durante su tiempo de permanencia en prisión, al
parecer por motivos políticos.
Elías Gómez, con el que colaboraron
también su hermano Ricardo y Pepe Cid para sacar adelante el proyecto de formar
una hermandad de tales características penitenciales, fue Hermano Mayor varios
años, pero ya casi al final de los años 40 hubo de pedir el relevo motivado por
su profesión de periodista en el diario Madrid, que le forzaba a permanecer en
la Capital de España durante la Semana Santa.
Del crecimiento de la hermandad del
Silencio, sin duda por la valiosa semilla de aquel grupo de fundadores, hasta
constituirse en la más numerosa de cuantas integran nuestras procesiones, no
necesito yo hacer aquí en estas líneas un mayor aval. Que no se pierda la
primitiva idea de penitencia es el deseo de este cofrade, que tiene a orgullo –santo
orgullo- de figurar en la lista de la hermandad con el número 3.
Cecilio
López Pastor. Revista “Costalero”,
Semana Santa Ciudad Real 1990