La desaparecida
Casa de la Torrecilla
Duelo dá, amiga “casica de la torrecilla”,
ver desbaratarse, hasta venirse al suelo, los más destacados edificios del
secular patrimonio urbano nuestro, modesto sí, pero con carácter, y todo para
que, en sus solares, levantes otros, “del día”, habiendo sitios, vírgenes, en
la ciudad, donde quedarían, perfectamente, sin profanar lo antañon. Pues, es lo
cierto, que, en general, carecen de originalidad y de tradición y semejan
uniformes de munición, postizos, mal copiados, sin alma en su quiero y no puedo
y seguidores de vientos de importación, que ora vienen cúbicos y feos de la
Europa central, o muy a lo “plástico” y a lo “nylon”, si los trae la moda de
allende el Océano, o saturados de meridional ladrillo, imitado sobre ladrillo
enlucido, o…, aquí donde lo que nos va bien, ¡lo nuestro!, es la recia cuarcita
manchega y las cales y el barro y el buen ladrillo, ladrillo, y la buena teja,
teja, de arcilla roja, cocida, y capaces de llamar la atención general cuando, diestramente,
se combinan como ocurrió con pabellón de la Feria del Campo pasada.
¡Dá mucha vergüenza y pena esas
vergonzosas demoliciones y esos sucesores, engendros inartísticos, que, al
presente, amenazan tu longeva y serena belleza! ¿Verdad, “casica de la
torrecilla”?
¿Qué cómo te caes no existe otro remedio
que fenecer, e, incluso, por las buenas, empujarte un tantico para aligerar tu
fin? ¡Peregrina conformidad la tuya! Porque yo siempre creí que, precisamente,
cuando se tropieza o cae, es el momento oportuno para sostener y levantar. Pero
ahora dudo y no acierto comprender si estoy en la razón o lo está esa teoría, expedita,
sencilla, cómoda; ni como no se les ha ocurrido seguirla aún a quienes, en
larga fila de años, evitando están que las grietas profundas, que las aguas de
los antiguos “caños” hicieron en los cimientos del Teatro Real, rematen en
abrirlo como una granada. Terminó su ciclo “vital”, pudieron decir, y quedarse
tan tranquilos mirando la escombrera.
Y así se pudo hacer con el Pilar de
Zaragoza, socavado por el Ebro, y señalar: En este lugar posó, en carne mortal,
la Virgen, y se levantó un templo… pero culminó su vida y lo tiramos, y después
construimos esta colosal nave-garaje con ladrillos huecos, que algunos llaman “casas
prefabricadas para los ratones”. Vean, vean que útil y capaz es este garaje
modernísimo. ¡No carece de nada!
Aleación de locos y necios, me parece –no
sé- ese cúmulo de sabios y técnicos, pendientes de la inclinación progresiva de
la torre de Pisa, que se pasan la vida haciendo cálculos, planos, fotos
meticulosas, análisis minuciosos y mediciones milímetro a milímetro y grado a
grado, para mantenerla en pie, asegurar su estabilidad y poderla reconstruir,
exactamente, si las veleidades del suelo dan al traste con ella, cuando es ley
fatal que ha de caducar, y sobre su solar podían abrirse pingües negocios de
flamantes cafeterías y repulidos cines.
¿A quiénes se les ocurre constituirse en
grupo de amigos de los castillos medievales, tan lejana como quedó la fecha en
que su vida era eficaz? ¿Y esos locales que sueñan con la restauración de los
molinos de viento tan inservibles y antieconómicos hoy, edad de las grandes
fábricas?
La
Casa de la Torrecilla vista desde la calle Ruiz Morote con la antigua cárcel de
la Santa Hermandad. Si no se hubieran demolido ambas edificaciones, hoy habría un
conjunto monumental rodeando la iglesia de San Pedro y no los feos y antiestéticos
edificios que se levantaron en sus solares
-¿Qué tú eres modesta, casica amiga, y
todos esos otros son señorones edificios de alcurnia? Pues, para nosotros,
vales como castillo roquero, porque una crucecita de coral, con remates de
plata, tanto o más, supone, en la hacienda de un pegujalero, que flamante
diadema, empedrada de pedrería fina, en cabeza de duquesa, y que torre del
homenaje encaramada en loma soberbia.
