Una compensación a la ingrata tarea de
exámenes de reválida es el poder cambiar impresiones e incluso establecer
amistad con los profesores de la Universidad o de otros Institutos, que pasan
unos días entre nosotros.
Hace cinco años estuvo precisamente el
catedrático de Arte de la Universidad de Madrid, el señor Azcárate y no se
perdió rincón de Ciudad Real que pudiera tener algún valor artístico y,
naturalmente, le agradó mucho la portada del Convento de las Dominicas, así
como su murallón (creo que empleó esta palabra) y que hoy bien pudiéramos
llamar “el muro de las lamentaciones”.
Varias noches acompañe a profesores, que
vinieron a las “reválidas” a dar paseos por el barrio de la calle de
Altagracia, de la del Jacinto y las plazas de Agustín Salido y Santiago, y la
verdad es que siempre quedaron satisfechos. La última vez fue el pasado mes de
febrero; el presidente del Tribunal, aunque no era catedrático de Arte, sino de
Historia del Derecho, tenía gran sensibilidad artística como todas las personas
cultas. Con él recorrí mi ruta de Ciudad Real de noche, y quedó entusiasmado
del ambiente de la placita del Compás de Santo Domingo, que en aquella serena
noche de invierno era aún más grato que en las caliginosas de verano. Después de pasar por la Plaza de la Purísima
Concepción, donde se encuentra el convento de las Franciscas, y por la de
Santiago, llegamos a la calle Altagracia y quedó horrorizado cuándo le dije que
todo aquello iba a desaparecer, como así ha sido en breve plazo.
No hace muchos días iba hacia el
Instituto en un autobús urbano y me pareció como si hubiera algún incendio, mas
no se trataba de humo, sino de polvo, y desde la calle Calatrava, por la de
Altagracia, vi cómo estaban ya derribando el muro y aquello parecía como una
batalla de la Edad Media. Un viejo castillo era arrasado por los invasores.
Aunque como madrileño, debería estar bien acostumbrado a tales espectáculos, la
verdad es que he procurado no volver a pasar por la calle del Jacinto.
De todos modos, como el mejor antídoto
de los disgustos son nuevos, disgustos y preocupaciones, los exámenes me
hicieron olvidar aquello, hasta que muy recientemente, al salir del Instituto
en el coche de mi compañero don Gerardo, paramos a la puerta prudentemente,
pues por la calle Calatrava venían dos camiones muy cargados que avanzaban con
lentitud envueltos en una autentica nube de polvo. Cuando doblaron por la Ronda
observé que su carga eran escombros y además, muy pronto me di cuenta de dónde
procedían.
Realmente nada de valor llevaban,
piedras, tierra y polvo, pero tampoco tienen ningún valor los cuerpos humanos
muertos, ahora bien, como ocurre con éstos, aquellos escombros, aquellos
despojos, suponían una pérdida irreparable. El espíritu que daba aliento y vida
a aquel rincón de la calle Altagracia, que estaba allí, que se percibía no se
con cuál de nuestros sentidos, había huido para siempre, tampoco sé adónde, y
un cuerpo muerto inerte, sin vida, era llevado poco a poco en los camiones.
Seguimos tras ellos por la Ronda. Entre el polvo orilló una luz roja y una viró
hacia la izquierda perdiéndose entre las obras que se están realizando por
allí, y el otro, continuó recto. Ni siquiera aquellos restos iban a volver a la
tierra de donde salieron en un mismo lugar. Si, de la tierra salieron aquellas
piedras que durante muchos años dieron vida a un paraje con la belleza de una
artística construcción y ahora volvían al olvido de una escombrera.
Ciudad Real, 2 de julio de 1970
CARLOS LOPEZ BUSTOS
N.
de R.- Las líneas que anteceden de nuestro distinguido colaborador, suponemos
causarán fuerte impacto en cuantos vecinos de Ciudad Real tienen su
sensibilidad artística a flor de piel. Por lo visto el derrumbe de las
Dominicas se ha consumado, aunque creemos se habrá salvado al menos la portada,
de acuerdo con el compromiso entre el constructor y el Ayuntamiento, a través
de su Delegación de Cultura y su Servicio de Arquitectura. Nos gustaría, cuanto
antes, una aclaración al respecto, como le agradará a López Bustos, a Isabel
Pérez Valera y a tantos más que están siempre pendientes de conservar el escaso
patrimonio artístico de la capital.
Y
ya que hemos tocado el tema del viejo convento de las Dominicas, no podemos por
menos de censurar, acremente, la forma en que se ha llevado a cabo su
demolición, sin el menor respeto a los vecinos de las calles implicadas en él,
que han tenido que aguantar auténticos temporales de polvo, cual si soplara por
aquellos parajes la tramontana de Cataluña o el simoun del Sahara. Confiemos en
que no vuelva a suceder, cuando se produzca una circunstancia análoga.
Artículo
publicado en el diario “Lanza” el viernes 3 de julio de 1970, Año XXVIII Nº
8.392 página número 3.