Vista
de Ciudad Real desde la Puerta de Toledo, en los años ochenta del pasado siglo XX. Ciudad que remonta su
origen al llamado Pozuelo Seco de Don Gil
No es que uno tenga vocación de rata de
bibliotecas, dicho con todo el respeto que me merecen quienes andan por esos
menesteres, pero sí que, en ocasiones, siento el tirón de mis raíces, el
pellizco de mis antepasados. Porque la antigüedad en esto de la estirpe es un
valor, aunque, como tantos otros valores hoy no se cotizan. El caso es que aquí
mismo en el Pilar, donde vengo conversando hace años, está el pozo que dio
nombre a la primitiva Ciudad Real.
Al pensar en este Pozo, no puede evitarse
pensar en Alarcos de donde Pozuelo Seco era aldea. En textos antiguos se dice
que Alarcos era fortaleza destruida y lugar arrasado. “Aquí fue Alarcos”.
Repárese en que no se dice “es” sino “fue”. Distante unas millas de la antigua
Calatrava, palabra que en árabe quiere decir elevación en medio de una llanura
(Calatrauah).
Tres elevaciones son los hitos de la
llanura donde se asienta Ciudad Real: Alarcos, fundada por uno de los Alarcos,
reyes de España, aunque no se sabe cuál. Palabra que, a su vez, según refiere
el historiador Florián de Ocampo, procede de un valiente español, Alarco, muy
conocido en la Ciudad de Sagunto durante el insistente cerco con que Aníbal
castigó a los saguntinos. El nombre de este soldado, usado por antonomasia como
valiente, pasaría de de los Alarcos, y de ahí a denominarse Alarcos. Hipótesis verosímil
y lo suficientemente satisfactoria para calmar nuestra curiosidad, por otra parte,
no excesiva en estos temas.
La otra elevación seria Calatrava; y la
tercera la Atalaya, debido a una atalaya o lugar de señales en lo alto de unas
peñas, en cuya falda existían olivares, viñas, monte, flores… que hacían de
este cerro un lugar apacible junto a Ciudad Real. Todavía muchos lectores
recordarán, allá por los años cincuenta, excursiones andando o con medios
animales de transporte, para pasar el día en la Atalaya: tortilla con hormigas
y pan tierno del día.
Pues en el centro de este triángulo, más
bien irregular, de Alarcos, la Atalaya y Calatrava la Vieja, un tal Don Gil
mandó hacer un pozo de agua tan abundante que, se decía, nunca se agotaba
porque pasaba por allí un río. El origen de Don Gil, de donde a Pozuelo Seco le
vino lo de Pozuelo Don Gil, es desconocido, como se ignora la causa de su
establecimiento en el lugar, cuando Alarcos era villa más importante. Misterios
de la Historia, a lo que nos gusta aferrarnos con conclusiones propias con las
que no voy a cansar al lector.
Don Gil no sólo pasó a la Historia por
dar nombre al lugar, que después sería Ciudad Real, sino que estableció la
Santa Hermandad Vieja que tuvo su principio en Ciudad Real, Toledo y Talavera.
Bandidos, salteadores, gentes de mal sentir y peor vivir se escondían por los
Montes de Toledo y cometían toda clase de desvíos morales y aberraciones
inimaginables. Llegó a ser famoso el caudillo de bandoleros llamado Carchena.
La Santa Hermandad puso límites a este salvajismo y cierta paz en los campos y
aldeas. Se cree que el tercer hijo de Don Gil, un tal Miguel Turre, estuvo al
frente de estos tribunales de justicia en Talavera de la Reina, y más tarde o,
quizás, antes estableció la villa de Miguelturra.
Cuestiones éstas que no pasan de ser hipótesis,
tal vez porque falta su comprobación, un punto de investigación por quien tenga
vocación para ello, ganas y humor, que de todo hay que tener para tal empresa.
Nosotros preferimos siempre el misterio. Concede mayor libertad a la
imaginación. Ese “es y no es”, que aún nos permita echar a volar nuestro
caletre por tiempos pretéritos y lugares por los que hoy anda el olvido y el
recuerdo, por más que, como he dicho otras veces, se vive más de olvidos que de
recuerdos.
Francisco
Mena Cantero (Diario Lanza, sección: “Conversaciones en el Pilar” 6 de junio de
1989, página 3)
Otra
vista de Ciudad Real, esta vez desde el Parque de Gasset, también de los años ochenta del pasado siglo
XX
No hay comentarios:
Publicar un comentario