Apartada y escondida está la cuadrada Plazuela
de las Monjas «Terreras», grande y olvidada, con su vetusto convento al fondo y
sus casitas muy blancas y muy pobres alrededor, y casi siempre desierta. Crece
tranquila la hierba entre las piedras. Una viejecita enlutada la cruza,
ligerita, haciendo ruido con su garrota y con sus ¡ayes!, para llegar a tiempo
a la misa tempranera del convento. A l amanecer, el carro de labranza la cruzó
también. Luego, la moza que viene de la fuente, y unos chicos medio en cueros y
mocosos, y un perro. El tin-tin de la campanita desparrama, de vez en vez, la
señal de los rezos monjiles. Por la tarde, una señora va de visita al Convento.
La bicha con que, como aldabón, golpea la puerta bien merece la pena de
acercarse a verla. Por su antigüedad y belleza podría figurar en un Museo...,
¡en ese Museo Provincial que tanto necesitamos en Ciudad Real!.... y no menos
merece la pena traspasar la puerta conventual para bañarse en sedante silencio
y reverberos de sol en las tapias blancas del compás dilatado y florido, con su
tapiado claustro. Lo mejor que puede depararos la suerte es la contemplación de
la «Porterita», como la llaman las monjas que la veneran, entrañablemente, en
la portería de la clausura. Es fácil os la muestre la Madre Tornera, pues sus
Cuarenta centímetros de altura bien caben en el torno. Aunque mutilada -serráronle
la corona mural que sin duda tenía- y retocada, aún tiene carácter. Y es,
seguramente, la imagen de María más antigua e interesante que hoy hay en Ciudad
Real. Debía estar en la iglesia para que sirviera de admiración a todos y
devoción de quien quisiera. Si gustáis del escalofrío de la emoción, visitad la
Plazuela de las Monjas «Terreras» la noche de Jueves Santo. Lo sentiréis cuando
se llena de luna, de luces amarillas de cera, de saetas, y Jesús pasa por ella
con toda la grandeza de su Pasión. ¡Aquel Nazareno de San Pedro! Las monjitas,
sobrecogidas de místicos arrobos, con sus hábitos blancos, como palomas
blancas, lo ven, lento y abrumado, desde las celosías del torreón conventual.
Antes de llegar a la plazuela, en la calle del Lirio, delante de pequeña y
retorcida reja, cachaño Jesús parece detenerse y mirar dentro para hacer cierta
la leyenda bonita de la conversión te la judía de Barrionuevo que allí situó
Bernabéu, el galano poeta local hace muchos años muerto.
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