Desaparecido
Nuevo Hospital Provincial, que se encontraba entre la matriz del convento
desamortizado del Carmen y el camino de Porzuna, en la actual Ronda del Carmen
Desamortizado el antiguo Convento de los
Carmelitas Descalzos en 1821, este sería destinado a Hospital Municipal,
pasando posteriormente a la categoría de Hospital Provincial, siendo inaugurado
como tal el 1 de julio de 1857, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen.
Sabemos por la “Guía de Ciudad Real”, de Domingo Clemente, publicada en 1869,
que el Hospital Provincial contaba en aquellos años: “con ciento cincuenta camas distribuidas en trece salas, que con
distintos nombres están dedicadas á hombres y mujeres, militares y distinguidos
—estos pagan las estancias— presos y convalecientes, habiendo la separación
debida entre los que padecen enfermedades comunes y aquellos que las sufren
contagiosas, ó que por la clase de su dolencia molestan á los demás enfermos.
Hay también las habitaciones bastantes para uso del director y de los practicantes
y sirvientes, teniendo además cocina, despensa, ropería y lavadero. La botica
puede considerarse como una de las mejores de España, y el gabinete de cura
pública, que sirve también para los usos de consulta gratuita á los pobres que
|o soliciten de los profesores del establecimiento en las horas de visita,
contiene en un gran armario de muy buen gusto numerosos instrumentos de
cirujía, todos ellos de subido valor y excelentes condiciones, y además una
preciosa colección de piezas anatómicos,
procedentes en su mayor parte de un donativo hecho por el ilustrado profesor D.
Dámaso López de Sancho, y recogidas todas en las operaciones que el mismo lía
practicado dentro y fuera del Hospital. Tal colección es por tanto la base de
«un museo anato-quirúrgico, que de día en día se está enriqueciendo con
notables adquisiciones.
Al
cuidado de los enfermos hay dos médicos, un farmacéutico, cuatro practicantes,
cuatro enfermeros, dos enfermeras, un capellán y una cocinera con su ayudante;
y al de establecimiento un factor, un portero y tres lavanderas. En el año
económico último se invirtieron para cubrir las atenciones de este Hospital
24.385.'600 escudos”.
Pero este hospital quedó pequeño para la
gran cantidad de personas que atendía, por lo que obligó a la Diputación,
construir uno nuevo, ubicado entre la matriz del convento desamortizado y el
camino de Porzuna, y flanqueada por la línea del ferrocarril a naciente. Este
Nuevo Hospital, sería diseñado en 1880 por el arquitecto provincial Vicente
Hernández Zanón, y ejecutado por el contratista Timoteo Lázaro. Que una vez que
entró en funcionamiento, sus antiguas instalaciones en el Convento del Carmen
serian destinadas a manicomio.
Una descripción de este desaparecido
“Nuevo Hospital”, nos la facilita en su portada el periódico “Diario de la
Mancha”, en su número del miércoles 28 de julio de 1909:
“Siempre
que nos aproximamos a un establecimiento oficial, recordamos la conocida frase:
“Nadie pase sin hablar al portero”.
Traspuestos
los umbrales del benéfico establecimiento, el portero conversa con dos guardias
civiles. Hablaban del asunto del día: de Melilla. El portero del Hospital es un
buen viejo, decrépito, medio sordo, y un tanto distraído. Le preguntamos, luego
del saludo cortes, por el practicante de guardia. Nos indicó el lugar donde
debía hallarse: la oficina de reconocimiento y registro. Llegamos, en el
momento preciso de haber en ella una entrada. El practicante Sr. Huertas
extendía su afiliación: Fulana de Tal, casada, con cinco hijos, natural de
Almodóvar del Campo.
Plano
del desaparecido Hospital de 1880, del arquitecto provincial Vicente Hernández
Zanón
-¿Edad?-
preguntó el joven practicante a la enferma.
-Ponga
usted cuatro duros –respondió.
Edad…
ochenta años-trazó la pluma en la casilla correspondiente.
Mientras,
nosotros para no ver el rostro a la enferma, lleno de bultos, manchas y otras
lindezas por el estilo, a la manera de un mapa en sobre relieve, paseábamos la
oficina de registro, examinándola hasta en sus menores detalles. El examen
terminó pronto: dos mesas grandes pintadas de negro, con hule del mismo color,
y sobre el hule libros, libreras e impresos sueltos cuidadosamente ordenados;
junto a las mesas cuatro sillones de ancho respaldo, también negros, y de cuero
negro, también el exterior de sus rellenos. A la derecha e izquierda tres
estantes, dos de ellos el uno frente al otro, casi vacios; en un rincón dos
perchas de hierro, sencillas, en las que vimos acomodadas varias blusas
blancas, largas y anchas, tales como las que usan los cirujanos en la sala de
operaciones. También mostraba la suya el joven practicante de guardia.
Cuando
terminó la filiación de la entrada, rogamos aquel que nos acompañase a las
salas en busca de un enfermo. Teníamos el propósito de verlo todo, estábamos
seguros de lograrlo, con un poco de habilidad por nuestra parte. Y comenzamos a
desplegar la habilidad, con unas interrogaciones.
-Por
lo que llevamos visto, señor practicante, acaso merezca verse despacio todo el
establecimiento: ¿no es así?
-Sí
que merece verse.
-¡Qué
lástima no haberlo previsto!
A
otra vez solicitaremos el permiso de quien corresponda.
-Si
no es más que para eso, el deseo puede ser satisfecho. Cosa de media hora.
-Pues
andando: queda aceptado su ofrecimiento y agradecida su firmeza.
