jueves, 6 de septiembre de 2018

DON ÁLVARO MUÑOZ DE FIGUEROA: UN CABALLERO SIN SOMBRA (IV Y ÚLTIMO)


La casa solariega de los Muñoz, se encontraba en la actual Plaza de la Constitución, que hasta 1931 recibió el nombre de Plaza de los Muñoz. En concreto la casa se ubicaba en el solar que luego ocupó la antigua audiencia provincial y actualmente correos

Estos tres factores (apoyo del concejo de Miguelturra, devoción de los Rodero y premura por cumplir el testamento de sor Mariana) se unieron y tomaron forma en el año 1680, momento en que sor Ana Teresa inició las gestiones para obtener las licencias oportunas lo antes posible. Creyendo hacer lo correcto, siguiendo el criterio de la villa y de los párrocos de la Asunción de la que dependía la ermita de la Estrella, pidió permiso al Consejo de Órdenes para llevar a cabo dicha fundación, no haciendo lo propio con el arzobispo de Toledo. Ese fue su error. El rey, como maestre, dio su permiso y sor Ana Teresa, acompañada de cuatro o cinco hermanas, se trasladaron desde la Corte, instalándose en la sacristía de la iglesia, con la esperanza de unir todos los recursos económicos que habían conseguido, sobre todo los procedentes de la familia Rodero, e iniciar las obras del convento. Pero no contaban con la reacción del arzobispo quien, avisado de lo que pasaba por su vicario de Ciudad Real, se opuso a tal fundación, reclamando sus derechos jurisdiccionales, otorgados por el Concilio de Trento. Comenzó entonces un largo y penoso proceso legal, en el trascurso del cual moriría sor Ana Teresa en Miguelturra, con la incertidumbre del futuro de las monjas que allí permanecían.

Para desbloquear esta situación fue determinante la paciente labor desempeñada por don Álvaro, durante siete largos años, en favor de las monjas mercedarias, convertido en su representante ante el arzobispo de Toledo, apoyando las gestiones desarrolladas desde el Convento Mercedario de Santa Bárbara en Madrid. La situación llegó al límite en 1684 cuando las monjas intentaron frenar las pretensiones de Toledo pidiendo ayuda a Roma. Como era de suponer el arzobispo reaccionó negativamente ordenando a las mercedarias, en un primer momento, que volvieran al convento de Madrid del que habían venido y destruyeran lo que hubieran podido construir en la sacristía, amenazándolas con penas y castigos por su ocupación “clandestina”. Fue entonces cuando don Álvaro inició hábiles gestiones para evitar el desastre que se avecinaba. En mayo de 1686 las monjas comprendieron que debían someterse a la voluntad del arzobispo, pedir perdón y abandonar el convento, desterrándose no a Madrid sino a un convento de carmelitas descalzas, bien en Ciudad Real, bien en Malagón. Probablemente por cercanía eligieron el primero.

Mientras tanto don Álvaro, que en aquellos años ostentaba el cargo de corregidor de la ciudad, conseguía desbloquear los fondos otorgados en su día para garantizar la construcción del convento y la manutención de las monjas, requisito indispensable para obtener el favor del cardenal arzobispo de Toledo. En primer lugar impuso a renta los 22.000 ducados del testamento de los Rodero (43); después los 5.000 ducados procedentes del juro heredado por la madre sor Mariana del Santísimo Sacramento sobre las alcabalas de Ciudad Real, garantizando la operación con su propio patrimonio, que, como puede suponerse, en ese momento era muy cuantioso (44). Incluso junto a su esposa María se hicieron cargo de algunas deudas que debían particulares a las monjas, como los 11.800 reales adeudados por doña Eugenia Muñoz y Velarde (45).

Sus esfuerzos fueron recompensados. Finalmente el arzobispo Portocarrero aceptó la fundación el 19 de junio de 1687. A partir de este momento el matrimonio Muñoz-Torres continuaría demostrando su favor a estas monjas, siendo su máximo exponente la fundación en 1705 de una capellanía de 3.000 ducados sobre sus bienes (46).

