La forma y el lugar de enterramiento han variado a lo largo de la historia como un elemento más, inherente a cada cultura, tradición o época histórica. Con la llegada del cristianismo surgía la necesidad de inhumación cerca de lugares sagrados o personajes santos; así surgen las catacumbas. Al proclamar Constantino el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano en el año 323, la necesidad de enterramientos subterráneos desaparece. En este momento se comienzan a construir las primeras basílicas paleocristianas en superficie y también los cementerios salen al exterior.
Los muertos, ahora presentes en la vida cotidiana de los vivos, dejaban explícita su diferencia, su jerarquía. Las clases más elevadas, nobleza y aristocracia, los personajes más favorecidos o aquellos pertenecientes a hermandades o cofradías ocupaban espacios privilegiados en el interior de los edificios religiosos, bien en capillas privadas, bien en criptas o en bóvedas excavadas en muros y suelos. La nave central, sin embargo, era reservada a las categorías eclesiásticas y familias reales. El resto de la población quedaba fuera del recinto sagrado ocupando todos los terrenos adyacentes a la iglesia, conformándose con la cercanía al templo donde se situaban los llamados cementerios parroquiales o "de feligresía". Estos lugares se ordenaban a modo de claustros en los cuales las galerías cubiertas se reservaban a las capas medias que no podían costearse una capilla privada en el interior de la iglesia, y el centro del patio se dedicaba a tumbas en su mayoría anónimas y a fosas comunes que se reciclaban sin ningún pudor con el paso de los años para dejar terreno libre a los sucesivos enterramientos.
El enterramiento en el interior de las poblaciones constituía un evidente riesgo de salud pública y Carlos III, una vez constatados los efectos de las epidemias acaecidas en varias localidades, emite una Real Cédula el 3 de abril de 1787 por la que disponía se construyesen cementerios públicos extramuros de las ciudades, para evitar los enterramientos en el interior de las parroquias, que se habían convertido en focos de infecciones y de epidemias como el cólera.
Pero esta ordenanza resultó imprecisa y más teórica que práctica. En ella no se daban pautas para la construcción de estos nuevos recintos, chocando esta orden con la negligencia de las autoridades y la escasez de fondos. Así, en el siglo XIX se sucedieron otras reales órdenes y en 1833 una Real Orden de 2 de junio decreta que donde no existan, deberán ser sufragados los costes de su construcción “á costa de los fondos de las fábricas de las iglesias, que son los primeros obligados a ello”. La medida será reencargada el 13 de febrero de 1834, ya que “eran bastantes los pueblos para donde por diversas causas y bajo distintos pretextos se ha paralizado la ejecución de una providencia imperiosamente reclamada por la salud pública y el justo respeto á los templos”.
Sería con estas dos últimas disposiciones cuando se toma conciencia en Ciudad Real de construir un cementerio católico en nuestra ciudad, ya que hasta la fecha los enterramientos se producían en los diferentes templos de la ciudad y alrededor de los mismos. Se opta por situarlo al norte de la ciudad y próximo a la Puerta de Toledo. Para su construcción se acordó dividir entre el vecindario de la ciudad 2/3 del coste del mismo, asumiendo 1/3 los fondos de las fábricas de las iglesias de la ciudad, como nos lo recuerda una inscripción que se encuentra grabada sobre una lápida, tirada en el suelo a la entrada del cementerio entre las tumbas existentes a mano izquierda, y que bien haría nuestro Ayuntamiento en salvar de su destrucción colocándola en el muro de entrada del recinto o exponiéndola en alguno de los museos de la ciudad como parte de nuestra historia local.
El tipo de cementerio que se construye en Ciudad Real corresponde al modelo anglosajón de cementerio-parque o cementerio-jardín, donde los panteones, túmulos, nichos y lápidas se distribuyen caprichosamente a la sombra del arbolado y se creaba una jurisdicción mixta eclesiástico-civil, que sería quien lo administrara, siendo las autoridades eclesiásticas las que lo custodiaban.
La preeminencia canónica sobre el interés municipal y la consideración de sagrada del área de enterramiento aleja a todos aquellos que no están incluidos en la comunidad de creyentes, que según el Código de Derecho Canónico del 27 de mayo de 1917, señala alejados de sepultura eclesiástica a: apóstatas, integrantes de sectas heréticas o cismáticas, masones y similares, excomulgados, suicidas, duelistas y pecadores públicos. Por este motivo, hasta la llegada de la democracia existían dos zonas bien diferenciadas en el cementerio de Ciudad Real separadas por un muro: una la llamada tierra sagrada donde eran enterrados los que morían conforme a la confesión católica y otra no sagrada en la que eran enterrados los muertos por alguno de los casos referidos anteriormente; es decir, en el mismo cementerio existían dos, uno católico y otro civil.
