sábado, 13 de marzo de 2021

EL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE CIUDAD REAL PRONUNCIADO EN 1957 POR FRANCISCO PÉREZ FERNÁNDEZ (I)

 

El misterio de la Coronación de Espinas destruido en 1936, titular de su Cofradía desaparecida con la Guerra Civil Española y no recuperada al término de la misma


¡Gracias! Sencillamente, gracias. Esta es la primera palabra, varias veces repetida, que debo pronunciar. Gracias a las autoridades y jerarquías que se dignan asistir a este acto que celebramos. Gracias a todos los Hermanos Mayores de las Cofradías, representados en la Comisión Permanente, por haber designado como “pregonero” de la Semana Santa de Ciudad Real, en este año 1957, al más insignificante y de menos méritos de esa brillante lista en la que recuerdo a mis antiguos profesores don Francisco Tolsada y don Carlos Calatayud, al crítico teatral y periodista Elías Gómez Picazo, a mi amigo de la infancia y paisano Carlos Ballester, a los escritores Serrano Anguita, Romero Saráchaga y Rodríguez de León,  al poeta Federico Muelas y al cronista de Ciudad Real y catedrático don Julián Alonso. Gracias, asimismo, a Cecilio López Pastor, presentador del “pregonero”, cofrade en la misma Hermandad del “Ecce Homo” desde hace tántos años, cuyas frases de elogio han sido dictadas más por el afecto y la amistad que por merecimientos propios. Y gracias, también, a todos los presentes, señoras y señores, paisanos y amigos, que formáis este auditorio benévolo y cordial, por esos aplausos de aliento con que habéis recibido a este ciudarrealeño –tal es mi mejor título- que se presenta ante vosotros más encanecido y más calvo, más viejo, en una palabra, pero con el mismo cariño al pueblo natal que he demostrado en toda mi vida.

 ¡Ah! Si no fuese por este cariño al Ciudad Real de nuestros amores, de nuestros afanes y desvelos, a esta Ciudad real que valoramos con la ausencia y defendemos cuando la censuran, a esta Ciudad Real imperfecta y defectuosa, pero amada y entrañable, si no fuese por ese cariño, repito, yo no habría tenido nunca la audacia de presentarme a decir el “Pregón” de su Semana Santa.

 

El destruido misterio de la Oración en el Huerto en 1936 a su salida de la Parroquia de San Pedro


VINCULOS ESPIRITUALES

Y como el que ama a su pueblo está forzosamente vinculado a sus más caras tradiciones, el que quiere y ama a Ciudad Real, quiere y ama hasta el frenesí a nuestra Patrona, la Santísima Virgen del Prado, y a nuestra Semana Santa. Porque estos vínculos espirituales religiosos –ya pueden decir cuanto quieran los defensores de un materialismo que todo lo explica por razones económicas-, porque estos lazos de devoción y de piedad son los que nos unen y nos atan de verdad, a través de tiempos y distncias, y por encima de los avatares políticos de la época azarosa en que nos ha tocado vivir. ¡Sí! Yo he visto venir a estos ciudarrealeños desde los ángulos del viejo pentágono peninsular hispánico, para alumbrar en la procesión de la Patrona. Y otros muchos, y, aquí me incluyo como uno más, hemos venido aprovechando las vacaciones de Semana Santa para vestir las túnicas blancas, moradas o negras de nuestras respectivas Cofradias, o a presenciar momentos como esa emotiva salida de la procesión del Silencio, a las tres de la madrugada del Jueves Santo, cuando se abren pausadas las puertas de la iglesia de San Pedro y, tras la Cruz de guía, aparece la doble fila de encapuchados mientras el sacerdote comienza el “Vía Crucis” y su voz resuena solemne: “¡Primera Estación: el Señor es condenado a muerte!”; o aquel desfile inigualado de la Hermandad de Jesús Caído, con sus estandartes y sus bandas de música,  con sus centenares de nazarenos con capas moradas, camino de la parroquia en la mañana del Viernes Santo; o ver cómo los costaleros del Cristo de la Piedad, al golpe seco del mazo de madera, colocan el paso, trono de oro cuajado de claveles grana, en la Plaza de las Terreras, dando frente al convento para que las monjas de clausura, desde el misterio de sus celosías, eleven oraciones al Señor; o la entrada de la última procesión, la de la Soledad, que no está sola porque la acompañan centenares de mujeres, mientras se percibe todavía el último eco de la última saeta… Venimos a extasiarnos con estos desfiles, salidas, entradas o momentos de las procesiones en los lugares que conocemos con solera y sabor. Allí coincidimos todos los años. Y allí nos saludamos, alborozados: “¡Como el año pasado…! ¡Y como el año que viene, si Dios quiera”!


El paso de Jesús Caído destruido en 1936


YA “HUELE A SEMANA SANTA

Es noche del Viernes de Dolores. Por las calles del barrio perchelero de Santiago acaba de cruzar, rodeada del fervor popular con hambre de procesiones, la imagen venerada de Nuestra Señora. Diríamos que ya “huele” a Semana Santa.

