DON
LUIS SANCHEZ RODRIGUEZ BORLATO, AUXILIAR LETRADO DE LA CAUSA GENERAL DE CIUDAD
REAL
DOY
FE Y TESTIMONIO:
Que en la monografía de la que es autor el Catedrático de Literatura de esta capital, cronista de la
Provincia y correspondiente de la Real Academia de Historia, Don José Balcázar
y Sabariegios, titulada “La Virgen del Prado a Través de la Historia” editada
en el año 1940, aparece en la pagina 215 y siguientes de la misma, el siguiente
particular:
“Y entra ahora el tema principal de este
libro: la desaparición de la veneradísima imagen de Nuestra Señora del Prado.
¿Fue destruida por la horda marxista? ¿Fue salvada y escondida después por
alguien que aun siendo rojo tuviera conciencia del deber? En cuanto a lo
primero está en lo posible, ninguna otra imagen se salvó y todos los hechos que
acusan un refinamiento de impiedad, un extremado sacrilegio, una crueldad sin
límites, pero tan extremistas, tan malvados o más que los de este pueblo fueron
los de Asturias, también allí acabaron con todas las imágenes, mas al llegar el
turno a la Santísima, a la Virgen de Covadonga, no lo hicieron y se contentaron
con hacerla desaparecer, y hasta se da el caso que un comunista fue el que dijo
donde estaba. Relata el Sr. Padilla que el día 23 vio a la Virgen desde la
iglesia y que no notó nada anormal en ella, es decir que tenia corona,
rostrillo y manto. Trabajo me cuesta creerlo y hasta pienso si será una
alucinación de la fe y devoción de tan virtuoso sacerdote. Y digo esto porque
dudo de todos aquellos milicianos acallasen su codicia, hasta el punto de no
sustraer enseguida la corona, cuya valía estaba al alcance de todas las
inteligencias. En gentes incultas, dentro del respeto, cabe la codicia. Y
robustece esta opinión el hecho de que por entonces, la misión principal de los
rojos, sin duda por consigna recibida de Madrid, era el de apropiarse de
cuantos objetos tenían algún valor o pudieran ser útiles a los gobernantes.
Aseguran algunos –por referencias- que
la idolatrada Imagen fue destruida en Noviembre, que la tiraron desde su trono
al Templo, que quedó enganchada en los candeleros, que volvieron a empujarla y
que se deshizo al dar en el suelo que el Niño Jesús quedó intacto y que al
intentar apartarlo un testigo del vil sacrilegio se indignó uno de los herejes
y lo destrozó y que luego quemaron los sagrados restos en el garaje de Solís.
Yo he tratado de averiguar lo que hubiera de cierto en este relato y solo
consigo lo mismo: referencias. Es más: no falta quien lo niegue, toda vez que
en las diligencias sumariales no consta nada, ni hay ningún inculpado por este
asunto.
Y en cuanto al segundo interrogante de
que pudo ser salvada, es lógica la objeción que se me hace: si la Virgen
hubiera sido escondida ya estaría en su trono, si el autor era de derechas por
natural deseo, y si de izquierdas para hacer valer este servicio.
De todo esto hay solo un hecho verídico irrefutable:
la desaparición de tan bellísima imagen de nuestra amantísima Patrona y el
sacrilegio robo de su Camarín y de su tesoro ¿A cuánto ascendía el tesoro de la
Virgen? Enjuiciar a cerca de la riqueza que poseía Nuestra Señora del Prado es
como navegar por alta mar en un barco sin brújula, ni dirección. El misterio
más absoluto lo envolvió siempre. En tiempos antiguos se hablaba de sus
olivares y de sus majuelos y aun de sus precios urbanos, fincas legadas por sus
más devotos hijos, pero se hablaba con cierto recato como si fuera pecaminoso
el profundizar en dicha cuestión. El Canónigo de la S.I.P. Don Miguel
Serrabona, quiso bucear en el asunto y fue trasladado a otra diócesis. Y el
misterio de los inmuebles alcanzó también en otro orden de cosas a las alhajas
y joyas. El secreto más absoluto se guardaba respecto a ellas. Varias veces se
pidió la organización del joyero de la Virgen como lo tiene la del Pilar, la de
los Reyes, o la del Sagrario y calificose de insensatez tal proposición. Solo
el Obispo mártir le pareció de perlas y lo hubiera realizado al cesar el
torbellino rojo.
