Tras una derrota de las huestes cristianas frente a los árabes, consideró el rey Don Alfonso VI que la causa de la misma había sido la falta de protección de la Virgen, cuya protectora imagen llevaba siempre consigo y que en esta ocasión había dejado en Toledo. Y ordena a su capellán Marcelo Colino que vaya a la ciudad imperial, tome la sagrada imagen y vuelva can ella al campamento cristiano donde impaciente la espera el rey.
Colino, en compañía de caballeros y servidores de don Alfonso, se pone en camino en la diligencia exigida por el rey. A su regreso de Toledo, alrededor del mediodía del 25 de mayo de 1088, festividad de san Urbano, la comitiva real, transportando la imagen. llega a Pozuelo seco, un pequeño poblado de labriegos y pastores, anexo de A1arcos, situado en el borde mismo del camino que une Toledo con Andalucía, ubicado próximo a la actual plaza del Pilar en Ciudad Real.
Las horas calurosas del día y la sombra de unas encinas de un próximo prado, invitan a los viajeros a hacer aquí un alto en el camino y tomarse un pequeño descanso.
Los del lugar, que ven llegar al prado gente tan principal, acuden rápidos a saludar y ofrecer sus servicios a los ilustres viajeros.
Éstos, agradecen las atenciones de los labriegos y les ofrecen y comparten con ellos las viandas que llevan para reponer las fuerzas en el camino.
El cuidado y
esmero que ponen al bajar de la acémila una caja, y el respeto con que la colocan
sobre el tronco de una encina, sorprenden a los labriegos que no dejan de mirar
con curiosidad.
Observado por el capellán, les dice Marcelo quiénes son, de dónde vienen y a dónde van y qué es lo que llevan en la misteriosa caja y, tomando la llave que lleva en una cadena pendiente de su cuello, abre la caja mostrándoles la sagrada imagen. Aparecida la bellísima imagen de la Virgen ante las retinas y los corazones de aquellos humildes labriegos, primeros pobladores de Ciudad Real, se realiza un fuerte chispazo de amor de los hijos que enlaza vehementes deseos de pertenencia.
Ellos quieren quedarse con la Imagen de la Virgen y ésta, venerada durante setenta y cinco años en los Palacios Reales de Navarra, Aragón y Castilla, desde el cielo, elige el humilde y pacífico: lugar de Pozuelo Seco, en donde, bajo la advocación de santa María del Prado, reinaría por los siglos de los siglos en la ciudad que alrededor de su templo se ha de fundar.
Con la divulgación de la existencia de la imagen de la Virgen en Pozuelo seco y los sucesos acaecidos en el prado, rápidamente extendidos por aquellos contornos, multitud de fieles vienen aquí a postrarse antes la sagrada imagen de la Virgen.
Muchos de ellos,
especialmente los venidos de la ruinosa ciudad de A1arcos, levantan sus casas
alrededor del templo de la Virgen. Uno de ellos sería el hidalgo caballero Don
Gil, a quien por su comportamiento en las Navas de Tolosa, el rey había
concedido el señorío de Pozuelo seco, cambiando su nombre por el de Pozuelo o
Aldea de Don Gil.
Con el progresivo aumento de la población, aquel humilde caserío se convirtió en una aldea viviente y floreciente hasta llegar a tener capacidad para albergar incluso a reyes.
Según el historiador Lafuente, en 1244 permanecieron durante cuarenta días en Pozuelo de Don Gil los reyes don Femando III El Santo, su esposa doña Juana y la madre del rey, doña Berenguela, acompañados de su séquito de nobles y caballeros, como era costumbre de la época testimonio de la capacidad que ya ofrecía la Aldea de Don Gil.
El rey santo don Fernando muere en Sevilla el día 30 de mayo de 1252 y le sucede su hijo don Alfonso X, cuyas prodigiosas virtudes le granjearon el sobrenombre, justamente merecido, de Sabio.
El nuevo rey visita las ciudades y castillos de su reinó y, después de sus muchas reflexiones, considera que la Aldea de Don Gil, ubicada en el centro del Campo de Calatrava, es el sitio más idóneo para la fundación de su plaza fortaleza con la que llevar a cabo el gran proyecto político-religioso de su reinado. Aquí funda su “bona villa” con el nombre de Villa Real.
Un siglo más
tarde, el rey don Juan II, en premio a la fidelidad de los villarealeños eleva la
villa a categoría de ciudad, bajo el título de la “muy noble y leal ciudad de
Ciudad Real”, siguiente su aumento y desarrollo bajo el Manto protector de su
Patrona y Fundadora, Santa María del Prado.
Hermenegildo Gómez Moreno. Diario “Lanza” 14 de agosto
de 1996, Extra de Feria y Fiestas
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