Desde el 14 de diciembre, la
Facultad de Letras de Ciudad Real,
Edificio García Pavón, 3ª planta (Avda. Camilo José Cela, s/n), acoge la
exposición. “La Evolución de la Plaza Mayor de Ciudad Real: Cambios de
Denominación y Sucesivas Agresiones”.
Esta exposición hace un recorrido, a través de la fotografía, de la evolución urbanística de la Plaza Mayor de Ciudad Real desde principios del siglo XX hasta épocas recientes. Se compone de 24 reproducciones ampliadas procedentes de originales conservados en el fondo fotográfico del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha (UCLM), acompañadas de otras imágenes en sus soportes originales.
La muestra
se complementa con un texto escrito por Félix Pillet
Capdepón, Catedrático de Geografía Humana de la UCLM, y que a continuación
reproduzco:
La ciudad ha merecido la atención de
tres obras que han tratado el urbanismo de Ciudad Real, una de Historia y dos
de Geografía, haciendo mención, en mayor o menor medida a la Plaza Mayor, así
como una monografía específica sobre la misma, desde la Arquitectura.
La primera obra: Sobre el urbanismo de
Ciudad Real en la Edad Media (Villegas, 1984) viene a afirmar, según este
medievalista, que “Esta confluencia del nudo caminero queda inserta en la
estructura urbana de la nueva villa, situando el centro de la misma en su punto
de intersección, que no es la plazuela del Pilar, sino la Plaza Mayor. Ello
determina una estructura radial del nuevo núcleo (…). Dentro de estos espacios
urbanísticos habría que citar en primer lugar la Plaza Mayor, centro
administrativo y comercial situado en la collación de san Pedro y no lejos de
dicha iglesia (…). La fisonomía actual de la plaza, pues, en poco recuerda la
que pudo tener en la etapa medieval (…) era la de un espacio con doble
balconada en aquella primera etapa de su existencia. Y que este espacio contaba
con más aberturas de las que hoy en día se conservan. En ella se encontraba el
rollo o picota donde ataban a los delincuentes y también en la misma se
celebrarían a finales del siglo XV los autos de fe del tribunal de la
Inquisición”.
La segunda obra: Geografía Urbana de
Ciudad Real (1255-1980) (Pillet, 1984), junto a publicaciones más recientes que
no son del caso citar, hace referencia a la construcción de la Casa
Consistorial, entre finales del siglo XV y principios del siglo XVI, en el
extremo nororiental o esquina que comunica con la calle de Toledo. Las
fotografías nos demuestran la existencia de dos arcos, el que existe
actualmente y el que comunicaba con dicha calle.
El Catastro de Ensenada (1751)
denominaba a este recinto “Plaza Pública”, la información obtenida del mismo
demuestra que el centro urbano de la ciudad lo configuraban la Plaza Pública y
las calles Boticas (Mª Cristina) y Feria. En ese momento, la tenencia de
balcones en la plaza era signo de prestigio, ya que permitía poder asistir a
los principales actos, con independencia de vivir o no en ella, destacando, en
primer lugar, los propietarios vecinos (47,3 % de los reales pagados), los
propietarios forasteros (25,9 %), la Iglesia (22,6 %), el Ayuntamiento (3,4 %)
y la Corona (0,8 %). La Casa Consistorial fue afectada por un voraz incendio
que afectó a la sala capitular (1765). El prestigioso viajero Antonio Ponz
(1791) describe la plaza de la siguiente forma: “La longitud de la Plaza Mayor
viene a ser de ciento y cincuenta pasos regulares con la mitad de ancho. La
cercan dos corredores dispuestos para ver las funciones públicas. La han
revocado nuevamente de muy mal gusto”.
Si en la plaza se celebraban actos
religiosos, sociales y corridas de toros, de comienzos del siglo XIX nos quedan
imágenes que muestran cómo se desarrollaba el mercado municipal.