D. Álvaro Muñoz también fue protector de la iglesia de Santiago

Además de intervenir en las dos fundaciones mencionadas, don Álvaro también se convirtió en protector de la iglesia de Santiago Apóstol de Ciudad Real, de la que era parroquiano. En 1681 el templo presentaba una gran quiebra en su lado norte, existiendo amenaza de ruina. Para repararlo se necesitaba emprender una costosa obra, que requería derribar todo el lado de la umbría y volverlo a levantar de nuevo, desde los cimientos. También sería necesario intervenir en armaduras y tejados, retejar estos últimos, y levantar una tapia nueva para proteger el cementerio. Por supuesto la fábrica de la iglesia no disponía de las cantidades suficientes para iniciar dicha intervención.

Como era lo habitual se mandó tasar el coste total y repartir su importe entre los interesados en los diezmos. Aun con todo, la parroquia debía ayudar con lo que pudiera.
Por ello don Álvaro Muñoz y don Juan de Aguilera Guevara, se comprometieron a velar para que todo el proceso se desarrollara correctamente, acatando las indicaciones que tuviese a bien hacer el arzobispado de Toledo, desde donde se mandaría un maestro tasador. Se obligaban también a buscar un depositario del dinero, y a llevar todas las cuentas bien claras en un libro de ingresos y gastos. Lo reparado tendría que ser lo suficientemente sólido, como para perdurar sin necesidad de reparos, por un espacio de treinta años. Finalmente ambos nobles se comprometieron a que, si la obra se hundía, no se finalizaba en el plazo previsto, o se veía afectada por cualquier imprevisto, la terminarían a su costa y riesgo (47).

Dentro de este mismo apartado de mecenazgo incluimos la fundación de un nuevo pósito para ayuda a los labradores pobres, realizada el 12 de octubre de 1694 (48).

Esta fundación, cuyos pormenores fueron muy bien estudiados por Carla Rhan, incluía un total de diez y nueve cláusulas en las que se indicaba pormenorizadamente las condiciones de los préstamos de semillas, así como su gestión por parte de un administrador, derechos de patronos y otros mecanismo de control para evitar fraudes y abusos. El 8 de octubre de 1696 la dotación inicial se incrementaría con quinientas fanegas más (Rhan, 1979: 40-41).

Por último, para cerrar este apartado, citaremos la fundación de una obra pía destinada a costear la crianza de niños expósitos. Era esta una terrible lacra en aquella época, proliferando las criaturas huérfanas de tal forma, que el concejo de la ciudad había intentado tomar medidas de urgencia ya desde 1676 (49). En primer lugar se optó por pedir limosna entre los vecinos. Al ser este medio del todo insuficiente, los corregidores terminaron por ceder sus derechos sobre ciertos ingresos menores (penas leves de justicia) aplicándolos a este fin. Don Álvaro, ante la inoperancia de todas estas medidas, al final de sus días, tomó cartas en el asunto y determinó ceder a la ciudad, para que lo aplicara a este fin, el arrendamiento de unas tierras, unos parrales, dos lagunas, unas casas y una era que poseía en Alcolea de Calatrava. El dinero debía ser gestionado por una persona de confianza, rogando a corregidores, regidores y demás cargos públicos del concejo, que miraran por el bien de esa obra pía, con “celo y caridad” (50).

Casi toda su vida, D. Álvaro estuvo unido a la Orden de la Merced

4. LA SOMBRA DEL CABALLERO

Tradicionalmente se ha dicho que don Álvaro Muñoz de Figueroa murió sin sucesión directa. En 1684 María de Torres, su esposa, que, según todos los indicios no le había dado ningún heredero, enfermó, dando poder a su marido para testar en su nombre, aunque no moriría hasta 1693 (51). En esta escritura mencionaba a un sobrino, llamado don Gabriel, que había criado en su casa, al que profesaba un gran afecto. En realidad Juan Gabriel fue hijo bastardo de don Álvaro, nacido poco antes de 1670 (52). El 12 de septiembre de 1685 el caballero consiguió legitimizarlo por Real Cédula otorgada por Carlos II. Su intención, como el mismo reconocerá años después, era que su hijo pudiera gozar de los beneficios de tal condición, pero con la limitación de heredar tan solo los bienes que su padre dispusiera en su testamento (53).

Juan Gabriel parecía ser el hijo modélico que todo padre desea tener, hasta tal punto que decidió tomar los hábitos como mercedario descalzo, adoptando el nombre de fray Gabriel de la Concepción, debiendo estudiar en el colegio que la orden poseía en Alcalá de Henares.

