jueves, 1 de septiembre de 2022

ALGUNOS RECUERDOS DEL PASADO: LOS AÑOS 20

 



Escribo de memoria, sin notas personales ni consulta de documentos: transcribiendo “vivencias” como ahora se viene diciendo.

La PLAZA DEL PILAR tenía por entonces casi el mismo perímetro que ahora. Estaba rodeada de nuestras edificaciones tradicionales a base de casas de dos plantas. Descollaban la del Banco de España, aún subsistente, la de Barrenengoa, desaparecida y ambas obras del arquitecto de la Diputación Provincial don Sebastián Rebollar, que dejó otras muestras de su buen gusto y la torre de Messía, que en este momento están derribando y lo estará de todo cuando aparezca este artículo.

Era un lugar tranquilo y recoleto. Mucho polvo en tiempo seco, mucho barro en tiempo lluvioso. Sus árboles de entonces son casi todos los que perduran. Con motivo de una mejora que de ella se hizo en 1950 con una subvención recibida del entonces gobernador civil (inolvidable gobernador e inolvidable amigo) don Jacobo Roldan Losada, siendo alcalde (inolvidable alcalde e inolvidable amigo) don José Navas Aguirre, se pensó por un sector de la Corporación municipal en talar estos árboles. Entonces, uno, el que suscribe, fue y dijo “como me toquéis a esos árboles, os mato”. Y como sabían que uno, el que suscribe, es de temperamento belicoso y desasosegado, convenció, se respetó el arbolado y se amplió.

La Plaza del Pilar tenía una pandilla de chicos: Luis, Manolo, Gildo, Fernando, Pepito, Heliodoro, Antoñito, etc. Porque cada barrio tenía su pandilla. Esto era cosa seria: la invasión por uno del coto de otro suponía un riesgo personal. Así, una vez la pandilla del Pilar se llegó hasta la Plaza de Toros. A la salida del coso, la pandilla de aquel barrio estaba apostada en las ruinas de la muralla. Se oyeron gritos muy ofensivos y siguieron las pedradas lanzadas con honda o a mano. No fue preciso oír el grito de Waterloo “sauve qui peut”, para iniciar una desbandada nada ordenada ni honrosa, que no paró hasta llegar a su territorio.

 



Esta pandilla desarrollaba actividades diversas: jugaba incansablemente y el juego dependía de la temporada: bolas, pídola, trompo: (“en tiempo de los finaos, trompos y cuerdas a los tejaos”). Se molestaba a los vecinos golpeando los llamadores de sus puertas cerradas por la noche o tirando el sombrero de quienes tomaban el fresco, sentados en un banco, en el verano, acometiéndoles por detrás, corriendo y aprovechando la escasa luz de gas. También eran objetivo de esta actividad las chicas; se las asustaban arrastrando un trapo negro con una cuerda diciendo que era una rata. Porque es de saber que había dos alcantarillas descubiertas que recogían las aguas de toda la población, una frente a los jesuitas, otra junto al árbol gordo, que constituían un albergue para estos roedores, que llegaban a tener un gran tamaño.

Tan es así, que a un vecino le degollaron dos gatos y decidió esperarlas como a los conejos, matándolas a tiros.

Otras actividades de esta panda eras más honestas: vinculados algunos de sus miembros a los jesuítas, ayudaban a Misa, dirigían desde el púlpito el Santo Rosario o leían textos piadosos, volteaban las campanas en la espadaña, a mano y cuerpo limpio, con gran riesgo y no menor emoción. Su recompensa era comer los recortes de las formas a consagrar, que ellos preparaban, lucrándose, además, haciendo arquillos con la pasta sobrante a la que añadían limón y azúcar. Y luego disfrutaban del campo de juego, al que se tenía acceso a través de dos pasadizos subterráneos, uno bajo el callejón del Tinte (hoy Ramírez de Arellano), otro, bajo la calle del mismo nombre: allí, balón, zancos, pelota vasca…

A esta plaza llegó o fue testigo de acontecimientos nacionales o locales. Entre estos últimos, son de recordar los siguientes:

Ruido de tropel de gente, con música y gritos, camino de la Estación de ferrocarril; ya se distinguen los gritos “Viva el hijo del pueblo”. ¡Viva!




Se trataba de recibir a quien, de familia humilde, había terminado con su esfuerzo la carrera de Medicina, ejercida después con brillantez.

Otro día, por la mañana, se presentan allí unos señores bien vestidos, se colocan en forma de herradura frente a un monumento, contemplados por escaso público y tras unos discursos, descubren la estatua de Cervantes, obra del malogrado, por prematuramente difunto, Coronado.

Ahora rememoramos los acontecimientos nacionales. Los chicos que reparten la prensa gritan que ha muerto Joselito. Poco antes, actuó aquí en un festival. Y poco después, llegaron las copias impresas en hojas, repartidas y cantadas por ciegos (últimos juglares o rapsodas):

--Pues que, si haces cualquier cosa mala, esta misma noche, esos mismos soldados, te afusilan.

--Vámonos a casa.

En otra fecha, pasaron por el Pilar unos señores muy serios y muy compuestos: “Y el dieciséis de mayo—en Talavera, muerte le dio— a Joselito un toro…”

Y también por entonces, los mismos repartidores de periódicos, vocean: “Y otra bomba en Barcelona”

--Y ¿Qué es una guerra civil?

--Pues que tú tienes que matar a tu padre o a tu hermano o ellos te matan a ti.

 



--Moño.

Fue por la tarde. Desfila un piquete del Regimiento de Artillería, con sus vistosos uniformes azules, fusil al hombro, bayonesa calada. En la esquina de la calle de Ciruela, hace alto, suena una trompeta y quien iba al mando de la tropa lee un Bando.

--¿Qué ha dicho?

--Que se declara el estado de guerra.

--Y ¿qué es eso del estado de guerra?

--¿Quiénes son?

-- Son las autoridades y ese señor del traje negro con un bastón es el General Primo de Rivera.

La SEMANA SANTA tenía un especial atractivo. La pandilla era unas veces espectadora, otra comparsa. Le satisfacía mucho recorrer las Parroquias para cerciorarse de la marcha del montaje de los pasos y luego el desfile de las procesiones. El recorrido de las estaciones, el Jueves Santo, lo consideraba brillante y ameno, por la abundancia de mantillas que lucían las mujeres. El vestirse para desfilar con una procesión era un encanto, que no mermaba el cansancio del largo recorrido, unos con sotana y sobrepelliz blancos cantaban una estrofa en latín: “Stabat Mater dolorosa – justa Crucem lacrimosa—dum pendebat Filio”; otros lucían la armadura de armao, muy envidiada y otros, ya en un grado superior, la túnica de penitente. Constituía esta un sacrificio, porque si hacía calor se sudaba bien; si viento se iba el capirucho o impregnaba el farol de carburo.

Y el sábado de Gloria y Domingo de Resurrección, gran alegría que solo turbaba la sombra del recuerdo de que había que volver al colegio.

Antonio Ballester Fernández. Boletín de Información Municipal nº 38, Marzo de 1972

 


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