Foto
Matos. Archivo López de la Franca
La calle que une la Plaza de Cervantes
con la calle General Aguilera, lleva el nombre de Bernardo Mulleras, médico
ciudadrealeño que nació en nuestra ciudad en la calle Calatrava el 18 de junio
de 1877, y murió también en la calle Calatrava de Ciudad Real, el 17 de octubre de 1954. Francisco Pérez
Fernández en sus “Efemérides Manchegas”, publicadas en el diario Lanza durante
1970, le dedicó una el 18 de junio del
citado año, cuyo título fue: “18 de junio
de 1877, Nace Don Bernardo Mulleras, Apóstol de la Medicina”, que reproduzco
a continuación y que nos acerca a la figura de este médico:
“Ahora
es un bar-taberna de la calle de Calatrava. Antes, hace un siglo poco más o
menos, era una casa particular perteneciente a una familia ciudarrealeña por
los cuatro costados y relativamente acomodada. Aquí, en una de las paredes,
leemos la inscripción sobre sencilla lápida: “En esta habitación nació don
Bernardo Mulleras García el 18 de junio de 1877”.
¿Recordáis
al buenazo de don Bernardo? Aún nos parece verlo con su sempiterno cigarro
puro, su mostacho de un rubio acentuado por la nicotina, su desaliño en el
indumento, su frase ocurrente y oportuna… Definir su personalidad médica es
bien sencillo: don Bernardo Mulleras fue un apóstol de la Medicina. Apóstol en
el más amplio sentido de la palabra. Ejerció únicamente por hacer el bien, sin
miras lucrativas. Todos sabemos que murió más pobre que vivió. Jamás pasó
factura ni recibo a su numerosa clientela. La pagaban –si le pagaban- cuando
querían, cobraba su sueldo de la Beneficencia y nada más. A nadie negó su
auxilio: ricos y pobres le tuvieron siempre dispuesto con su bagaje científico
y más aún con su arte clínico extraordinario y personal. Él decía siempre que
convenía dejar obrar a la naturaleza, la más sabia de todas las ciencias, y que
la, labor del médico consistía en procurar con sus recetas no perjudicar al
enfermo, sino ayudar a esa naturaleza. Con tal criterio ejerció y la verdad es
que siempre con resultados positivos.
Cuando
salía de visitar en las casas humildes, dejaba unas monedas de plata para
ayudar a la adquisición de medicinas o alimentos. Precisamente esta manera de
proceder le salvó la vida. Había sido don Bernardo Mulleras político de
ultraderechas, monárquico hasta la raíz, creyente sin mojigaterías, presidente
del Casino, diputado provincial, miembro destacado de la Unión Patriótica,
presidente de la Diputación provincial durante la Dictadura y hasta sabemos
positivamente que estuvo en contacto epistolar con José Antonio Primo de Rivera
cuando éste, allá por 1930, pensaba en la creación de un partido político “para
continuar las enseñanzas y, en su día, la obra del Gobierno de mi padre”, según
fragmento textual de una carta que reproduciremos íntegra en alguna otra
ocasión, debidamente autorizados por el buen amigo que la posee. La ideología
de don Bernardo Mulleras, que supo mantener siempre con gallardía y firmeza,
fue el motivo de su detención apenas comenzada la guerra de Liberación
nacional. El “comité” juzgador le condenó a muerte. Pero uno de los jefes de la
cheka salió en su defensa y debió decir algo parecido a esto:
-“Yo
no puedo condenar a muerte al hombre a quien debo la vida: hace unos años me
asistió de una pulmonía y todos los días, apenas se marchaba, nos encontrábamos
sobre la mesilla una moneda de un duro. Y yo estaba sin trabajo”.
Don
Bernardo, salvó la vida. Algún caso raro se dio de reconocimiento de bondades y
agradecimientos y éste fue uno de ellos.
Muchas
más cosas se podrían decir de este médico ejemplar, consuelo de todos los
humildes ciudarrealeños. Algún día publicaríamos, con tiempo y espacio, su más
detallada semblanza biográfica. Hay anécdotas, ocurrencias, frases y episodios
tan gráficos como aleccionadores. La vida de don Bernardo Mulleras no es de las
vulgares. ¡Merece la pena contarla!”
Y su padre que se llamaba Pepe, era igual de dadivoso. Cuando se acercaba la Navidad y le preguntaba a la gente qué iban a cenar algunos le respondían " Don José, nosotros no tenemos posibles.." Entonces les mandaba a su casa a recoger un pavo, con lo cual, cuando llegaba el día de Navidad y le preguntaba a su mujer, Doña Celia García, qué había para cenar. ella le respondía: "¡Has dado todos los pavos y ahora nosotros no tenemos ninguno para cenar!"
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