¿Qué te estás derrumbando por vieja, o
por las causas que sean, repites? Pues, ahora, insistimos, es cuando hay que
levantarte. ¡Pobres de los ancianos con tan curiosas ideas! y gran crueldad si
viéndolos impotentes en su senectud y colmados de trabajos en bien nuestro, nos
cruzamos de manos ante sus necesidades, con tan cómoda filosofía, para verlos
caer en la nada si no es que los zarandeamos un poquito para acelerar el
batacazo definitivo y, con urgencia, llamamos al volquete de la basura.
¿Qué te parece, casa de la torrecilla?
¿Callas? Pues, si así haces, con amarga y humilde resignación, los que bien te
queremos, como bella y preciada piedra añeja engarzada en el novísimo y futuro
ajuar ciudadano, gritaremos, para que nos oigan quienes deben oír, y no son
sordos, que tienes derecho de pervivencia y es obligación de todos,
consolidarte, restaurarte, ¡salvarte!, redimirte, y si tal no hicieran que aguanten,
y no se quejen, cuando, por esos campos de Dios, califiquen despectivamente a
la capital, que tanto perdió en lo que va de siglo por indiferencias
lamentables y alegrías frías, heladas.
Y creeremos estar en lo cierto mientras,
por vieja, por “de mode”, no derrumben su plaza mayor los almagreños, y tiren
su torreón los bolañeros, y en grava del eaino no conviertan los malagoneros la
piedra donde se sentaba Santa Teresa, la fundadora, y los de Tomelloso no
acuerden el derribo, tomándolo por pegote y caserón viejo y anacrónico, del
bonito edificio que llena uno de los costados de su plaza, y hasta que
Argamasilla de Alba no macice su cueva de Medrano, y Fuencaliente no mande picapedreros
a roer figuras pre-históricas de Peñaescrita, y Criptana mantenga esos molinos
de viento que aún le quedan, y no caigan el palacio del Viso y la plaza de
Infantes, con la fachada de su iglesia parroquial, y… ¡Ah! Nuestra puerta de
Toledo ¿qué hace ahí entorpeciendo la carretera dá entrada a la ciudad? ¡Abajo
el torreón del Alcazar! Que ¿para qué sirve, en pleno siglo XX, lo que hace siete
era para integrarte del real alcázar y tanto trabajo costó redimir hace tres
años?
Fresca está la tinta que, en la Prensa
diaria, nos daba cuenta, estos días de las obras de consolidación, sin reparar
en el coste, del arco de Medinaceli que, por quebrantamiento de sus cimientos,
amenaza ruina. Como contraste, bochornoso, recordemos: Piedra a piedra,
transportaron a la América yanqui, y allí lo han reedificado, piedra a piedra
también un rancio monasterio español. Las rejas de la catedral vallisoletana se
vendieron -¿Cómo chatarra?- a “los americanos” y la colocaron en un museo de su
nación.
D. Julián
Alonso Rodríguez fue Cronista Oficial de Ciudad Real y gran defensor de la
historia y patrimonio de nuestra ciudad, y a quien nunca se le ha hecho
justicia en Ciudad Real
Bien, muy plausible ha de parecer a todos, cuando se realice el acuerdo, que se cuece, de dejar visible, hasta el ábside, toda la fachada del mediodía de San Pedro, orlándola con jardines continuación de los que hay; pero vergonzosa sería la demolición, frente por frente, de la casa más típica, vieja de tres o cuatro siglos, y de saber, que nos queda en Ciudad Real. Y eso sin pensar en el sustituto.
Señor gobernador civil de Ciudad Real,
señor presidente de la Diputación de la provincia, señor alcalde de su capital,
“la casa de la torrecilla”, frontera a San Pedro, en el arranque de la señorial
calle Dorada, cueste lo que cueste y si no queremos renegar del pasado, al que
debemos agradecimiento de hijos, tiene que pervivir por obligación, por finura
espiritual, para que no maldigan de nosotros los que nos sucedan y los ajenos.
Con rendimiento humildoso os sea pedido y con alteza de reconocimiento
agradecido. ¡Salvad, con emoción romántica y altruista, la “casa de la
torrecilla”! Pronto. ¡Que no desaparezca!
Si con pan se hace el soma humano con
eso, ingrávido, que se llama belleza, recuerdo, pleitesía al pasado, vive y se
conforta su espíritu. Y con alma y cuerpo, en esplendorosa unción, el hombre
crea los pueblos y la Historia. ¡Y la Historia se levanta tanto con megalitos,
como con pequeñines granos de arena: como la “casica de la torrecilla”!
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, miércoles 18 de junio de 1958, página 2.
La
Casa de la Torrecilla vista desde la calle Ruiz Morote