domingo, 26 de febrero de 2023

UN HOGAR EN LA VIEJA ESTACIÓN

 



Rocío Jiménez no ha vivido nunca en una casa de verdad. Las chabolas, que ella misma ha ayudado a fabricar con materiales que encontraban en los vertederos, y a veces hasta una tienda de campaña, han sido su único hogar hasta hace solo unos meses. Es amable y hospitalaria y habla despacio, con un cierto tono de languidez en su voz, imaginando tal vez que no hacen falta más preguntas, que cualquiera puede descifrar lo que ella quiera decir con solo echar un vistazo a su alrededor y verla sonreír, pese a todo. con facilidad.

Tiene veintiún años y tres hijos, un bebe al que acuna continuamente entre sus brazos y dos más que revolotean a su lado y se ríen como ella. Rocío vive con ellos y con su marido en una de las dependencias abandonadas de la antigua estación de RENFE de Ciudad Real.

No me gustaba estar allí, en el barrio (en San Martin de Porres, donde ha vivido en los últimos tres años). Aquí estamos mejor que en la chabola. porque tenemos luz y agua y no hay ratas. A Rocío le espantan las ratas. Dice que su nuevo hogar de la vieja estación es el mejor que ha tenido nunca. Yo estoy aquí a gusto. Preferida que no me echasen de aquí. Para estar en la calle, es mejor esto, aquí tenemos más limpieza para los chicos. Cuando estábamos en la chabola del barrio había que llevarlos cada dos por tres al médico porque cogían infecciones y pasábamos mucho frio en invierno. Aquí poníamos la estufa de leña donde está mi suegra (en otra dependencia contigua) y estábamos con los chicos todo el día.




UNA CASA COMO DIOS MANDA

 

Rocío y su marido han habilitado unas oficinas de la estación antigua y las mantienen limpias y perfectamente ordenadas. Un pequeño televisor en color, un sofá azul al fondo y varias cortinas de distintos tonos para separar la zona en la que han colocado las camas, dan un aspecto inimaginable al interior de un edificio semiderruido y atestado de basuras. La joven madre no tiene ningún reparo en mostrar sus dependencias y una vez dentro no puede ocultar sentirse, a su modo, feliz. Eso sí, su sueño no ha dejado de ser por eso el conseguir una casa de verdad para sus niños. Hace seis meses no se pensaron dos veces la idea que les propuso Juana Cádiz, la madre de su marido, y se trasladaron con ella y con otros quince miembros de la familia (todos son hijos, nueras y nietos de Juana) a la estación de ferrocarril abandonada. Vi que esto estaba abierto y vacío, que se estaba derrumbando pero que lo podíamos arreglar nosotros, así que los cogí y me los traje aquí, cuenta esta mujer, que goza de una energía y una vivacidad envidiable y que es el alma de la familia.

Todos ellos vivían hasta entonces en San Martin de Porres, en chabolas que habían construido detrás de las viviendas edificadas en esta barriada que se encuentra a la espalda de Pio XII y que ocupan fundamentalmente familias gitanas. Nos hicimos las chabolas cuando volvimos de Valencia hace tres años, cuenta Juana, cuando decidimos regresar a nuestra tierra, donde hemos nacido.

Problemas en el barrio, de los que Juana Cádiz y su familia no quieren ni hablar, les hicieron cerrar sus chabolas y buscar alojamiento en otro lugar. A San Martin de Porres no quieren volver de ningún modo. No, no, fuera de allí, en ese barrio no quiero nada, dice casi espantada.

Juana y su marido, enfermo, y tres de sus hijos con sus respectivas mujeres y nietos viven en lo que fue la Gerencia de RENFE durante muchos años. También ellos han habilitado las oficinas y se han montado una casa casi en toda regla. Los matrimonios se han dividido las habitaciones y algunos comparten sus comedores, en los que tampoco falta la tele, ni los sofás, ni una vajilla de platos perfectamente colocada en unos estantes.




DEMOLER LA VIEJA ESTACIÓN

 

La familia de Juana sabe perfectamente que el edificio que ahora habitan va a ser demolido en los próximos meses. RENFE y el Ayuntamiento de Ciudad Real tienen previsto un ambicioso proyecto urbanístico para la zona, que incluye la construcción de mil viviendas en los terrenos que antes ocupaban las vías y la estación del ferrocarril. Si esto lo derrumban que me busquen algo para meterme. No puedo irme a la calle, mi marido está enfermo y tenemos muchos niños. Yo solo pido una casa como Dios manda. Nosotros también tenemos derecho a tenerla. Queremos vivir como las personas, explica Juana.

Los okupas de la estaci6n han recibido varias veces la visita de responsables municipales acompañados de policía local que les han pedido que desalojen las dependencias. No tenemos donde ir, al menos que nos den un solar (no en San Martin de Porres, advierten) para que podamos construirnos al menos otra chabola mientras nos dan una vivienda, si no tendremos que hacer fuerza sin más remedio. Peor, voy a estar en la calle con las camas y todos los trastos que tengo.

Casi todos se dedican a la venta ambulante. Ahora tenemos los melones y cuando no, vamos a los vertederos y compramos chatarra para venderla. No tienen ingresos fijos y eso dificulta en gran medida sus posibilidades de acceder a una vivienda, aunque sea de protección pública.




NADIE QUIERE ALQUILAR UNA CASA

 

Damiana Sánchez también vive en una de las dependencias abandonadas de la vieja estación de Ciudad Real. Ella llegó hace solo tres meses con su marido. Antes vivíamos donde pillábamos, estuvimos algún tiempo en los locales del cuartel de los soldados, pero nos echaron de allí y nos encontramos aquí un buen sitio. No tengo otro donde meterme.

El drama de Damiana es mayor aún si cabe. Su inestable situación ha obligado a internar a sus siete hijos (la mayor de dieciséis años y el más pequeño de solo nueve meses) en un colegio de Ciudad Real que les garanticen unos cuidados mínimos. Me han dicho que si encuentro una casa donde tenerlos puedo llevármelos otra vez, porque ellos incluso me ayudarían a pagar el alquiler y a mantenerlos, pero nadie quiere alquilarme una vivienda porque soy gitana.

Damiana también asume con cierta resignación que pronto su nuevo hogar va a ser demolido y tendrá que volver a dejarlo. Entre tanto dice que no puede perder la esperanza de volver a tener con ella a sus hijos. Fíjese si eso es duro para una madre, dice con la voz entrecortada. Además de estas familias, detrás de la valla, en lo que fueron los almacenes ferroviarios se han instalado más personas que en las últimas semanas (algunos se han quedado tras las fiestas) han llegado a la ciudad. Algunos son portugueses y otros marroquíes. No piensan quedarse demasiado tiempo y no han establecido ninguna relación con las personas que llevan más tiempo y les miran con cierto recelo.

 

Revista Bisagra Nº 291 del 29 de agosto al 4 de septiembre de 1993




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