sábado, 5 de diciembre de 2020

EL POZO DE SANTA CATALINA

 


…Y tope, a la mano diestra, mediado el camino que va desde la Puerta de Calatrava a la de Toledo, con el pozo de Santa Catalina abierto a la vera, según crónicas centenarias, de una ermita, que allí hubo dedicada a la santa.

Hoy seco y arruinado, es difícil encontrarlo. Al borde de un caminejo-calle, agobiado lo tienen casuchas de adobes, sin la alba cariciada de la cal, y panizares polvorientos, pero verdes. A un centenar de metros, no se veía, antes un muy miserable espectáculo, actual de Ciudad Real, porque solo desde hace algunos años han dado en verter allí, las basuras de la ciudad, sin duda para cegar antiguos socavones de caleras agotadas.

Al atardecerse, es deprimente aquello. El cielo cristalino, se ensucia con espirales de acres y nauseabundos humos. Recontase, en la línea recta del horizonte sobre pardo suelo, purulento de basuras, mujeres zancajosas, costrosas, sin sexo; hombres escuálidos cubiertos con pingajos sus enjutos cuerpos; jóvenes envejecidos; viejos corcovados y sarnosos; chicos en cueros de informes barrigas de Buda amasadas con cieno; chicuelas maldicientes de melenas lacias trabadas de polvo y liendres. Pocos son, peros todos escarban afanosos; buscan escogen, ¡qué sé yo qué! Y lo almacenan en capachos rotos y roñosos. Perros vagabundos, de traza hieniforme, populan husmeando carroñas. Ningún otro cuadro más duro, desolador, dantesco, miserable y bochornoso para Ciudad Real, pero no exclusivo de él, que buena replica tiene, sin disculpa para ninguno, en el corralón, apestoso, próximo a la Caleta gaditana, frontero de cuarteles y fábricas abastecido por camiones, churretosos, y antro de gentes pringosas, y en el famoso Tetuán de las Victorias, o de los basureros madrileños. Es que este problema, de limpieza e higiene, no admite soluciones parciales.

Cuando yo conocí aquellos parajes ¡eran otra cosa! El pozo de Santa Catalina, era un hito, jugoso en la llamada reseca que mira a la vieja Calatrava. El brocal tenia relejes de verdín, y seguiles de soga. Había reguerillos de agua derramada. La blanca ropa, se blanqueaba más al sol, extendida como pródiga alfombra de alegría y trabajo. En pilas de madera, brillaba el agua jabonosa. Olía a ropa lavada -¿hay algún olor más sano?- en aquel lavadero popular del barrio de Santiago. Había risas; charloteo; dicharachos; comadreos; cantos hirientes y bromas ofensivas: mozas garridas; viejas limpias, duchas en rezos y tercerías. Gañanes cortejadores se acercaban atrevidos. Un gallo negro chillaba al sol su lujuria. Borregas blancas balaban pacientes su dulce oración de maternidad, y las crías agitaban sus colas con el placer de mamar.

Detrás hornos humeando cales; un trigal cuajaba; olivos retorcidos; la Atalaya al fondo…



Apoyado al pétreo brocal chorreante; un cubo nuevo de zinc, sorbo a sorbo fresca y clara, bebí el agua del pozo de Santa Catalina que una samaritana “perchelera”, prieta y morona, cerril, guapa y sabrosa, me dio un buen día, por amor de Dios, con arrogancia y donaire ¡Agua aquella, de aquel día del pozo de Santa Catalina!

Y el caminante ¿siguió melancólico hacia el camino de cipreses que trillan con sus plantas, gentes enlutadas, que van y vienen? Quizá, iba pensando si el pozo del final de la vereda de cipreses, que riega flores de muerto, era el que cerca de la Puerta de Toledo, junto a las de otro ermitorio desaparecido saciaba la sed de los peregrinos, cuando a rezar acudían a Santa Brígida su titular…¡pero no llegó nunca, el averiguarlo!

El caminante, ¿siguió andando hacia “la huerta del escándalo”, blanca y frondosa, donde en aquella hora cantaban su rústica monotonía la noria y el grillo real? ¡Quizá el caminante pensaba en la samaritana “perchelera”, caritativa, prieta, cerril, guapa y sabrosa, del pozo de Santa Catalina!

El caminante se paró en su camino y escuchó. Las madres lavaban la ropa con agua limpia, del pozo de Santa Catalina, y los hijos jugaban al corro y cantaban:

“Santa Catalina

mañana es tu día

subirás al cielo

con mucha alegría

y dirán los ángeles:

¿Qué señora es esta?

La que cortó el ramo

de la oliva fresca”.

La paz, el trabajo y el bien andaban libres por la llanada, al pie y al otro lado de las murallas, entre las Puertas de Toledo y Calatrava y soplaban y alborotaban, rizándolas las faldillas de las niñas del corro y la ropa mojada, soleándose en el suelo; tendida sobre la hierbecilla que crecía al amparo y a la frescura del pozo de Santa Catalina.

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, viernes 15 de junio de 1951, página 6

 



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