Estuvo en pie treinta y tres mil días...
y por ella pasaron nuestros compañeros desde 1928 hasta 1997: la capilla
antigua balbucea unos ecos con olor a cera transido de incienso.
A base de ser mil veces monaguillo, de
estudiar partituras en el armonio del coro, y con unpoco de sazón de memoria
fotográfica —y aquí pido perdón a los muchos especialistas en arquitectura
salidos del Colegio por atreverme—, he podido reconstruir el plano de lo que
hoy no es más que un recuerdo: la capilla cuya primera piedra se pusiera el
lunes 18 de julio de 1904.
Igual que sucede actualmente, para
acceder al entorno del templo había que entrar (F) desde el soportal principal
a una antesala (24) donde en los años setenta y ochenta del siglo pasado lucían
buena parte de las orlas de las promociones más veteranas. La falta de espacio
hizo que las galerías de la planta primera de ambas alas (salón de actos y
comedor de pequeños, más tarde aulas) fuesen la continuación natural para
exponer los retratos.
A los costados de este nártex existía,
del lado izquierdo, una escalera estrecha (23) que, partiendo de la puerta casi
siempre condenada que daba al comedor de mayores (22) junto a una alacena (27),
comunicaba en el segundo piso con algunos de los cuartos de los religiosos y en
el primero con la antigua sala de la comunidad marianista, con el oratorio de
diario y con el coro (D) donde estaba el armonio (21) y algunos bancos; y del
derecho un despacho minúsculo (25) usado en los ochenta por el orientador o
chicólogo Carlos Bragado al que llamábamos el reznaco, contiguo a la secretaría
del centro (26) donde la tecnología más puntera se personificaba en una
multicopista Gestetner de clichés de cera.
Una vez traspasadas las puertas (E), que
al igual que las anteriores (F) eran de doble vano, tanto peatonal como de gran
apertura – a los lados de las que colgaban las piletas de mármol blanco con
forma de concha y taladros cilíndricos para tomar el agua bendita, hoy preservadas
con esmero por el propio constructor de la capilla nueva –se accedía a una nave
única (C) bajo el voladizo del coro (D) cuya primera sección antes de las
bancadas (15) estaba amueblada con dos confesionarios de madera (20). En el del
lado del evangelio acostumbraba a sentarse el longevo padre Eliseo Mata Arce sm
(1900-1990), quien, entre aroma de pastillas juanolas, solía preguntarnos en confesión
con qué frecuencia caíamos en determinados pecados.
Providencialmente, la vida de este santo
varón, gran especialista en la obra de Francisco de Quevedo y algo sordo tras
un desafortunado tratamiento en la Argentina con Cristalmina (Cristomicina
apropiadísima para un clérigo, según entendió uno de sus iletrados compañeros
de hospitalización —solía narrar el padre Eliseo—) prácticamente coincide en el
tiempo con la existencia de la propia iglesia, que se había añadido como un
anexo dieciocho años después de la construcción del conjunto principal del
edificio que hoy conocemos del que, como es sabido, el sábado 12 de junio de
1886 el obispo José María Rancés había puesto en el solar la primera piedra para
un vistoso asilo de ancianos de las Hermanitas de los Pobres, quienes ya habían
ocupado otros predios menores en la esquina de las calles de los Reyes con Real
y en la de Toledo.
Por cierto, el I Centenario del Colegio
como edificación pasó inexplicablemente sin pena ni gloria al final de la
primavera de 1986. Habrá que preguntarse por qué, a pesar de que algunos lo
pusimos de manifiesto...
Fue otro obispo prior, Remigio
Gandásegui, el que el martes 10 de septiembre de 1905 consagró esta nueva
iglesia para las religiosas que heredó después, en 1927, la Compañía de María
al comprar la totalidad de la finca y sus contenidos por un monto total de
trescientas mil pesetas.
Como curiosidad, en el ángulo oeste del
recinto del Colegio, existió una casa de planta baja y alta con jardín adosada
a la tapia donde confluyen el camino (hoy calle ) del Calvario y el paseo de
Carlos Eraña, que los Marianistas dejaron en usufructo al antiguo capellán de las
monjas hasta su muerte. Precisamente en los últimos años setenta el propio
Eliseo Mata ocupó esta vivienda y cuidó de su frondosa parra de la que llegó a hacer
vino casero (¡cuántas lagartijas hemos cazado en aquel corralón!) hasta que se
trasladó a la segunda planta del ala sureste del edificio principal junto al viejo
laboratorio de Ciencias Naturales.
La factura de la capilla realmente era
un pastiche neogótico realizado con materiales de mucha sencillez, construida
en sólo catorce meses, y sin más ánimo que la funcionalidad, sin alarde alguno.
Cuatro ventanales apuntados (14) se
orientaban entre media docena de contrafuertes (9) hacia el porche de las
cocinas (19) y hacia el resto del frondoso jardín (17) que hoy no luce el vigor
de tiempos pasados.
La decoración de los muros no exhibía
más que las catorce estaciones de un vía crucis (18) en bajorrelieve y vetustos
ventiladores incapaces de aliviar en los meses cálidos las altas temperaturas
de La Mancha. Unos primitivos radiadores de hierro fundido tampoco los rigores
de la temporada contraria.
