miércoles, 4 de octubre de 2017

CUMPLIENDO UN DEBER



¿Te acuerdas, casa de la Torrecilla? Este verano pasaba junto a tí viendo, en un periódico, dos fotografías del mismo trozo de una carretera, -con árboles antes, sin árboles hoy-. El artículo a que correspondían las fotos era de Fernández Flores y, cuando llegué, leyendo, a aquello de “ellos tienen el hacha y nosotros la razón”, tu lo iluminaste con un rayo de sol que, escapado del encapotado cielo, recogiste en un trozo de cristal de los ojicos, rotos, de tus ventanales y me lo enviaste reflejado. No di valor alguno a tu broma cegadora.

El otro día traía LANZA la noticia del último acuerdo de la Excma. Diputación de ayudar a las obras de embellecimiento de San Pedro subvencionándolas con la cantidad, o más, que pusieron como valor a tu cabeza, digo, a tu verticalidad y propiedad, y me alegró sobremanera la noticia esperanzadora.

Pocas fechas después, leo los comentarios a ese acuerdo. Te llaman fea –porque te han embadurnado- y antiestética – es un respetable parecer, aunque no compartido, –Nosotros te llamamos bonita y armoniosa- que es otro parecer respetable y también no compartido con algunos-.

Tiraron “los zancajos de Fernando VII”; dicen “conservar la espada del Rey Santo” y, a lo que se trasluce, apetecen el hacha. ¡no!, la piqueta demoledora. Nuestro bagaje, casa de la Torrecilla, ya sabes cuan elemental es: los pies también descalzos y limpios; la debilidad de nuestro brazo, para manejar espadas gloriosas, y el sentimiento “sentimental” de la razón… ¿Ves, ahora sí que doy valor a tu guiño amistoso aquel.

Y tú, si, si, lo sé. Tú tienes muchas razones que poner en el platillo de la balanza de tu defensa. Ya lo sé. Sé que eres la casa particular más antigua y bonita que le queda a Ciudad Real; sé que fuiste donada a la Parroquia de San Pedro, en última y solemne voluntad, por el sacerdote bueno y más sabio e insigne historiador de la capital y de su provincia, por don Inocente Hervás Buendía, para casa parroquial y dependencias de ella, y fuiste aceptada, como donación, hace cuarenta años, con todas sus consecuencias; sé que si estás quebrantada no es por ti, es porque descuidaron tu cuidado; sé que los meses pasados, para tener lo que el donante consiguió que fueras: casa Parroquial y sus dependencias añejas, dieron precio para enajenarte; sé que, hace unos días, la Excma. Diputación, en acuerdo altruista que la honra, concedió la cantidad, colmada, en que cifraron tu valor en venta, y sé que, ¡cosa curiosa y dolorosa! Que esa cantidad que lograste en buena lid, para ti, tras no llevarte a otras manos, no servirá siquiera para repararte como mereces, -no para reedificarte, pues dejarías de ser tú- pero sí para emplearlo, entre otras cosas, en que la piqueta inclemente, golpee con holgura hasta hacerte solar… para edificar sobre él, casa parroquial y sus dependencias.


Lo sé todo. Se tus ansias y siento tu tragedia. ¿Es posible y justo te ganarás tu propia ruina? ¿No se sentirá defraudada la munificente Corporación Provincial? Sería deseable conocer su opinión. Solo acierto a explicarme ese deseado proceder admitiendo un decidido, cerrado propósito, morboso, que parece fobia, de echarte abajo a todo trance. ¿Qué mal hiciste para ser tan malquerida? Y se me ocurre preguntarles: ¿Es que no puede aunarse y armonizarse tu airosa permanencia, tu venerable senectud, recuerdo del pasado y regalo para el porvenir, con las más modernas, amplias y elogiables necesidades parroquiales y con el ornato indudable, bien  deseado y preciso, que adquirirían los alrededores de la iglesia de San Pedro –del cual tú eres florón valioso- limpio de esos, sí que feos, caserones que, en parte, la circundan, y bendición merecen los que pensaron en quitarlos?

