viernes, 8 de septiembre de 2017

VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO


 
Demolición de viviendas de la calle Ruiz Morote. Fotografía publicada en el diario "La Tribuna de Ciudad Real" el  miércoles 19 de abril de 2017

De consumarse la demolición prevista y ya anunciada del Grupo de viviendas de la calle Ruiz Morote (Arturo Roldan Palomo, 1943), estaremos en presencia de una vuelta de tuerca más en los procesos imparables de destrucción de la ciudad. Procesos denunciados en caliente en 1977, por Fernando Chueca con su trabajo La destrucción del legado urbanístico español, y donde Ciudad Real,  y su consecuente retrato, salía altamente desfigurado.


Aunque ahora pudieran acogerse para ese movimiento destructor, paradójicamente a la Ley de la Memoria histórica; toda vez que el citado grupo fue bautizado en origen, como Grupo José Antonio, en la promoción practicada por la Diputación Provincial junto al Instituto Nacional de la Vivienda. Si eso fuera así, bastaría con el cambio de nombre del grupo, como se pretende hacer con el grupo Vicente Galiana, también obra del mismo arquitecto y del mismo año.

Procesos destructivos de larga enumeración y que ya han sido expuestos en estas páginas, con forma de diferentes seriales de artículos (Del Topos al Logos y Las piedras de la memoria). Procesos que duran demasiado y que nadie es capaz de rectificar. Y cuando digo nadie, me refiero a todas esas administraciones con competencias en la intervención edificatoria, pero ajenas a la ola devastadora y más pendientes del brillo del indulto y de los galones de FITUR, del ornato banal y de la púrpura festiva que de cierto sentido común civil y urbano. Y urbanizador.

 
Fotografía del autor del artículo

El proceso destructor no necesita a estas alturas ni la justificación ausente de la excelencia edilicia ni la modestia edificatoria, para proceder a autorizar piquetas y buldóceres y sacar conclusiones polvorientas. Ahí están los casos abandonados, como los de la Casa de Cultura (Fisac), el Palacete de Conrado López en Paseo Cisneros (Telmo Sánchez), el Colegio ferroviario (Alonso Martos) y hasta el aulario de los Marianistas (Luis Moya), que sienten sobre sus muros amenazados, el aliento del acero destructor. Anoten hospitales varios, sanatorios de la memoria y Bancos desplazados.

Por no hablar de los edificios desaparecidos, piezas de Rebollar (Banco de Albacete en la plaza del Pilar), de Telmo Sánchez (Plaza del Pilar y Calatrava 2), de Arias Rodríguez-Barba (Antigua Audiencia, Gasolinera Ford) y antigua Casa de Correos (Lozano y Otamendi). Por no hablar de tanta edilicia de casas solariegas sin firma de autor conocido (Villaster, Salamantinos, Ibarrola, Torrecilla) pero igualmente excelentes edificaciones barridas por el impulso urbanizador. 

Un impulso urbanizador arribista y nuevo-rico que fue visto desde el complejo provinciano de los años cincuenta; complejo de capitaleja acomplejada que pugnaba por el torrismo (Dulce Ramírez Morales, fue el inventor del palabro), un impulso que soplaban la velas del otro ismo del momento, el desarrollismo. Un complejo que no esconde, pese a las proclamas, simples operaciones inmobiliarias de permuta de valor y de obtención de plusvalías latentes en el Planeamiento urbano.

Esto es, la simple permuta de lo sentido como viejo, por lo chalaneado como nuevo. Y esta actitud no cambia ni muta, es una constante en las llamadas Clases rectoras y en todos los equipos de concejales en ejercicio. Incapaces como han sido durante largos años en parar el pulso destructor. Un pulso nocivo y hediondo que alguna vez, ingenuamente, pensamos que se ahormarían a tiempos benévolos y más sosegados. Más racionales. Pero se ve que no. Que es preciso que todo cambie, para que todo siga igual, a lo Lampedusa.

José Rivero


 
Vista del edificio de viviendas por la calle Hernán Pérez del Pulgar. Fotografía Jorge Sánchez Lillo

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