miércoles, 25 de julio de 2018

LA PLAZUELA DE SANTIAGO


Aspecto que ofrecía la Plaza de Santiago hasta los años cincuenta del pasado siglo XX, con las paredes encaladas de la iglesia

Falta hace vaya preocupándose nuestra ciudad de volver el bello empaque que por su existencia antañona merece y que, ¡por lo que sea!, perdió, y se lo están quitando, “estucando”, con mascarilla y vinagrillos del día, su faz severa y noble y dejándola a modo de esas viejas, ridículas y mal avenidas con su longevidad, que, sin logar detenerla, ni disimularla, ni engañarse a si propias, a fuerza de alquimias perdieron el venerable respeto que a la vida dan los años, y, como monas enharinadas, pasean pellejos, en barbecho forzoso, y pelambreras de tres colores, como las galas mariposas.

Aceptemos lo nuevo, lo novísimo, pero sin ofensas a lo añejo, y, ya que tan amigos somos de invocar ejemplos ajenos, copiemos a Toledo, Ávila, Salamanca, Compostela… dejando a lo viejo quieto, seguro, digno; y sin profanaciones, y a lo nuevo convenientemente emplazado, y bello en su novismo, y así no parecerán parches sin gracia, sin arte, sin acomodo, con pecado gravísimo de no cultura, ni urbanismo, mezclados o sustituyendo o alterando, lo rancio y sabroso. Díganlo, si no, la calle de Barrionuevo y el barrio de la Lentejuela y los alrededores de la iglesia de San Pedro.

No nos parece bien, ni creo debe estar permitido, que un particular o una entidad, se crean omnímodos propietarios y nos afeen –que es lo mismo que desvirtuarnos- el paisaje urbano y castizo, tal que si se tratará de saciar un capricho o el interior del patio de su mansión en el decorado, a lo “dalidesco”, de su dormitorio. Los ciudadanos, la tradición, la historia, los propios y los extraños, merecemos se respete la unidad, su carácter, y a nosotros mismos, y lo debemos reclamar y no se nos debe negar con “alegrías” e indiferencias..., que, al fin y a la postre por lo general, cuesta menos hacer las cosas bien, que mal.

La fotografía es de la segunda década del siglo XX, y nos muestra el desaparecido atrio de la parroquia

Todo este sentir, dormido en mi, se avivó cuando, hace pocos días, LANZA lanzó la grata noticia la futura “mejora urbana de la plazuela de Santiago” –restauración hubiera escrito yo-. ¿Gracias a Dios, pensé se acuerdan de nuestras bienqueridas plazuelas tan secularmente olvidadas que hasta, en ocasiones, a pique estuvieron de desaparecer, o se toman como “aparcaderos”! Y como de largo –a través de ocho o diez años- vengo clamando por ese tan típico y antiguo e histórico pedazo de nuestra ciudad, que es Santiago –que podría convertirse, a poco que nos preocupáramos, en visitado y apacible remanso turístico provincial-, y como le tengo gran cariño y, además, me creo obligado a intervenir, casi voy a copiar, ahora, lo que en otras ocasiones escribí, pues viene como anillo al dedo, por si de algo vale a quienes han de decidir y dictaminar, cargados de competencia, sin prisas, con tino, con asesoramientos de altura, con la responsabilidad que exigen nuestras, tan repetidas, historia y ciudad, y nosotros, que el asunto no es para menos, ni es capricho rabicorto, como antes digo de rincón casero.

Y, ya que a ello se ponen, acometan también, con idénticos cuidados, la bien precisa, concienzuda y sana restauración interior del templo para que, perdiendo la moderna rocalla y los aires, adquiridos, de iglesia de misión reciente de país ultramarino, vuelva a lucir, para mayor gloria de Dios y buena memoria de los hombres que lo hicieran, sus primitivos perfil y encanto medieval. Que en Santiago estuvo nada menos que Alfonso X al fundarnos; que posiblemente fue mezquita antes que templo cristiano; que se enriqueció, en el siglo XIV, en treguas de ciudarrealengos y calatravos, con un rico artesonado, ¡que no hay modo de hacer lo descubran!..., que ha recuperado en parte, en nuestros días, su belleza externa al limpiarse sus muros de cal y al volverle las almenas su torreón con un acierto encomiable ¡Pero sobra ese atrio!

Interior de la Parroquia de Santiago en los años cincuenta del pasado siglo, con la imagen de Santiago que procesiona esta tarde presidiendo el altar mayor

¡Qué bellísimo rincón ciudarrealeño podía ser la plazuela de Santiago, el Cebedeo! ¡Nuestra plazuela perchelera! Con buen empedrado en el cual naciera hierva entre las junturas de los grandes cantos cuarcitosos; con soledad rizada con vuelos de palomas y gorriones, y tejida de vencejos; con silencio solo roto por el timón del arado arrastrado por la yunta que regresa del “piazo”, el repique del cimbarllo de San Antón, el pregón mañanero y el ir y venir de los feligreses; rodeada de casitas bajas, manchegas, bien enroñadas, sobre las que se empinaría, curiosa, la mole del monasterio de Ntra. Sra. de Altagracia, y libre de edificaciones detonadoras en ese sitio, como entre otras, el detestable mamotreto, de pan duro y azulejos, que inicia y profana tan recoleto lugar y que, por ornato de tipismo, nunca debió permitir el Ayuntamiento se eleva. Y puede que, a la hora apropiada de la anochecida, la castellana plazuela nos hiciera recordar al ingenioso hidalgo, paisano nuestro, don Quijote al ver a otro hidalgo canoso y enlutado, seco y largo, solemne y despacioso, medir y redimir, con sus paseos, el ámbito piacero y trasponer, muy luego, la sencilla portada ojival e hincándose en las grandes losas de barro cocido –con que el templo de Santiago estuviera solado- ante el altar de la Virgen de los Dolores, imagen la más castiza de María de esta iglesia, desde que desapareció la de la Blanca traída de Calatrava la Vieja, y, mucho más antes, la de la Espartería, patrona de los artesanos más populosos del barrio.

Y, por el otro lado del templo, derribadas las tapias que rodean los “panteones”, completar el encanto de aquellos parajes con el contraste de chiquito jardín claustral, escueto, jugoso y ensoñador: Un ciprés; unas lápidas, mohosas, de las que por allí estén enterradas, cubriendo los huesos humanos que aparezcan al remover los escombros; mucha hierba siempre verde, y pocas flores; un rustico asiento; una fuentecilla leve y rumorosa, y un recio crucero de piedra lisa.

Y así separando jardín jugoso y seca plazuela, castiza, castellana, nuestra, la iglesia de Santiago, el Cebedeo, restaurada por dentro y por fuera, con equilibrio loable, no tendría que envidiar a la de San Pedro apretada de bellísimo contorno florido… ni, a ambas, la de Santa María del Prado, la catedral, con aledaños frondosos y el Prado restaurado -¿cuándo será esto?- y no transformado,… y libre de “gamberros” chiquitos, porque pongan un guarda siquiera sea tan bondadoso como aquel Joaquín de nuestra infancia o como aquel Montero, padre del no olvidado don Rosario, que le “plantaba” multas a los nuestros, si tocaban las flores de los jardinillos.

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, lunes 20 de mayo de 1957

Vista de la Parroquia de Santiago en los años ochenta del pasado siglo, con la torre aun almenada de la parroquia y el desaparecido atrio 

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