lunes, 7 de septiembre de 2020

PLAZUELA DE LAS MONJAS «TERRERAS»



Apartada y escondida está la cuadrada Plazuela de las Monjas «Terreras», grande y olvidada, con su vetusto convento al fondo y sus casitas muy blancas y muy pobres alrededor, y casi siempre desierta. Crece tranquila la hierba entre las piedras. Una viejecita enlutada la cruza, ligerita, haciendo ruido con su garrota y con sus ¡ayes!, para llegar a tiempo a la misa tempranera del convento. A l amanecer, el carro de labranza la cruzó también. Luego, la moza que viene de la fuente, y unos chicos medio en cueros y mocosos, y un perro. El tin-tin de la campanita desparrama, de vez en vez, la señal de los rezos monjiles. Por la tarde, una señora va de visita al Convento. La bicha con que, como aldabón, golpea la puerta bien merece la pena de acercarse a verla. Por su antigüedad y belleza podría figurar en un Museo..., ¡en ese Museo Provincial que tanto necesitamos en Ciudad Real!.... y no menos merece la pena traspasar la puerta conventual para bañarse en sedante silencio y reverberos de sol en las tapias blancas del compás dilatado y florido, con su tapiado claustro. Lo mejor que puede depararos la suerte es la contemplación de la «Porterita», como la llaman las monjas que la veneran, entrañablemente, en la portería de la clausura. Es fácil os la muestre la Madre Tornera, pues sus Cuarenta centímetros de altura bien caben en el torno. Aunque mutilada -serráronle la corona mural que sin duda tenía- y retocada, aún tiene carácter. Y es, seguramente, la imagen de María más antigua e interesante que hoy hay en Ciudad Real. Debía estar en la iglesia para que sirviera de admiración a todos y devoción de quien quisiera. Si gustáis del escalofrío de la emoción, visitad la Plazuela de las Monjas «Terreras» la noche de Jueves Santo. Lo sentiréis cuando se llena de luna, de luces amarillas de cera, de saetas, y Jesús pasa por ella con toda la grandeza de su Pasión. ¡Aquel Nazareno de San Pedro! Las monjitas, sobrecogidas de místicos arrobos, con sus hábitos blancos, como palomas blancas, lo ven, lento y abrumado, desde las celosías del torreón conventual. Antes de llegar a la plazuela, en la calle del Lirio, delante de pequeña y retorcida reja, cachaño Jesús parece detenerse y mirar dentro para hacer cierta la leyenda bonita de la conversión te la judía de Barrionuevo que allí situó Bernabéu, el galano poeta local hace muchos años muerto.

Julián Alonso Rodríguez “Las plazuelas del barrio de Santiago”, revista “Albores de Espíritu”, Tomelloso, enero de 1948


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