martes, 28 de abril de 2015

LA DISCIPLINA MILITAR. DOS FUSILAMIENTOS EN CIUDAD REAL. 28 DE JUNIO DE 1880



Cuentan las viejas crónicas, que la alegría del sol no bastó a desvanecer la tristeza del ambiente y de las almas.

Desde bien temprano las gentes abandonaron sus viviendas, para inquirir desasosegadas y piadosas por última vez. La misma interrogación pendía de todos los labios, “¿No ha llegado el indulto?”.

Rigorista, un tribunal había aplicado todo el peso de la ley, a dos desventurados. La vida que Dios le dio, en nombre de la ley, dispondrían de ella los hombres. Grave como el delito debería ser la pena. En un momento de inconsciencia, llevados por un pronto de loca ignorancia, un cabo y dos soldaditos, de guardia en el presidio de Almadén abandonaron el sagrado deber que se les confiara y ya que se creían libres, perseguidos por la Guardia Civil hicieron frente a la fuerza armada.

Se les condenó a muerte, en Consejo sumarísimo.

Al amanecer tocaron diana las trompetas. En el Cuartel de la Misericordia, los soldados del regimiento de Garellanos, entonces en guarnición en nuestra ciudad, uniformados como en días de parada aguardaban el instante doloroso. A todos ellos le sonaban en los oídos, como golpes de martillo, las palabras del Código militar: “Pena de muerte y otras penas mayores”.

Diputados y senadores, las fuerzas vivas de la capital y de la provincia, habían elevado mensajes al Rey, en súplica de perdón.

Y lo hubo, para uno de los tres sentenciados; aquel que cometió el delito a impulsos de los otros. Horas antes de la hora de la ejecución se le separó de sus compañeros, para comunicarle el Fausto suceso, pretextando su conducción a otro lugar por ser de sobra reducido el de la capilla. No lo creyó así uno de los reos, el cual al ver partir al indultado volviéndose hacia el que con él habría de sufrir el trance supremo, dijo: “Este, va indultado”.

Media hora antes de le ejecución, el Regimiento de Garellano, al mando de su coronel y con bandera y música, partía del Cuartel de la Misericordia y en llegando a sitio próximo a la portada de la Plaza de Toros, lado de la Puerta de Toledo, el corneta de órdenes ordenaba alto. Durante el tránsito, el algarero pasacalles militar sonó en los oídos de la gente á marcha fúnebre.

El Regimiento Garellano se creó en Ciudad Real, pasando posteriormente al País Vasco donde sigue residiendo actualmente

Los reos fueron por su pie, entre un piquete de soldados con bayoneta calada, auxiliado por varios sacerdotes. La gracia de la prerrogativa regia no les alcanzó. No hubo para ellos misericordia.

Jóvenes y viejos lloraban. La muchedumbre habíase congregado en el lugar de la ejecución, y todos los corazones latían el unísono por idéntico sentimiento de piedad; todos los pechos suspiraban agitados por la misma intensa simpatía.

El dolor y el amor hermanaban a todas las almas. Solo la ley permanecía fría, hermética, inflexible.

A las siete en punto se destacó el piquete del resto de la tropa, y previas los preliminares de rigor, una descarga de los que fueron sus compañeros, puso término a las vidas de los infelices soldados.

Abatidos, sintiendo honda pesadumbre, tristeza infinita, dolor sincero, regresaron los vecinos de la ciudad manchega a sus viviendas. Apenas transitaron gentes por las calles aquel día; se hablaba en voz baja, como en las noches de duelo. A su cuartel regresó el regimiento de Garellanos, con la marcialidad de siempre, erguidos los soldados, con la frente levantada y el pecho fuera. Sonando en sus oídos las frías palabras del Código Militar: “Pena de muerte y otras penas mayores…”

En las murallas de la ciudad, a unos cuantos metros de la puerta de Toledo, todavía se advierten las cruces de los fusilados.

¿Vivirá algún indultado? Conmutada le fue la última pena por la de cadena perpetua, y beneficiado por otros indultos luego, a los diez años volvió a la ciudad a expresar su gratitud al pueblo generoso é hidalgo. Las gestiones que hizo un día aciago le salvaron la vida.

Si vive el superviviente del triste y ejemplar suceso, ¡como se acordará de aquel momento de locura que les hizo quebrantar la disciplina de soldado y el deber ciudadano, y cómo se estremecerá su espíritu al recordar las terribles horas que estuvo, en la capilla, umbral del sepulcro, antesala de la ejecución!

Soldados de hoy, y mozos que mañana seréis soldados: No olvidar el suceso; haced que jamás se entivie en vuestro pecho “la interior satisfacción”…

ISAAC ANTONIO (EL PUEBLO MANCHEGO Año VII. Número 1937 - 1917 junio 28)


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