Aunque los enterramientos en el Cementerio de Ciudad Real comenzaron en 1834, el primer libro de enterramientos que se conserva en el Archivo Municipal, da comienzo el 1 de enero de 1863 con el enterramiento de José Rojo Gandía en un nicho por el que pagaron 160 reales de vellón sus familiares.
Desde la fundación del cementerio, aparte de la casa del guarda, existía una pequeña capilla que estaba a cargo del capellán del cementerio, que era nombrado mediante concurso de méritos por el Ayuntamiento. Éste, además de oficiar la Santa Misa todos los domingos, debía estar revestido de sobrepelliz a la recepción y enterramiento de los cadáveres para el rezo de un responso. Hay que recordar que entonces los cadáveres eran acompañados por el clero parroquial de la iglesia en la que se oficiaba el entierro hasta el cementerio. En esta pequeña capilla existía un óleo del siglo XVII de un crucificado, salvado de la Guerra Civil Española, y que hasta la construcción de la actual capilla en 1982 estuvo en la misma. Actualmente se puede contemplar en el Museo Diocesano, donde está depositado por el Ayuntamiento.
La celebración de la Santa Misa en el cementerio desde su construcción siempre se hizo a cargo del capellán del mismo hasta el pasado 1 de enero del presente año, que el sacerdote que ocupó este cargo durante los últimos cuarenta años, D. Antonio Vera Núñez, se jubiló, desmantelándose la capilla y no se sabe el proyecto que tiene para la misma el Ayuntamiento. Éste, en agradecimiento a la labor desarrollada por el capellán, acordó el 27 de octubre de 2008 poner el nombre al paseo de los jardines que dan acceso al cementerio con el nombre “Paseo del Capellán Antonio Vera”.
En cuanto a la vegetación del camposanto la especie que destaca es el ciprés, por tratarse de un árbol de hoja perenne, por su longevidad y por sus cualidades aromáticas. Hay que tener en cuenta que el color preeminente en la vegetación de los cementerios, es el verde por sus efectos psicoterapéuticos (como bálsamo del dolor) y simbólico al ser el verde el emblema de la regeneración primaveral y por ello simboliza la inmortalidad del alma.
A lo largo de los 126 años de vida con los que cuenta el cementerio municipal, éste ha sido ampliado en diferentes años. La última tuvo lugar a principios del año 2009 con 5.000 metros cuadrados, y parece que será la última, ya que el consistorio pretende construir un nuevo cementerio en la carretera de Las Casas. También en estos años ha sido embellecido el camposanto con la instalación de la Cruz de los Caídos a su entrada, trasladada en 1986 desde los jardines del Prado, donde se encontraba desde 1947. Como dato curioso decir que las verjas de entrada del recinto, eran las antiguas del Seminario Diocesano que estaba en la calle Alarcos.
Por último, decir que el cementerio guarda entre sus muros sepulturas con leyenda como la de Apolonia, que es una maravillosa losa de piedra, en la que reposa la imagen de una mujer joven que cubre su cuerpo desnudo con un velo de gasa transparente, tras el que se adivina la forma de una mujer excepcional. También hay hijos ilustres de la ciudad como Ángel Andrade ante cuya tumba todos los años el colegio público que lleva su nombre realiza un homenaje. La que nos recuerda guerras que nunca tuvieron que existir, como los fusilados en la posguerra de la Guerra Civil Española en las mismas tapias del cementerio; y de sacerdotes ilustres, como el Párroco de San Pedro y después Canónigo de la Catedral, Emiliano Morales, que tanto hizo por nuestra Semana Santa.
El Cementerio Municipal de Ciudad Real guarda también esculturas de gran valor artístico e histórico que reclaman iniciativas de conservación, un museo del silencio que es visitado sobre todo con motivo de la Festividad de Todos los Santos por miles de ciudadrealeños y que guarda un fragmento de nuestra historia local.
¿Que destino tendra la capilla? En mi opinión deberia seguir teniendo culto catolico, alguna Hermandad se podria hacer cargo de la misma.