sábado, 4 de febrero de 2017

LA PLAZA MAYOR


La Plaza Mayor en la segunda década del siglo XX

No, la feria no está en la Plaza Mayor. Hace muchos años se la llevaron de allí el alcalde Pepe Cruz y la coloco bajo la olmeda frondosa del añejo “paseo de Alarcos”, convertido en principal del entonces reciente Parque de Gasset. Fue, en aquellas fechas, un gran acierto, como ahora seria buscarle otro acomodo propio y arbolado. Así se evitarían los “trepes” que sufre el hermoso y necesario vergel que no tiene tiempo suficiente, en los otros trescientos cincuenta y siete días restantes del año, para reponerse de tantas injurias sufridas en los  días  de feria y en no sé cuantas otras, de cuantos otros, de asesinas y desgarramientos atroces.

Hace poco, cuando era alcalde Pepe Navas, hizo en la plaza, aunque incapaz ya, las batallas de flores con tal de no podar los árboles del parque si había que darle cabida en él.

Fulguró la plaza –según me dijo el arco del Ayuntamiento viejo- y más se acicaló y alegró como homenaje a la exquisitez espiritual del alcalde “arborófilo” que recordar sus pasados tiempos. Como me lo contó, te lo cuento. Y me pregunto: ¿sabes tú que hiciera de malo, para que lo ajusticiaran, crueles, este año, el hermosísimo olmo que daba sombra y verdor entre la Lentejuela y el grupo escolar Eraña?

Desde que, en lo remoto, dejó de extenderse la feria por el Pilar, la calle de las Bestias –hoy Mejora- San Pedro y las calles de Ballesteros y de la Mata, se guareció en la plaza y desbordó por la calle que lleva el nombre de ese acontecimiento ciudadano. Mira si, a sus años, al cabo de los siglos, al perder la Feria, cuando la trasladó Pepe Cruz, parecía sentirse mustia la Plaza Mayor.

Mañaneros conciertos; globos grotescos; cucañas infantiles; infantiles carreras de cintas; cabezudos y gigantones astrosos; beborroteo y vocerío en mañanas de días de toros, fútbol, de mercado de ganados; bombillas… y pare Ud. De contar, es lo que queda quitando el rato señorial e impresionante, de recorrerla, maternal, la garrida Morena de la Catedral pisando regueros de cera y de luces que le van encendiendo seis o siete mil almas agradecidas.

Cualquiera os contaría el colorido de la feria placera de principios de siglos. Además, como era un acontecimiento en la soñolienta vida anual, colmaba las columnas de los periódicos locales “El Labriego”, “La Tribuna”, “El Pueblo Manchego”, “Vida Manchega”... con relatos y vistas. En ellos puedes verla y leerla. Todavía, cada año, los diarios sacan a relucir estampas del pasado.

 
Así eran los soportales de piedra de la Plaza Mayor, que fueron sustituidos por otros de hierro en la primera década del siglo pasado

Por eso, más curioso sospecho ha de ser husmear en el cofrecillo de recuerdos de la plaza, que no pocos, ni faltos de gusto serán, los que tengan coleccionados como consecuencia de tan dilatada vida y de su privilegiado enclave en el centro de la ciudad y sitio de confluencia de los antiguos y populosos barrios moro, judío y cristiano.

Con la veneración que merece lo viejo, vamos a alertar algo, que todo sería mucho; imposible.

En un papelote se lee: “En aquel tiempo no tenia plaza esta ciudad. No se dejaba ver más que los arcos viejos para la salida de tres calles: la de Toledo, tomando línea recta del mesón de la Fruta; calle de Caballeros, en recta línea, por la Alcaná, barrenando por medio a descender por el arco medio, y la calle de Santa María o de la Luz subía recta tomando línea a la del Parador con salida a los Arcos. De modo que para descubrir el terreno donde se disponía el hacer la plaza cortaron los edificios, a línea, por el frente de la Alcaná, despejaron de escombros de edificios y quedó corriente el terreno donde se hizo, sin empedrar, con portales con postería de madera con basas pequeñas de piedra, de desigual altura, y sobre ellas las casas con corredores, ventanas y balcones de madera y variada forma”, según capricho de sus dueños que eran, en su mayor parte, monasterios, iglesias y obras pías.

Quiso el Ayuntamiento, en 1728 –otro escrito, lo aleja al 1621-,  uniformar y embellecer el recinto, pero, como los gastos no eran livianos, los dueños movieron el Vicario Eclesiástico a amenazar con excomunión a los maestros que tal hicieran. El Ayuntamiento, en vista de ello, recurrió al Sr. Arzobispo de Toledo quien autorizó la obra sin excomuniones, en 1744, y se renovaron los tres arcos cabecera de la calle de Arcos –actualmente del General Aguilera-; se empedró la plaza; se pusieron pilares de piedra; en vez de los postes de madera, y cerraron la plaza volando arcos al comienzo de las calles afluentes. Así, siguiendo la pauta  de las de su época, la plaza amplia y rectangular, con el Ayuntamiento en un rincón del testero fronteros al de los tres arcos, fue zoco, mercado y mentidero y marco adecuado de fiestas populares, como, más antiguamente, lo fuera también de autos de fe, tal que el efectuado el 15 de marzo de 1484, aparatosamente preparado.

Pingues ganancias producía a la clerecía el alquiler de las ventanas y corredores en días taurinos y a fe que se prodigaban en pueblo, como el nuestro, tan aficionado a esos festejos.

