sábado, 30 de julio de 2016

LA PANDORGA


 
Bajo la alta reja de su camarín (Foto Alonso)

“La Pandorga en la calle
ya va, danzando.
Vente conmigo, niña,
de fiesta al Prado”

Último día de julio. Calor de justicia, siesta larga sudorosa y a su término, las campanas de la Prioral, pícaras y parloteras, tocando a vísperas.  Bajo la bóveda catedralicia, frescura de portal casero. La dueña estaba en el campo acompañando hortelanas y trilladores y se quemaba el sol. Cuando sintió las campanas tornó volando. Se puso el vestido de terciopelo de amapolas bordados con oros de jaramago y retama florecida y, en su sitial en el centro de la alhaja de Giraldo de Merlo, ardiendo  de luz de cera, se poso a oír el sonsonete de los canónigos y a recibir en audiencia pública, a las beatas presurosas. Con la noche venía más gente a entrar y salir y bisbisear Ave Marías.

Dicen que, esa noche, la Señora abría la ventana de su Camarín para ver bailar a las mozas batiendo castañuelas, repicoteando seguidillas y fandanguillos manchegos con moño de picaporte, con sayas cortas y vueludas, con pañolillo de talle de lana pintarrajeada con pendientes de chorro… El trillador y el gañan, limpios, seriotes y afeitados, tocaban guitarras y bandurrias y canturreaban y bailaban con ellas. ¡Era la Pandorga! Mazantini, como jefe de la fiesta y coplero,  jaleaba y animaba aquello dándole el color castizo de estos lugares. ¡La silueta, ciega  y ondulante, de Paco Argumosa sí que cantaba y cantaba con voz cascada y emoción de colorines tales como nos los viera iguales si sus ojos vieran!

¡Pandorga en el tablado del Prado! ¡Pandorga bajo la reja del Camarín!

Cuentan, cómo aquella noche, se desvelaba el chico y la madre, a la mañana siguiente, tenía más ancha su sonrisa leve y misteriosa.

Oraciones sencillas, campesinas; cantares y cantares campesinos; bailes de tradición y gañanía… Así era la fiesta de la Pandorga cada noche del 31 de julio de nuestra niñez.

En la dieciochesca centuria nos la relatan de este modo:


 La Pandorga es una antigualla que se conserva en esta ciudad. Su propio nombre es Pandora, que significa junta de varios instrumentos músicos. El fin a que se dirige esta función es a dar culto con Maitines y una misa cantada. En la última noche del mes de julio juntase los dichos instrumentos en casa del que celebra la fiesta y salen, con hachones, primeramente al Camarín de la Virgen del Prado y después a casa de los señores Jueces. Les cantan unas cuantas seguidillas y retornan a casa del que tiene la Pandorga,  y éste según sus facultades y voluntad tiene un magnífico refresco. También esta función se hace con el piadoso fin de renovar, si es necesaria, las banderas de la Virgen, que son siete. Si hay alguna indecente la manda quitar el que hace la función y hace una nueva,  ad futuram Rey memoriam de las batallas que esa divina Señora del Prado ganó”, según la leyenda “a los moros en los años que estuvo en compañía de los Reyes y auxiliando sus Ejércitos”.

Campanero, vísperas, Ave-Marías y nada más, ¡nada más nos queda! La popular y gentil, ¿duerme?, ¿se perdió? No perderse no, ¡dormir tan sólo! ¡Desgraciado, despreciable y triste el pueblo que perdió sus costumbres, sus tradiciones! Yo, a mi pueblo, no lo quiero desgraciado, despreciable, triste… ¡ni dormido siquiera! Por eso me gustaría mi pueblo progresivo, si, pero tunoso defensor y guardador de sus cosas viejas que los ciudarrealeños saben paladear, -¡ese evocador, típico, irrenunciable barrio de la Morería: la Lentejuela, el Alamillo, la Jara… lleno de recovecos, bellezas e historia!- y en mi pueblo me gustaría ver la Virgen, el día de la Pandorga, vestida de rojo, en su luciente trono recompuesto y completo, y me gustaría ver de nuevo, las mozas con trajes recios y peinado de rodetes en las orejas y moño de esterilla y a los mozos, seriotes y afeitados, cantando y bailando, con ellas, en el tablado del Prado, bajo la alta reja del Camarín, ante las casas de los manchegos rancios, en las esquinas, cómo en el siglo XVIII. Mozas, mozas y mozos, mozos. Los contrahechos y de poanón no nos sirven. Mazantini: ¿para cuándo guardas tus gritos, tu sal, tu paleo? ¡Ese Mazantini, que debía tener patente de inmortalidad para bien de los castizos del cante y danza manchegos! Tras Mazantini, ¿quién?

¡Dichoso el pueblo que guarda, en arcón viejo, galas añejas y las saca y las luce con orgullo, oliendo a humedad, a almidón pasado, a membrillo fresco!


En Santiago de Compostela, la noche del Apóstol, a la inmensa y solitaria Plaza del Obradoiro, llegan gaitas y tamboriles. A poco se llena la plaza de gente y junto a ellos, entre cohetes, luces y gritos, la rapaciña con traje de nesta, baila con el señorito que llegó del pazo lejano, como con el novio rapaz, Carmiña; distinguida y pulida, danza con el aldeano que dejo el “boy marelo” en la húmeda corredoira, como con el estudiante del Palacio de Fonseca. El clasicista Consistorio, la severa portada romántica de la Normal, las serpentinas góticas del Hospital Real la retorcida, alta y barroca fachada catedralicia del Obradoiro, contornean la plaza y luego, cogidos de la mano parecen girar y danzar, horas y horas, como los “galeguiños” con decoro sin clases, en un santo retornar al tiempo pasado. Al otro día, la plaza seguirá inmensa y solitaria; Carmiña, distinguida, volverá a levantar el visillo cuando pase el estudiante de Fonseca, al pazo regresará el señor, la rapaza junto al hórreo, “sachará o millo” y en la corredoíra oscura, chillará la carreta llena de “toxo” y regada de “alalás”, que el cazurro aldeano guía.

¡¡Nuestro Prado está triste el día de la Pandorga!!

Si la Pandorga volviera, quién sabe si esa grandota y seriota Señora  que nos trajeron, dorada por brisas del mar levantino, se hiciera manchegona y sanaría y acertaría a volar, bajo nuestro sol inclemente y vivificador, del trigal al majuelo, de la era al camino, y se tostaría, como nos tostamos nosotros, entre terrones secos y aprendería a reír, como reía la Otra cuando , en su reja, se oía cortejar con ingenuo cariño un poco irreverente, pero inefable, de esta manera:

“Vente conmigo niña,
de fiesta al Prado;
verás cómo lo tienen
fresco y regao”.

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, sábado 30 de julio de 1949, página 6


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