En 1700 desveló su faceta de escritor, componiendo un sermón panegírico en el que dedicaba unas bellísimas palabras de agradecimiento a su progenitor, prometiéndole en el futuro otros trabajos de mayor enjundia (De la Concepción, 1700, sf.). En 1703 fue nombrado comendador del Convento de Mercedarios Descalzos de Ciudad Real, el favorito de su padre (54). Don Álvaro sin duda no podía pedir más.

Pero todo se torció. Ese mismo año nuestro caballero, contra todo pronóstico, anuló la legítima dada a su hijo en un durísimo documento, limitando su herencia a lo estrictamente necesario, negándole a él y al convento la posibilidad de reclamar el mayorazgo ni sus bienes. Dos años después don Álvaro recibió un amargo pago por sus desvelos: su hijo, un fraile mercedario descalzo lector y calificador del Santo Oficio, le robó en su propia casa, huyendo con dinero, armas, ropa de cama, vajilla, cubiertos de plata e incluso un carrocín, dos mulas y tres caballos. Mucho de lo robado estaba adornado con el escudo familiar... Lo detuvieron en Zaragoza (55). El 21 de febrero de 1706 un edicto de la Inquisición ordenaba a los frailes mercedarios de Ciudad Real entregar, por estar incluido en los índices de libros prohibidos, un memorial teológico, racional y jurídico escrito por fray Gabriel de la Concepción, religioso profeso, predicador, confesor, lector de artes y teología de la Orden de la Merced (56).

Fray Gabriel de la Concepción continuó escribiendo, pero en otras disciplinas, y bajo el seudónimo de don Pablo Cecina Rica y Fergel, publicando en 1718 lo que para muchos es la Biblia de las damas españolas: la Médula eutropélica calculatoria que enseña a jugar a las damas con espada y broquel (Cecina, 1718).

Don Álvaro Muñoz Treviño Loaisa Figueroa Mexía Torres y Aguilera murió el 18 de noviembre de 1710. Su cuerpo fue enterrado debajo del altar de su iglesia de la Merced, junto a su esposa María. Todos sus bienes, capellanías, rentas, juros, ganados y esperanzas pasaron entonces a manos de doña María Catalina de Torres, nieta de su tío don Fernando, viuda de don Diego Muñoz Molina Gutiérrez de Montalvo y por tanto nuera de su querido primo y amigo don Diego Muñoz y Molina, la única Muñoz, de sangre legítima, que podía sobrellevar sobre los hombros el peso de su sombra.

Pilar Molina Chamizo (Museo de Ciudad Real). II Congreso Nacional Ciudad Real y su Provincia

D. Álvaro fue enterrado junto al cuerpo de su esposa, debajo del altar de la Parroquia de Nuestra Señora del Prado (Merced)

 (43) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Francisco de Ochoa, 1686 (14 de junio), folios 80r-81v.
(44) Ibíd., 1686 (12 de julio), folios 68r-73v. y (26 de julio), folios 56r-59r.
(45) Ibíd., 1686 (29 de agosto), folios 63r-67v.
(46) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1705 (8 de enero), folios 6r 10v. y 1706 (6 de abril), folios 104r-105v.
(47) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Francisco Delgado Mexía, 1681 (1 de octubre), folios 207r-208v.
(48) AHN, Clero, Ciudad Real, Mercedarios, legajo 1867, sf.
(49) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor, 1676 (27 de febrero), folios 121r-122v.
(50) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1706 (6 de septiembre), folios 211r-213r.
(51) Ibíd., 1684 (27 de septiembre), folios 156r-157r.
(52) ADCR, Ciudad Real, Santa María del Prado, libro de bautismos, 1663-1690, folio 119r.
(53) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1703 (18 de septiembre), folios 196r-197r.
(54) AHPCR, Hacienda, Mercedarios, Ciudad Real, libro de visitas (fragmento), siglo XVIII, folio 42r.
(55) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1705 (16 de abril), folios 96r-97r.
(56) AHPCR, Hacienda, Mercedarios, Ciudad Real, libro de visitas (fragmento), siglo XVIII, folios 45r y v.


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