 
Durante siglos la Plaza Mayor fue lugar de mercado, en la fotografía un arriero de Piedrabuena, Germán Segovia, vendiendo gallinas en nuestra Plaza

Fijos eran los que se celebraban los días 15 y 16 de agosto, y, entre otras corridas famosas, se citan…, pero es preferible lo leáis en otro lugar de este número de LANZA relatado en galana forma por D. Dulce Néstor Ramírez, como, igualmente, el incidente recio y sonoro habido, en 1640, entre el Corregidor y el Vicario a costa de un sitial y un almohadón carmesí utilizados por esta ultima autoridad para presenciar los toros y que pareció al Corregidor solo podía usar la realeza.

Para encerrar, las reses se habilitaba la Alcaná, que era… Leemos: “Un sitio en donde está el comercio de la ciudad. Es un callejón angosto con dos puerta: una a la Plaza Mayor” –en el sitio ocupado hoy por el Bar Manolo- “y la otra frente a la calle caballeros, después de cerrar cada uno su tienda se cerraban las dos puertas del callejón dejando a dos alanos para mayor seguridad del comercio. Tenía por su patrono a San Antonio de Padua” cuya efigie –añado yo- aún se conserva en el estrechísimo portal de la casa número 9 de la calle de la Feria que es la salida de la antigua Alcaná frente a la calle de Caballeros.

El siglo pasado, según proyecto de Don Cirilo Vara Soria, construyeron el barroco Municipio sobre el antiguo Pósito y tres arcos de entrada a la plaza. La primera piedra la puso, el 1868, el Gobernador Civil don Agustín Salido. Las fachadas de las casas sufrieron la reforma uniformadora, de acuerdo con la hechura del Ayuntamiento, que conservan en su mayoría. En el centro de la plaza se elevó la fuente monumento a Hernán Pérez del Pulgar.

La construcción de la plaza propia para los toros arrebató este festejo a la Mayor, que siguió despertando cada día como ruidoso mercado de carne, de queso, de cazuelas y albarcas, de albardas y cencerros, de ristras de ajos, de carros de sandías de Tomelloso y melones de Carrión y tomates de la Aldea, de pan y buñuelos, de sardinas de cuba y frescas mal olientes…, de oferta de obreros parados al sol…, y, horas después, prebendados pacíficos pasean por “los portales de los curas”. Los de acá, hervían de ir y venir de gente en el vespertino paseo, decimonono, de compras, sin comprar, y de cruces, disimulados, de novios románticos retrasados.

Don Ceferino Sauco, en 1910, hizo mercado nuevo ahí cerca, y, con buena intención y censurable acierto, cortaron los arcos de entrada a las calles; cambiaron los pueblerinos y bien ambientados postes de piedra por feas columnas de hierro fundido; añadieron antiestética marquesina, y empezó a romperse la modesta uniformidad de las fachadas, con dos o tres modelos ampulosos de escayola. Escapó la feria, como antes los toros y el mercado; cerraron las tres típicas posadas; se abrieron bares donde hubo panaderías, y huele a gambas a la plancha, disimuladoras de fetideces de marisco averiado, y en el centro clavaron arbolicos de casa de muñecas, entre luces potentes, empedrado menudico y liliputiense e insípida fuente donde estuvo la grande de Hernán Pérez que pasó  al Pilar, a principios de siglo, y concluyó en unos dragones, metidos en mechinales de cemento, vomitando ovas, cuando pueden, en el remoto pilancón del Parque.

 
La Feria y Fiestas de Ciudad Real se celebraron en el centro de la ciudad hasta 1916, esta fotografía es de Vida Manchega de la Feria de 1912

¡Ah, escucha!: Olvidaba decirte que el Ayuntamiento viejo se construyó, en las casas confiscadas al judaizante Alvar Díaz, con autorización de Isabel, la Católica, cuando estuvo aquí, en 1484.

Que lo empezó Manuel Valenzuela, pero, en 1526, para rematarlo, hubo de hacerse, con la venia de Carlos I y doña Juana, un reparto de ciento veinte mil maravides.

Que tenía corredor de madera y una capilla dedicada a la Purísima y consagrada en 1528. Repara si tiene importancia, como acuerdo, el retablillo dedicado a  Ella en los portales y quizá colocado bajo la antigua capilla.

Que en 1619, fue “edificado el Ayuntamiento viejo” –tal vez reformado- según reza la cartela clavada sobre el balcón. Esta fecha casi coincide con la de 1621 consignada, entre líneas, al citar las obras de reforma de la plaza que con pena de excomunión entorpeció el Vicario y que autorizó sin ella el Arzobispo de Toledo, en 1744.

Que, en 1741, le reemplazaron los postes de madera, sobre los que descansaba, por arcos, y se colocó balconaje corrido, con lo cual el Ayuntamiento adelantó tres años su reforma a la general de la plaza permitida por el Arzobispo.

Que, en 1755, sufrió daños por un terremoto.

Que, en 1765, “se quemó la tienda inmediata a la casa Consistorial por descuido de la tía comisaría tendera” y se propagó el fuego al Concejo, pero se salvó el archivo.

Que, a causa de estos dos acontecimientos, hubo de trasladarse el Ayuntamiento al caserón que, en la calle de la Mata, fue Audiencia hasta hace poco, y creo que allí permaneció hasta la terminación del actual que tu y yo conocemos.

Mucho añora la plaza sus días idos, pero más maldice la falta de acierto y sobra de nefastas obras reformadoras y contagiosas –dígalo la plaza de Daimiel- que le quitaron el regusto tan sabroso y bien guardado por las de la Solana, Villanueva de los Infantes, Almagro… y hasta por un interesante edificio de la de Tomelloso en violento contraste con su moderno y sosote Ayuntamiento.

Julián Alonso Rodríguez, Diario “Lanza”, sábado 13 de agosto de 1955, página 7.

 
El desaparecido Ayuntamiento de Ciudad Real y Plaza Mayor en los años sesenta del pasado siglo iluminados. Entonces la Plaza Mayor se llamaba del Generalísimo

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