La situación de la propiedad o de las
utilidades urbanas (1841) en la plaza, denominada el 7 de julio de 1820 como
“Plaza de la Constitución” venía a demostrar que el centro socioeconómico se
estaba extendiendo desde esta zona hacia el norte, por las calles: Feria,
Reyes, Caballeros y Toledo. A mediados del siglo XIX se aprobó el Plan de
decoro y mejora (1850), que hubieron de sufragar los vecinos que habitaban los
tres lados de la misma; unos años después la vieja Casa Consistorial fue
declarada en ruina (1865), lo que obligaría a trasladar sus pertenencias, de
forma provisional, al número 6 de la calle de la Mata, en una casa propiedad
del Ayuntamiento. El nuevo edificio se construiría cerrando la plaza en sus
cuatro lados como “cierre perfecto de una cuadrilonga”, según el Gobernador. Su
estructura estaba integrada por planta baja y dos alturas. La fuente que se había
construido en la parte más meridional, se trasladaría a la Plaza del Pilar
(1867) para no interferir el proceso de construcción. La primera piedra del
nuevo edificio se pondría el 23 de enero de 1868, la subasta para su
construcción la ganaron Rafael Chacón y Pedro Pérez.
En 1939, tras la Guerra Civil, el
franquismo sustituyó el nombre de Plaza de la Constitución por “Plaza del
Generalísimo”. A comienzos de los años cuarenta la plaza era la que poseía el
mayor número de edificios con tres plantas, y aunque el precio del suelo sigue
ocupando el primer lugar, junto a distintas calles que la rodean, dejó de ser
un lugar privilegiado, tal como pudimos analizar hasta cuarenta años después.
La situación que presentaba la plaza a mediados de los sesenta, en lo que se
refiere a ornamento, era la de una plaza castellana con soportales de columnas
de hierro, un espacio central con una fuente para facilitar el encuentro de los
vecinos, y rodeando el mismo circulaban los automóviles.
Durante las dos primeras décadas del
siglo XX, la Plaza de la Constitución pasó por una serie de obras y reformas,
lo que venía a romper su gran uniformidad, pues hasta ese momento todos los
edificios eran de igual morfología, con un balcón en la primera planta.
Inicialmente, se sustituyeron las columnas de piedra por otras de hierro
(1910).
La primera reforma que afectó a las
edificaciones fue en 1919, cuando se aprobó un plan “de ornato y urbanización”
que consistía en elevar las dos plantas, pero ahora con mayor altura, dado el
abigarramiento interior de las viviendas existentes, ambas plantas poseerían
también balcones, pues hasta entonces solo los ofrecía la primera. De aquellos
años nos ha quedado una fotografía (1927) donde se aprecia la situación de la
plaza, en la que se observan las nuevas alturas en uno de los laterales, y la
catedral al fondo.
En 1929 se produce la segunda reforma,
en primer lugar se decide instalar un reloj como remate de la torre del
edificio del Ayuntamiento; y en segundo lugar, se permite un nuevo estilo
constructivo de tres plantas, con adornos neoclásicos o “greco-romano” donde
destacan los medallones.
Con ello se mejoraba las condiciones
higiénicas de las viviendas aunque se perdía la uniformidad de la que
hablábamos. El proceso de destrucción-construcción hizo que el centro urbano se
desplazará o completara en dos direcciones: en lo que se denominó “las cuatro
esquinas” en uno de los vértices de la plaza: calles Toledo, Calatrava,
Postas-Feria, y Mercado Nuevo o María Cristina, esta última salía de la propia
plaza; y también, en la Plaza del Pilar, donde se estaban asentando distintas
entidades financieras y familias, en una nueva construcción burguesa donde
destacaban las cúpulas que daban un nuevo aire a la ciudad.
En 1939, tras la Guerra Civil, el
franquismo sustituyó el nombre de Plaza de la Constitución por “Plaza del
Generalísimo”. A comienzos de los años cuarenta la plaza era la que poseía el
mayor número de edificios con tres plantas, y aunque el precio del suelo sigue
ocupando el primer lugar, junto a distintas calles que la rodean, dejó de ser
un lugar privilegiado, tal como pudimos analizar hasta cuarenta años después.
La situación que presentaba la plaza a mediados de los sesenta, en lo que se
refiere a ornamento, era la de una plaza castellana con soportales de columnas
de hierro, un espacio central con una fuente para facilitar el encuentro de los
vecinos, y rodeando el mismo circulaban los automóviles.