Piensen, mediten, serenamente, las entidades parroquiales y las autoridades vigilantes, y surgirá ¡claro que sí!, la solución ansiada, sin estragos para la casa de la Torrecilla rica, ahora en su vejez, a fuerza de más trabajos que si hubiera ido al concurso del medio millón de “gallina blanca”.

Para todo problema se encuentra adecuada solución si con fe, con buena voluntad, con cariño, con interés, sin perjuicios, sin asperezas ni fobias, se busca. Ahí tenemos a la vecina e imperial y primada, en lo eclesiástico, ciudad de Toledo, cuidadosa ejemplar e intransigente de su pasado, íntegro, que todo lo resuelve sin la menor merma, y eso que cualquier dilapidación podría tener disculpa en quien posee tesoro sin fin, ni cabo.

Si, casa de la Torrecilla, sin zancajos; con espada; con bien sentido sentimentalismo; sin piqueta; con razón; con sumo elogio para los que lo hagan; con la bendición de Dios y de los hombres, para el futuro y en el presente, puede nacer de ti, como parte integrante de todo, con cómodo, suficiente, digno y moderno acomodo ¡claro que sí! El más plausible, ambicioso proyecto de vida parroquial que San Pedro desea.

Autoridades de mi tierra y señores de la Junta Parroquial de San Pedro, indulten ese único plurisecular, edificio  particular nuestro. Por nuestro buen nombre, al menos.


Y conste, por otra parte, que salvo ser un ciudarrealeño neto deseo la pervivencia de ese edificio, como parte integral de nuestro viejo aderezo urbano, que tan poco, o tan mucho a mucho, va caducando hasta casi ser nulo en la actualidad, lo que acrecienta las tronías deprimentes y mal reprimidas, que parece nos complacemos en que se vayan convirtiendo en justas; que salvó la pena de ver como pierde personalidad nuestra ciudad y va naciéndose gris, el más feo de los colores, el de la penumbra, el más usado para aguantar manchas, no me mueve otra cosa, en los momentos actuales, para defender la casa de la Torrecilla y hacerlo hasta el fin, que el cargo de “cronista oficial de la Ciudad” que, sin merecerlo, pero muy apreciado desde que, rechazado públicamente, me lo impusieron. A lo automáticamente, me impuso la obligación ineludible, aneja al cargo, de defender el acervo histórico, artístico, emocional, bello, de mi ciudad y nunca deserté de mis obligaciones, quizá porque, como dice Hipócrates cuando invoca a sus dioses y jura fidelidad a su ciudadanía; a su pasado ya su presente; a los deberes con sus maestros, con sus hijos, con los hijos de sus maestros, con los enfermos; a la moralidad de ciudadano, discípulo y maestro; a su integridad profesional ceñida y secreta; “si cumplo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres, si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte adversa”. Buen punto de meditación, me dije, tenemos ahí, y lo tomé como norma.

Salvemos, entre todos, vuelvo a insistir con la machaconería propuesta, este trozo del pasado, la casa de la Torrecilla, sin merma para ella y para decoro, no despreciable, del cobijo de los más altos deseados y necesarios proyectos parroquiales presentes y futuros.

Y, casa de la Torrecilla, si caes, contra viento y razón, -no lo permitirá Dios, pues eres suya y quiere unirte a su gran obra- cae vertical, como los buenos, poco a poco, ladrillo a ladrillo, de arriba abajo: ¡no te derrumbes con violencia!, que dure tu caer para que el polvo que levanten tus despojos nos avergüence y suba, suba, lento, prolongado, penetrante, hasta lo alto, hasta donde mora tu donador don Inocente Hervás, y sea holocausto, incienso, para el santo sacerdote e insigne historiador manchego, neto, y el recuerdo de tu demolición, doloroso sentimental, muy sentimental, permanezca siempre vivo, y tú verás si nos debes perdonar el daño que te hicimos, y… ¡nada más!

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, jueves 9 de octubre de 1958, página 2.


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