Las bancadas (15) se separaban del
presbiterio (B) con dos sencillos pasos (16) que aupaban el altar y su ara (12)
a un ligero nivel preeminente, al que se encaramaba aún más el oficiante (no los
concelebrantes ni los acólitos) mediante una tarima (13) de poca superficie en la
que hemos visto trastabillar a más de uno y a más de dos bajo el eje del
sagrario (8). El tablero de mármol del altar disponía sobre el mantel de cojín-atril
y de dos tríadas de velas apostadas en los extremos. El olor tras apagarlas al final
de las misas todavía reverbera en los trasteros de nuestra pequeña historia.
La configuración del espacio era tan
simple como un ambón portátil (11) que podía ser puesto también del lado de la
epístola, un gueridón (10) para dejar los aperos del culto y tres hornacinas en
la mitad superior (7) de los tres muretes, que alojaban sendas estatuas de bulto
redondo, de izquierda a derecha, del Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen con el
Niño (conservada cuidadosamete por el presidente de la Asociación de Antiguos
Alumnos, Alfredo Muñoz Lorca) y San José con el Niño, en la actualidad
diseminadas por otros destinos.
Entre la Virgen y el sagrario, que era de
labrado plateado con puertas correderas, presidiendo, una Crucifixión. Junto a
la puerta izquierda de acceso a la sacristía (A) el candelabro suspensor de la
vela roja para denotar al Santísimo.
El espacio que ocupaba esta sacristía
era amplio, con dos ventanas (1) al jardín y al edificio ya desaparecido del
chalé, junto al crematorio donde jugábamos entre la hojarasca con fragancia a humus,
que en el pasado ocuparon religiosos como don Pío Segura-Jáuregui Uriarte sm. Tenía
dos amplias cómodas de pesados cajones, una para lencería de altar (2) donde se
guardaban también otras cosas como las cestas para la colecta, los misales,
leccionarios, el joyerito con la llave del sagrario y tanto las formas de pan ácimo
como sus recortes traídos de las Carmelitas, preciados trofeos para los monecillos;
y otra para revestirse (3) y para almacén de las casullas de guitarra más
valiosas y para las desusadas capas pluviales.
A espaldas de esta cómoda principal estaban los
armarios roperos empotrados (4) para albas, estolas, roquetes y sotanas, y
también para velas, vinajeras y muchos otros efectos, como los apagavelas de mango
largo.
Embebidas en ambas paredes laterales, como
se ve en la fotografía a través de la puerta derecha, hubo otras tantas
alacenas (28) provistas de puertas esmaltadas en marrón.
La esquina más curiosa de la estancia, que
coincide aproximadamente con la base de la actual tumba de la Capilla de los Mártires
(comenzada el viernes primero de Agosto de 1997, terminada a finales de marzo
de 1998, tras sólo ocho meses de obras, e inaugurada el viernes 18 de septiembre
por el obispo Rafael Torija), era la del lavabo canónico (6), bajo el que
estaba la piscina (5), que no era más que la baldosa del suelo del rincón que
podía levantarse tirando de una argolla. Al hacerlo quedaba al descubierto el
terreno y era allí donde se arrojaba el agua de haber lavado los purificadores
y corporales, es decir, los paños que habían estado en contacto directo con las
hostias y el vino consagrados. Rito bonito donde los haya.
Por último, sobre el lavabo,
parcialmente alicatado de baldosín cerámico blanco, lucía un cuadrito, como en tantas
otras sacristías, con la oración para musitar mientras se lavaba el oficiante
las manos antes de la eucaristía: "Cum lauat manus, dicat: Da, Domine, uirtutem
manibus meis ad abstergendam omnem maculam; ut, sine pollutione mentis et corporis
, ualeam tibi seruire". Quién sabe: a lo mejor acabé dedicándome a la Filología
Clásica por culpa de esta frase.
Qué pena que en los años setenta hacer una
fotografía fuese un hecho tan extraordinario. Un carrete de treinta y seis duraba
lo que todas las vacaciones de verano. De hecho en nuestra tierra seguimos
diciendo tirar una foto. Este paseo por el tiempo a base de retina y neuronas
hubiese sido sin duda mucho más completo e ilustrado de haber tenido la facilidad
de desenfundar un smartphone.
La demolición del templo ocurrió a lo
largo del lunes 14 de julio de 1997 (exactamente 33.964 días después de aquella
otra tórrida jornada de 93 años antes) a cargo de la empresa encargada
igualmente de la ejecución del nuevo tabernáculo, la constructora de Eusebio García
del Castillo, quien conserva de ambos procesos una película ya histórica de hora
y media de duración en formato doméstico Super-8 cuyo resumen tenéis en el
apartado de al lado en esta misma web.
Antonio
Gómez Bernal (promoción 1984/1985)
FUENTE:
http://marianistas.tk/
La capilla, curiosamente dado el historicismo de la misma, era un proyecto de Santiago Rebollar.
ResponderEliminar