domingo, 20 de noviembre de 2016

PÁGINAS DE UN CALLEJERO FLORAL. CALLE DEL PRADO (CONTINUACIÓN)


 
Vista del Prado desde la torre de la Catedral. Fotografía de Julián Alonso 1949

Precisamente, nuestro relato quedó, el otro día, por aquello de: “Un acontecimiento…” Pero, antes, en aquel escrito, enmendad una fecha, aunque bien seguro esté, yo que la natural y serena comprensión vuestra la tendrá salvada por el hilo de lo escrito y por el abultado error que resultó, en  la antepenúltima línea de la segunda columna, suprimir, al componerla, un X. Con lo cual quedó convertido en el siglo VIII el XVIII, que debía poner.

Y ahí tenéis esa curiosa fotografía de la calle del Prado. Es de hoy, que ya es ayer. De hace cuatro o cinco años. Con encantador empaque solemne y de sabor antañon, por la sombra que a la calle regalada el palio frondoso de los árboles de un paseo periférico del Prado, el Cabildo Catedralicio acompaña al señor Obispo en su regreso a palacio después de celebrado, en la Santa Iglesia Prioral, el Oficio Pontifical del “día de la Virgen”.

Pero volvamos ya al comienzo y reanudemos el relato por donde lo dejamos, que era aquello de: “Un acontecimiento extraordinario e inesperado” –frecuente en el extravío del pueblo- turbaba la paz de Ciudad Real en 1821. (Seguimos ahora, a Hervás). El 25 de julio, en exposición dirigida a Fernando VII, lo dice el Ayuntamiento. Trataba éste, el mes de mayo, de regar la alameda. El agua iba a ella desde un pozo próximo y “propio de las memorias de la Sta. Imagen”. Habiéndose concedido a censo cierto terreno de las mismas memorias a don Felipe Díez, ex corregidor de esta capital, creyó, equivocadamente, que había entrado el pozo en el convenio; no siendo así. Estando en averiguaciones, se rompe, el día 2, el antiguo conducto, ciego desde la guerra de la Independencia, que va a dos fuentes o pilones que hay en medio de la alameda, y brota el agua en abundancia, por las regueras. Lo advierte la gente, se propaga la noticia, y corren al Prado a ver y cerciorarse y, sin detenerse en más, lo toman por milagro. Trata el cura de demostrarles que procede el agua de la trasvenada de la alberca, pero titubea la gente. Llama “al Alcalde de primer voto” para que le ayude a convencerla y lo logra. Mas suplican se le devuelva a la Virgen el pozo y se riegue el arbolado, y así se hizo. Reúnense, la tarde de aquel día, varias mujeres y algunos hombres, limpian las fuentes, traen caballerías a su costa y empiezan a regar, pidiendo el permiso correspondiente al Gobierno. Al anochecer, van a casa del Párroco. Seis granaderos provinciales le conducen, en brazos, a la del Vicario Eclesiástico y le ruegan salga la Virgen, al otro día en procesión alrededor del Prado -¿vendrá de entonces la costumbre, hace años perdida, de no salir del recinto del Prado la procesión de la Patrona?- El Vicario accede con tal que el Jefe político lo consienta, y, como quiera contaban con él, vuelven al Párroco a su posada. Tanto éste como el Vicario y los Alcaldes, consiguieron se retirara la muchedumbre sin la menor dificultad”.

En efecto, el día 3 de mayo, salió la Virgen a las seis de la tarde. “Ni durante la procesión, ni en el tránsito, hubo otros desórdenes que el de tributar, esforzadamente, repetidos y altos vivas a la divina Imagen y a la Religión, y duraron hasta las diez de la noche en su templo. Se oyeron, también, en la Plaza y en el paseo del Prado, pero sólo por espacio de ambos días. Quedó, luego, el pueblo en el mayor sosiego. En este estado lo encontró el Comandante del Regimiento de Alcántara. Vino como consecuencia del recurso hecho a S. M. por el Coronel y oficialidad del Regimiento de Navarra –acantonado en Ciudad Real hacía un año- acusando al pueblo de actos de sedición, y al Clero y Autoridades de promotores. Estas calumnias las llevó a sus columnas “El Expectador”, periódico de la Corte. La acción del Regimiento no era nueva, pues por motivos parecidos lo habían trasladado de Badajoz y de Toledo”.

 
Al fondo, en primer término de él, la fachada de la no nacida “casa de socorro”, responsable del fallido ensanchamiento recto natural de la calle del Prado, al levantar la “Casa de la Cultura”. Fotografía de Julián Alonso

Total: Que el excorregidor Díez, dueño de la casa que hoy es casino, adquirió dos solares, “linde a ella”, con salidas a las calles del Prado y del Camarín, para hacer su jardín y, por equivocación –o lo que fuera- se apropió la noria cercana, como ayuda para su proyecto, ocasionando ese gran jaleo hasta que el Ayuntamiento la recuperó. ¡Ah! “su hijo, don Vicente, pidió, después de estos sucesos, pagara el Concejo la parte que le correspondía de los censos”. La noria, seca y destrozada, existió hasta que la Casa de la Cultura se ha levantado sobre ella. El pozo daba la humedad de su hondura a un olmo alto, fornido, sano y gigante, que vivía a su vera y talaron, y descuajaron, hace seis u ocho años.

“En el año 1822, el Ayuntamiento compró “las casas de Cózar” –así llamadas por pertenecer a la vinculación de ese nombre –destinadas para habitación del campero y enclavadas frente a la puerta del Sol de la Iglesia. Con su derribo el Prado adquirió forma regular y, dando el Arzobispo de Toledo la piedra necesaria para construir la gradería, quedó constituido el más bello recreo de la población”.

Y aquí remato. Y tú puede que me preguntes: Pero ¿y hasta ahora, desde entonces? ¿Y ahora?

Mi buen lector, pregunta a “los viejecitos del Prado”. Sentadicos, en Senado, los tenías de continuo, en un banco de la arboleda. Al solecico, en “ivierno”, y a la sombra en verano. Mira, allí va uno. Pregúntale C por B, a buen seguro y con detalles prolijos, satisfará tu curiosidad relatándote las vicisitudes del Prado y los sucesos de que fue testigo en este siglo. Te lo garantizo. ¡Son narradores de la máxima solvencia estos sempiternos “viejecicos del Prado”! Por otro lado: tú estás viviendo la actualidad ¿Qué más quiere para saberlo todo?

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, lunes 5 de junio de 1961.

 
La antigua fábrica de gaseosas de Ruiz de León en la calle Prado que tenía magnificas palmeras en el patio. Fotografía C. Robledo 1998

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