sábado, 14 de septiembre de 2019

LA CAIDA DEL CASTILLO. OTRO SUEÑO DE CINE SE DESVANECE


El cine Castillo desapareció en los primeros meses del año 2008

Utilizando el lenguaje de un tráiler de película de acción bien podría decirse que un comando mercenario derribará las almenas del Castillo. Es decir, unas brigadas subcontratadas harán sucumbir otro de los bastiones en que se forjaron algunos de nuestros sueños cinematográficos. Unos sueños de aventuras, de seducción y de libertad, que fueron conformando el sustrato de nuestra existencia desde el escenario luminoso de este cine, y de otros cines, a medida que atravesábamos los diferentes tiempos vitales.

Primero fue la humilde pantalla del cine del pueblo de nuestra infancia ("Cinema Paradiso"). Nuestros ojos inocentes se abrieron como platos a las emociones de aquellas primeras películas, donde las caravanas de los pioneros del Lejano Oeste nos transportaban hacia unos horizontes infinitos a los que nunca hubiera llegado por sí sola nuestra imaginación. Previamente, el Nodo (inauguración de pantanos aparte) nos había hecho vibrar con las primeras hazañas europeas del Real Madrid, gritando a coro los goles de Di Stéfano, Gento y Puskas con la misma fuerza con que estallaban en la sala, caldeada en invierno con un chubesqui de carbón, los olés ardientemente tributados a las faenas de Antonio Ordóñez o Luis Miguel Dominguín en la plaza de Las Ventas. Pero aquel cine, el cine CEO de Fernán Caballero, donde nuestros abuelos nos invitaban a una gaseosa en el descanso, sucumbió a la despoblación causada por la emigración como en tantos otros pueblos pequeños.


El cine Castillo, a finales de los sesenta y principios de los setenta de la pasada centuria, fue el teatro de nuestros sueños juveniles. Superando en elegancia y distinción al viejo Cervantes de la calle Alarcos, la "Sinfonía N 40" de Mozart, en la versión de Waldo de los Ríos, tantas veces la música ambiental que precedía al comienzo de las sesiones, daba paso a una penumbra que, aliada con el confort de sus butacas, hizo del Castillo el refugio acogedor para tardes de domingo de los primeros amores de toda una generación, la nuestra. Una generación que también supo asomarse al balcón de la ansiada libertad desde la pantalla de aquel cine, participando en las sesiones matinales de cine fórum que coordinaba un entonces muy joven Paco Badía.

Ahora salta la noticia de que el Ayuntamiento, a lo James Bond, ha otorgado licencia para demoler el Castillo, ya parcelado en tres multicines y adaptado a las demandas de los nuevos tiempos. Como en aquellas películas americanas donde un reo pasa interminables semanas de angustia vestido del terrible color naranja que le augura un fatídico final, el cine de nuestras fantasías y anhelos juveniles ha estado un año en el corredor de la muerte sin la más mínima esperanza de ser indultado. La orden de ejecución no llega en este caso del Gobernador del Estado de Texas, sino de la Junta de Gobierno Local del Ayuntamiento de Ciudad Real. Pero, en el fondo, ambas instituciones no son sino los brazos ejecutores de una sentencia inexorable dictada por instancias más implacables y menos visibles.


Si los cines de nuestra infancia murieron como consecuencia de la despoblación causada por un flujo migratorio que obligó a trasladarse a la gente del campo a las ciudades ("Qué verde era mi valle"), los intereses económicos y especulativos hoy dominantes están matando los cines de nuestra juventud y madurez. El cine es un bien cultural y, a la vez, puede ser negocio. Pero nunca será un negocio equiparable al de la especulación inmobiliaria o al que proporcionan los grandes centros comerciales ("Toma el dinero y corre"). El Ayuntamiento de Ciudad Real ejecuta cines otorgando licencias de demolición. Pero no es el único, el de Madrid los liquida cambiando el uso de los edificios en el Plan General, de cultural a comercial o libre. Así ha cerrado aquí el Castillo, y allí acaban de cerrar, entre otras muchas, salas tan emblemáticas como las de los cines Azul, Fuencarral, Bilbao, Benlliure, Tívoli, Canciller... ("La caída de los dioses").

Sabemos que, tan difícil como pensar que el Gobernador de la película "Primera Plana", de Billy Wilder, pudiera abolir la pena de muerte en su Estado, sería pedir a los responsables municipales de la derecha española (quizá también a algunos de la izquierda) que velaran en sus ciudades por un bien cultural tan preciado como el cine, e indultaran las salas aún abiertas pero ya condenadas a desaparecer. No lo harán, porque la inexorable lógica del sistema especulativo y mercantil que domina nuestras vidas, incluso las de los aficionados a la fantasía del cine ("Laberinto de pasiones"), nos lleva inapelablemente al individualismo del Home Cinema (cine en casa), o al exilio de las áreas comerciales del extrarradio. Como esa de "Las Vías", o tantas otras en las grandes ciudades, donde, antes de acceder a un complejo de salas múltiples, atendidas por unos jóvenes inexpertos e indocumentados (en cine y en atención al cliente de cine), es obligatorio atravesar los pasillos de un centro comercial alienante y hortera que incita al consumo de cualquier cosa ("La tentación vive arriba"), pero que es incompatible con el ambiente y el entorno que requiere toda manifestación cultural, y el cine en particular. Fin.

Juan Gómez Castañeda. Diario “Lanza”, jueves 16 de agosto de 2007. Página 2 “Opinión”


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