Al escribir este libro quise hacerme con
una relación de dichas alhajas, que estando ya perdidas no hay para qué
ocultarlas y visité a la respetable Sra. Dª. Teresa Rosales, ultima Camarera de
la Virgen, quien me recibió en el acto diciéndome lo siguiente:
“Cuando el año 18 me nombraron Camarera
de Nuestra Patrona, acepté con la condición de que las alhajas y joyas de la
Virgen que antes habían estado en poder de mi suegra y después de mi cuñada,
que fueron también Camareras de la Virgen, pasasen al Cabildo Catedral. Los
tiempos no eran los mismos y ya se saliamas de casa y yo no quería pechar con
responsabilidades. Aceptada la condición por el Obispo Sr. Irastorza se avisó
al Sr. Francés para que las tasara y enumerara y se hicieran tres copias del
inventario, una para el Prelado, otra para el Cabildo y la tercera para mí. El
Sr. Francés, pues, las conocía muy bien. En mi casa solo quedaron cuatro mantos
de la Celestial Señora… El Sr. Francés hizo su primera tasación dicho año 18
estando presentes Don José Medrano, su esposa Dª Teresa Rosales y el canónigo
de la S.I.P. Don Eloy Fernández Alcázar. He aquí lo que recordaba:
“Un Porta-Paz del más puro renacimiento
español, que tiene en el centro un relieve de serpentinas representando la
prisión de Cristo, y a los lados y en el coronamiento figuras e historias
esmaltadas de bellísimo gusto. Está marcado con los punzones de Alonso
Becerril. Es una magnifica joya de oro de ley, que pesa unos cuatro kilos y
medio, que procede del Convento de Uclés y está valuada en un millón de
pesetas.
Seis ramos grandes de plata repujada, de
igual procedencia con algunos toques de cincel, cuyo valor era de tres mil
pesetas.
Cuatro cetros de plata de ley de igual
procedencia, para llevar en actos destacados los Sres. Canónigos y cuyo valor
era de cinco mil pesetas.
En cáliz de oro de ley, estilo barroco,
de dos kilos de peso que usaba el Sr. Obispo en la Capilla de Palacio, tasado
en veinte mil pesetas.
Una custodia grande del siglo XVI, de
plata sobredorada, cuyo valor aproximado era de veinticinco mil pesetas, por la
época el cincelado y por su confección, que según datos que tengo y la calidad
del trabajo, era obra de Bevenuto Cheline.
Una corona de la Virgen, de oro y plata
sobredorada, cincelada con piedras grandes, de gran valor.
Un rostrillo de oro de ley, cincelado
con perlas todo alrededor, cuyo valor era de más de cuarenta mil pesetas. Otro
rostrillo de menor valor y cuyo coste sería de unas cinco mil pesetas.
Un pendantif con una perla fina forma pero, peso de unos
cinco gramos, de piel finísima y buen oriente, montada sobre cerco de oro con
orla de diamantes rosa muy finos y blancos, tasado en setenta y cinco mil
pesetas.
Una esmeralda grande de color verde,
oscuro, muy bien lapidada de un peso de setenta kilates y valor aproximado de
cinco mil pesetas.
Varios collares de perlas de más de un
metro de largo, muy finas, de distintos tamaños, con un oriente muy bonito y
valor aproximado de doscientas treinta mil pesetas.
Otra cantidad grande de perlas, sin
engarzar, ni taladrar, de igual calidad y valor aproximado de unas ciento
setenta y cinco mil pesetas.
Ochenta o noventa cálices, unos de plata
y otros de plata sobredorada, de distinta épocas, entre los cuales había
algunos del siglo XIII, y cuyo valor aproximado era junto, de unas setenta y
cinco mil pesetas.
Cuarenta o cincuenta Copones, unos de
plata, y otros de plata sobredorada, de distintos tamaños y valor, en conjunto,
de veinticinco mil pesetas.