Subimos
unas escaleras anchas, limpias, por las que entra la luz en lluvia
abundantísima, y ya en la galería de la planta superior del edificio comenzamos
a visitar las salas. La de Nuestra Señora del Prado, de cirugía, destinada a
las mujeres, tiene dispuestas 20 camas. La de San Rafael, de enfermedades de la
vista, también para mujeres, 12. Estas solas comunican al exterior con vistas a
la vía férrea y con el interior al jardín.
En
la galería lateral, de la izquierda, está la sala de distinguidos, con tres
camas. En la actualidad está desocupada. Seguidamente se encuentra el ropero;
un local amplio, cuadrado, con grandes estanterías totalmente llenas de ropa de
todas clases, destinadas a los enfermos; están clasificadas por orden
exquisito, y de tal manera colocadas, con tal delicada maestría que enseguida
se adivina que tocado en ellas la mujer hacendosa. Las existencias que se
guardan en el ropero son abundantísimas.
A
continuación de esta dependencia encontramos la sala de San Joaquín, para
mujeres, con ocho camas, y después la de San José, mixta, para militares de
todas clases.
En
la galería del lado opuesto está la sala de operados, con cuatro camas, y otra
de operadas, con tres. Lindante con estas se halla la del Carmen, de cirugía,
para hombres, con 20 camas.
Todas
las galerías dan vistas al jardín, un jardín cuidado con esmero, y la luz llega
a torrentes, de esta parte, penetrando por siete grandes ventanas, uniformes,
que son las que tiene cada una de las galerías del edificio.
Sala
de operaciones del Hospital Provincial, fotografía publicada en la revista “Vida
Manchega” el 12 de diciembre de 1912
Descendamos
a la planta inferior. A la ligera, para acabar cuanto antes, visitamos las
salas de San Agustín. La Purísima y Santa Teresa, de enfermedades de la vista
la segunda y medicina las otras dos, para hombres las dos primeras y la última
para mujeres, con 28, 20 y 24 camas respectivamente.
Es
la hora de la comida: los enfermos comen bien y suficientemente; todos ellos se
muestran satisfechos, tanto de la calidad como de la condimentación de los
alimentos que les sirven. Los de las salas de cirugía y los que se encuentran
en la convalecencia, cuando les place variar varían, avisando que prefieren el
cocido guisado, el filete con patatas a otro plato cualquiera. El pan, la
leche, cuento en el establecimiento se consume, es en todo tiempo de
inmejorables condiciones. Así nos lo manifestaron los enfermos, e iguales
manifestaciones nos hicieron respecto al trato que reciben por parte de los
señores médicos, practicantes y personal auxiliar. A las hermanas de la caridad
las colocan en primer lugar, para bendecirlas por sus solicitados cuidados,
consuelos y cariño inagotables.
Una
campana dejo oír sus notas, tres o cuatro veces anunciaba otra entrada. El
joven practicante Sr. Huertas se separó de nosotros unos instantes. A su
regreso tría un manojo de llaves; nos guió por un pasillo corto, hizo girar una
puerta y penetramos en el Museo de disecaciones. Allí están expuestos infinidad
de ejemplares curiosos, que traen a la memoria el dolor y la desgracia; pies
amputados, manos piernas, brazos, pechos, variedad de fetos, etc… etc. En el
centro de esta dependencia, en una gran vitrina, vemos infinidad de
herramientas de cirujía, cortantes y punzantes, de todas clases, a cuya
contemplación se nos pone carne de gallina y sentimos escalofríos.
Pensamos,
al abandonar el Museo de disecaciones, en las pobres gentes que perdieron un
brazo, un pie, o ambas piernas, acaso víctimas de un accidente minero o
ferroviario, tal vez consecuencia de una enfermedad repugnante, hija del vicio,
directa o hereditaria.
Y,
así pensando llegamos a la sala de operaciones. En el primer cuerpo, de los
tres de que consta esta parte del establecimiento, el Sr. Huertas nos proveyó
de una blusa blanca, desinfectada. Sin esta prevención no se permite el paso a
la sala de operaciones. Nos la colocamos, sobre nuestras ropas, y antes de
entrar nos explicó el señor practicante cuanto contiene el primer cuerpo. En
dos grandes armarios están los frascos de esterilización, paños blancos,
blusas, sábanas, etc. etc., todo en abundancia y todo totalmente desinfectado.
En
la sala de operaciones se encuentra una cama de operaciones, moderna, de
complicado mecanismo, que facilita la colocación del enfermo en numerosas posiciones.
Muy cerca, una mesa de mármol, palanganeros, irrigadores portátiles y otros
menesteres de la sala. A un extremo, sobre otra mesa, lepas, espéculums,
sondas, etc.
Son
operadores los Sres. Fernández Alcázar, Torres Moreno de la Santa y Martín
Serrano, los cuales según nos manifestó el practicante llevan hechas desde el
mes de Noviembre del año último hasta la fecha actual más de cien operaciones quirúrgicas,
entre ellas una sola que resultase desgraciada, y téngase en cuenta que se
practicaron laparotomías, toda clase de amputaciones, recepciones de huesos y
articulaciones, y delicadas operaciones de ojos y en los aparatos garganta,
nariz y oídos.
Estos
datos honran al triunvirato medico formado por los referidos señores, y dan
crédito y fama al Hospital provincial”.
Este antiguo Nuevo Hospital Provincial
de 1880, desapareció a finales de los años sesenta del siglo pasado.
Imagen
publicada en el portada del diario “El Pueblo Manchego” el 15 de febrero de
1913, donde muestra a familiares de hospitalizados, esperando la hora de visita