El edificio del Ayuntamiento fue
declarado en ruinas en 1969, cuando se había cumplido un siglo de su
construcción, las dependencias municipales se trasladaron, provisionalmente, al
colegio público Carlos Eraña. Se anunció que el edificio que le sustituyera se
procuraría que fuera de estilo castellano para no romper con la plaza, pero a
partir de ese momento se sucedieron una serie de irregularidades: se concedió
el proyecto un año después y fuera de concurso a Fernando Higueras, con la
colaboración del arquitecto municipal Idelfonso Prieto. Higueras venía a
proponer un modelo de construcción que no era original, pues ya lo había
realizado en la Castellana de Madrid, entre la Plaza de Castilla y el Hospital
de La Paz, dicha propuesta rompía totalmente con lo construido. El proceso de
total renovación que se perseguía estaba implícito en el Plan de remodelación
“en armonía con el estilo constructivo del proyecto que se aprueba”, es decir,
que todos los edificios se construyeran siguiendo el nuevo modelo “en vez de
utilizar el revoco color barquillo de la plaza… se trata de hormigón armado
blanco”. Desde la oficialidad se decía que era un “edificio representativo y
digno; bien encajado con el conjunto de la plaza…”, esto último era lo más
curioso. En 1972, parte de la ciudadanía dejó claro que no era partidaria de
instalar ese edificio en la plaza, en otro lugar sí, pero dentro debía respetar
el estilo castellano como se prometió, pues el propuesto parecía de estilo neogótico,
nórdico, etc. En abril de ese año, en pleno municipal se sometió a votación:
doce concejales lo aprobaron y tres se mantuvieron en contra. Tres años
después, cuando ya se había sobrepasado la construcción de la primera planta,
el poder municipal afirmaba en el Boletín Municipal: “Que ni es ni se ha
pretendido ser un edificio de estilo nórdico… es una obra bella e importante…
una obra atrevida, revolucionaria…”. Menos mal que no se decía original,
singular, puede ser… Para animar a los propietarios de las edificaciones
existentes a sustituir los edificios por otros de nuevo estilo, se prometió a
los vecinos en 1973 compensaciones económicas, de hecho dos edificaciones
particulares lo imitan, a la vez que las columnas de hierro de los soportales
de la plaza fueron cubiertas de material de obra de color blanco. En el espacio
central de la plaza, la fuente fue sustituida por una escultura del
rey-fundador de la ciudad: Alfonso X el Sabio.
La decisión de instalar el edificio del
Ayuntamiento en la plaza castellana fue un claro error, con independencia de
que a los viajeros les pueda sorprender. En el artículo monográfico titulado
Transformaciones Arquitectónicas de un Espacio Público: El caso de la Plaza
Mayor de Ciudad Real (Moyano y Rivero, 1981) tras analizar la evolución del
proceso constructivo se afirma respecto a las reformas de comienzos del siglo
XX que con aquellas actuaciones, se estaba “comenzando de alguna forma la
disolución de la imagen unitaria que habría otorgado al recinto homogeneidad
formal”, y sobre la destrucción del edificio de 1968 se señala que “Habría sido
preferible respetar el edificio del siglo XIX y en un nuevo edificio
independiente montar aquellos servicios municipales que demandasen más
espacio”.
Con la llegada de la Democracia, la
plaza retomó su vieja denominación: “Plaza Mayor”. El Plan General de
Ordenación Urbana (1988) buscó, como mejor solución: que en lugar de seguir
imponiendo el modelo de Higueras, se diera libertad de construcción siempre y
cuando se tuvieran en cuenta las normas volumétricas establecidas y se
respetaran los soportales que la caracterizaban; un ejemplo de esta última
actuación ha sido la llevada a cabo por la empresa Gedeco en toda la fachada
oriental, sin olvidar la transformación ecléctica que supone la fachada
septentrional donde se intenta recordar estilos presentados en la plaza a
comienzos del siglo anterior. Si siempre se permitió la circulación de
automóviles en la plaza, con las corporaciones democráticas se cerró al
tráfico, se instaló un parking en el subsuelo, desaparecieron los pequeños
árboles centrales, se puso un suelo blanco de caliza que origina mucho calor en
verano y se desplazó la escultura del rey-fundador a una fuente en el extremo
septentrional, lo cierto es que la plaza es el espacio más concurrido de la
ciudad, lugar de encuentro de residentes y transeúntes.
Y en tercer lugar, la obra Nueva
realidad urbana y territorial de Ciudad Real (Rodríguez, 2012) analiza, entre
otros aspectos, los valores del suelo urbano señalando que la plaza ya no se
encuentra en el primer nivel; si durante la década de los ochenta ese lugar lo
ostentaba la Plaza del Pilar y las calles que de ella parten (General Aguilera
y Alarcos), en la actualidad (2008) los valores más elevados se dan en las
calles General Aguilera y Carlos Vázquez, y en las plazas del Pilar y de
Cervantes. La Plaza Mayor y la calle General Aguilera destacan como lugares
preferentes para la instalación de oficinas y comercios, por encima del uso
residencial.
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