Cincuenta o sesenta pares de pendientes,
la mayoría montados sobre plata, de diamantes rosa finos, de diferentes
tamaños, cuyo valor sería de unas treinta y cinco mil pesetas.
Noventa o cien sortijas de oro de ley y
de plata, algunas con brillantes y la mayor parte, con diamantes rosa y perlas
y cuyo valor aproximado sería de unas setenta mil pesetas.
Además había cadenas de oro de caballero
y señora, imperdibles, pulseras, medallas, collares, relojes de oro y un sin
número de objetos que tampoco recuerdo ¡Una fortuna!
Sabemos también, por documentos
guardados en el archivo de la Parroquia de Santa María del Prado que Juan de
Villaseca, el donante del magnífico retablo, regaló así mismo a nuestra ínclita
Patrona una Corona que pesa diez marcos de oro, de hechura imperial y con mucha
pedrería de diferentes colores engastados por toda ella, que costó mil ducados.
Otro donativo de América, y también del
siglo XVII, es un rosario de corales gruesos con extremos de oro y una cruz de
oro y una borla de perlas y granetes, con un peso en conjunto de siete onzas y
tres adarmes, que dejó en su testamento a la Virgen del Prado, Doña María de
Villalobos, natural de Ciudad Real, que murió en los Reyes (Perú), y que trajo
Don Andrés Morón.
De Mejico vino, traido por Don Juan
Velarde, Caballero de Calatrava, la lámpara grande de plata que se colgó en el
presbiterio en 1652. Otro hijo de Ciudad Real que vivía en América, Don Diego
López Tofiño, donó a la Santísima Virgen del Prado una sarta de perlas de valor
de mil pesos, ya descrita, y otros mil pesos en dinero.
Y otro ciudadrealeño insigne, Don Gaspar
de Mena y Loaisa, Capitán General de la ciudad de Mariquita y su provincia, en
las Indias, mandó quinientos pesos de oro rs. de plata doble para que se
hiciese un trono de plata a la Imagen de Nuestra Señora del Prado para sus
festividades. Por cierto de cómo el artífice a quien se le encargó le pareció
poco, dada la traza y dibujo, se le dio también unos relicarios de plata y oro
viejos. Y este trono magnífico que duro dos siglos largos en la Iglesia de
Santa María, por un mal acuerdo del Cabildo catedral se cambió, dando dinero
encima, por unas andas feísimas de plata de Meneses.
En esto de cambalaches nunca estuvieron
tampoco lerdos en la antigüedad, pero siempre perdiendo, pues en 1793 se dieron
de este modo varios efectos de plata de la Virgen, y en 1820 el párroco de
Santa María, Don Esteban Sánchez de León, que durante su mandato en la de
Santiago envió a Badajoz las lámparas de plata de la parroquia, lámparas que
por allí se quedaron, se deshizo ahora de
“algunas cosas de plata sin uso particular, del tesoro de la Virgen”
para ciertas obra que él consideraba precisas. Se le autorizó y Dios sepa lo
que vendió el párroco.
El Niño tenía dos pares de zapatos de
mucho gusto y valor: unos de plata, teniendo en las suelas las armas de dos
familias ilustres, una en cada zapato, y por debajo de los escudos dice en uno:
Juan Rivera, y en el otro: C.Real año 1730. Los tacones forman unas conchitas.
Y el otro par es el que le regaló la familia de Medrano.
El ultimo regalo de valor que se le hizo
a la Virgen del Prado fue el 25 de julio de 1923 y consistía en una Corona de
oro de veinte kilates, con aureola de
plata y piedras de color de 0,916 milésimas, donada por Santiago
Maldonado y su esposa Dª Isabel Ladrón de Guevara, en memoria de sus tíos D.
Santiago Maldonado y Dª Pilar del Forcallo.
Esto es lo que se sabe del tesoro en
joyas y alhajas de la Virgen del Prado, tesoro misterioso que cimentó la piedad
y devoción, pero no para que permaneciera desconocido, y en la penumbra, n i
para que se perdiera como se perdió.
Concuerda con su original a que me
remito, y para que conste, expido la presente para su aportación a la pieza
separada de “Tesoro Artístico y Cultura Roja”, que firmo en Ciudad Real a
veinte de Marzo de mil novecientos cuarenta y tres.
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