sábado, 28 de agosto de 2021

ANECDOTARIO CIUDARREALEÑO: LA COCINERA Y EL OBISPO, OCURRENCIAS DEL ALCALDE, SEÑOR SAUCO DÍEZ (I)

 

Un día de mercado en la Plaza Mayor a principios del siglo XX



Ya sabemos y de todos es conocido el origen y creación, en remotos tiempos, que las ferias y mercados, que no fue otro que la venta e intercambio de los productos alimenticios extraídos de las tierras que cultivaban sus moradores, necesarios para el sustento de las familias. No ignoramos tampoco que estas ferias se instalaban en lugares próximos en las iglesias, por ser los sitios más concurridos y donde acudían las gentes en gran número a implorar con sus rezos y oraciones a los Santos de su devoción, su protección para que les concedieran la mejor suerte en el desarrollo de sus negocios y bienestar de los familiares. En síntesis, el crecimiento de los pueblos y aldeas en sus distintas épocas, unido al grado de cultura y civilización que fueron adquiriendo aquellos feriales, hicieron posible la evolución experimentada hasta el momento actual, no sin antes pasar por periodos de mayor o menor apogeo y decadencia.

Por lo que afecta a las ferias celebradas en nuestra capital, durante los primeros 30 años de este largo periodo, o sea, desde mi pubertad considerada desde los 11 a los 14 años, hasta la provecta de 75, vividas y disfrutadas ininterrumpidamente por el que esto escribe, no debemos seguir adelante, sin dar a conocer, siquiera de manera breve, la fisonomía que tenía nuestra población en aquellos tiempos, la que tenía en su haber los siguientes centros oficiales: en el orden político el Gobierno Civil; en el militar un Gobierno con un teniente coronel como jefe del reducido cuadro compuesto por diez o doce números entre oficiales y soldados administrativos; en el religioso un Obispado de las Cuatro Órdenes Militares; en el administrativo o económico del Estado, una sucursal del Ministerio de Hacienda, instalada en un vetusto caserío; en instrucción pública, tres escuelas municipales, carentes de condiciones higiénicas. En el rincón del olvido quedaba el Hospital Provincial, que fue el único refugio sanitario de todo aquel que, viniera de donde viniera, siempre tenía una esperanza y encontraba un consuelo si por desgracia necesitaba urgente asistencia, siendo un centro confortable en todos los órdenes. Como todo, sufrió una transformación tan radical, que hoy día no se parece en nada al de aquel entonces. En cuanto a la ornamentación del casco urbano y la consiguiente de calles, plazas y paseos, es preferible no hablar de ello.


En la Feria y Fiestas de Ciudad Real a principios del pasado siglo, se montaban casetas en la Plaza Mayor


Es obligado hacer un punto y aparte en elogio de los magníficos edificios, de la Diputación Provincial, que, formando un pequeño grupo de tres, no más, con el Gran Casino y la casa particular de Barrenengoa, como popularmente era conocida, en el Pilar, hoy desaparecida, fueron, en el tiempo a que me refiero, la admiración de todos.

Estas residencias fueron proyectadas y dirigidas por manos tan expertas como las del notable arquitecto, hijo de Ciudad Real, señor Rebollar.

Tampoco deja de ser curioso, el sistema empleado en el suministro de agua potable al vecindario. En aquel entonces no existía más caudal de agua, que unas cuantas fuentes y pozos llamados de agua buena, teniendo preferencia la de unos veneros conocidos por la Fuente del Arzoyal, situados en los bajos del Cerro de Alarcos. Este servicio se hacía con carácter popular utilizando en el mismo, carros-cubas y se cobraba una “perrilla” por cántaro, (los Cárdenas pueden testificar estos hechos) y también con borriquitos y cargas de cuatro cántaros que, a “perrilla” por unidad, hacían un total de dos “perros gordos”.

 


La desaparecida casa de los Barrenengoa en la Plaza del Pilar



En la Plaza de la Constitución eran instaladas las casetas de los feriantes, formando dos filas paralelas y perpendiculares a las Casas Consistoriales, de donde resultaba un paseo central y dos laterales abiertos y comunicados por ambos extremos que eran utilizados como centro de reunión pública, siendo considerados por todos como el sitio más caracterizado y ameno durante los ocho días de feria. Hay que reconocer también, con toda justicia, que, si no de una manera continuada, desfilaron por nuestros escenarios compañías de teatro de elevada categoría, con obras de gran mérito en las que intervenían primerísimas figuras de la escena. También hay que hacer constar que algunos años se celebraron como números principales de los festejos, ejercicios de aviación por afamados e intrépidos pilotos franceses, admirándolos el público por su gran exposición.

También hay que citar, que la nota más característica y  saliente de aquellos festejos, la constituían las corridas de toros, en las que todos y cada uno de los años a que nos referimos se celebraban dos, con toros de afamados ganaderos y las primeras figuras del toreo.

Debemos añadir que, de vez en cuando, y de manera esporádica, también se celebraron juegos florales, que corrían a cargo de la intelectualidad de la capital, que eran los encargados de organización, constituyendo verdaderos éxitos.

Todos estos números anteriormente reseñados, ni que decir  tiene que constituían el mayor incentivo para la atracción de forasteros, viéndose la capital invadida, materialmente de ellos, poniendo en gran aprieto el servicio de alojamiento que se hacían en masa en los paseos y plazas con verdaderas dificultades, teniendo que intervenir los agentes de la autoridad para el mantenimiento del orden.

 

José Víctor Cantos. Diario “Lanza”, miércoles 14 de agosto de 1963


Vista de Ciudad Real en 1915


No hay comentarios:

Publicar un comentario