Un
rincón, nevado de Ciudad Real, viejo (Foto Julián Alonso)
El cielo es de vidrio mate, esmerilado.
El sol, por más que hace, no puede quitarse la neblina llorosa, sin gotas,
fría, sin hielo. La pelotica, parda, de un gorrión, con las plumas erizadas,
bota, a saltos, de canto en canto. El albañal, quieto. El árbol clama, a lo
alto, con el esqueleto de sus mil dedos secos, nudosos, eréctiles. En la
cuadra, caliente las gallinas, entre las patas de las mulas, picotean ansiosas,
escarban. Por la chimenea, derecho, derecho, sube, alto, alto, el humo, gris,
con volliscas, encendidas, de lumbre de olivo. Olores, complejos, de hervores
carnarios. Dulzor de “mantecaos”. Ruidos, roncos, lejanos, de zambombas que
apagan villancicos. Ramón, arrebujado en su manta, abre la puerta al perro que
llama arañando. El gato, acostado en el poyo de la cocina, en rosca junto al
hogar, abre, asustado, los berilos de sus ojos, arquea el lomo, salta,
desaparece “echando flores”.
Se fue el sol. Vinieron , yertas,
cortantes y oscuras, las sombras y ponen tieso, como un jarón, el trapo,
olvidado, tendido en la cuerda del corral. El agua del bebedero será, mañana,
sólida hialina. Se enciende el Noel de las estrellas. Ya no queda más luz,
viva, que la del candil de la cocina alumbrando la inocente, mocosa, niñez de
Juanico y de Marica que cantan, bailan, palmotean con las manos, heladas,
amoratadas y pringosas de bodrio. Teresa aviva las brasas, mortecinas, con el
fuelle. Ramón, con su tizón, enciende otro pito y, luego, echa un trago. Las
campanas cuelgan, en las estrellas, serpentinas de repiques, claros,
cristalinos, puros, de Gloria, de Paz. Los angélicos, entre ellas sin
romperlas, revolotean su alegría de heraldos celestiales. Y el “hermano” Rufo,
con barba de un mes, con muchos viejos inviernos sobre sus hombros, sentadico
donde el gato estuvo, enseña, a las ascuas, el cuero arrugado y velludo, de sus
manos, y piensa, sentencioso, melancólico:
“La Nochebuena se viene,
La Nochebuena se va,
¡y nosotros nos iremos
… y no volveremos más!”
Y cuando un año nuevo caiga sobre la
eternidad, y sobre los hombres un manto blanco de nieves, y de bienes, tapará la parda costra nuestra, y
por la chimenea de la casica de la huerta seguirá subiendo recto, recto, alto,
alto, el hilo de humo, oloroso, engarzando volliscas, luminosas, de bienestar
hogareño.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza” sábado 22 de diciembre de 1956
Antiguo
Niño Jesús de la Parroquia de Nuestra Señora del Prado, Merced (Foto Julián
Alonso)
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