Estamos, pues, ante la evocación de los más sublimes misterios redentores y pronto, muy pronto, el calendario de la Semana Santa, teñido de sangre, comenzará a soltar sus hojas, que revuelan en el espacio como heraldos del trágico deicidio del Calvario. Todos los días son de Dios, pero éstos que llegan ahora imponen un recato colectivo, algo así como un retiro social, para compenetrarnos más y más con la figura humana de Cristo. La vida se repliega ahora y se contrae a los misterios de la Pasión, se vincula a las llagas del macerado cuerpo de Jesús y se adentra en su costado abierto. Hay como una eflorescencia religiosa en la altiplanicie del espíritu. Es, como decía el nunca bastante llorado Dr. D. Juan Mugueta, que “el contacto místico con el Crucificado desmaterializa al hombre y le hace más sensible a los toques de la gracia”. Por ello, el alma que se alimenta de los recuerdos de la Pasión del Señor, se eleva por propio impulso a las regiones más puras y vive más cerca de Dios.

Ciudad Real se entrega ahora a la conmemoración de estas fechas de santos recuerdos. Casi podríamos asegurar que un solo pensamiento domina en las mentes de los ciudarrealeños: las procesiones. Y una sola preocupación embarga los ánimos; la duda sobre el tiempo. Y en las tertulias, en la conversación en el simple diálogo, se habla continuamente de las Cofradías, de las nuevas mejoras introducidas, de la Semana Santa. Porque Ciudad Real, como otras ciudades españolas, ciertamente, se preocupa de su Semana Santa no sólo en estas fechas de vísperas, en las cuales lógicamente se intensifica el esfuerzo, sino que Ciudad Real quiere a su Semana Santa durante todo el año. Y cuando apenas se han guardado en los viejos arcones o en los más modernos armarios los atributos y las túnicas, los cetros y los capirotes de cartón, los mantos, doseles y barras plateadas, ya se está pensando en la Semana Santa del año siguiente. ¡Ah! Y si esto no se hubiese hecho con el entusiasmo apasionado y la entrega total de altos y bajos, de señores y de menestrales, de todos, nunca se habría podido hacer y crear, para rehacer y volver a crear lo que la desidia o la destrucción amortiguaron o destrozaron.

Estas conmemoraciones externas, estas manifestaciones en la calle del drama de la Pasión de Nuestro Señor, no diré que sean tan antiguas como la misma fundación de la Villa Real que creara el más Sabio de los Reyes, hace ahora 700 años, pero es indudable que la Historia de Ciudad Real, casi desde los mismos tiempos medievales de su existencia, va estrechamente vinculada a una exaltada religiosidad, como lo prueba la antigüedad venerable de algunas de nuestras Cofradías. Si algún futuro investigador hiciese la Historia detallada de cada una de ellas, contribuiría sin duda al más puntual conocimiento de la Historia entera de Ciudad Real.


La Hermandad del Santísimo Cristo del Perdón y de las Aguas por la calle Feria la mañana del Viernes Santo en los años veinte del pasado siglo XX


ORIGEN DE LAS COFRADÍAS

Permitid al que os habla, simple profesor de Historia, una breve disquisición sobre el origen en nuestra católica España de las Cofradías: éstas, llamadas también “Hermandades de legos”, eran asociaciones piadosas de laicos que se proponían como fines; primero, el cumplimiento más intenso y exacto de sus deberes religiosos, pero en comunidad; y segundo, prestar su cooperación al clero en las funciones y ejercicios del culto. Eran una especie de órdenes religiosas de seculares, a la manera de los terciarios franciscanos; usaban trajes especiales en las solemnidades y actuaciones públicas; llevaban insignias propias y, por fin, contribuían de una manera directa a dar solemnidad a los actos del culto y a participar en las procesiones eclesiásticas.

Consideradas desde el punto de vista ético, tenían estas Cofradías cierta trascendencia y significación, ya que servían como medio de enlace entre el estado laical y el eclesiástico, entre la vida secular y la vida regular. El gran desarrollo que lograron en los siglos XVI y XVII no fue más que una resultante lógica de intenso y frecuente culto de los Santos, que se fomentó con la verdadera Reforma eclesiástica, y de un modo especial, del culto a Jesús y a María, con las diversas modalidades que adoptaba en cada una de las Órdenes religiosas. Así, por ejemplo, los Dominicos cultivaban predominantemente el ejercicio del Santo Rosario; los jesuitas propagaban la devoción al Corazón de Jesús; los Franciscanos hacían suya la práctica del “Vía Crucis” y los Carmelitas, reformados por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, enseñaban la devoción a san José y restablecían su culto, casi ignorado durante toda la Edad Media.

Los disciplinantes españoles de esta época, que hay que distinguir de las demás sectas europeas de flagelantes, con sus mortificaciones y penitencias, antecedente directo de las procesiones de Semana Santa, no son otra cosa que una adaptación al estado laical de las maceraciones y disciplinas que se practicaban en los conventos desde siglos antes. Estas penitencias y ejercicios de mortificación, ya fuese en las Iglesias o en otros lugares, pero siempre en el seno de las Cofradías, y que solían realizarse en forma de procesiones penitenciales o de rogativas públicas, eran un símbolo expresivo del español del 1600, como se deduce claramente del pasaje del Quijote (1,52), en que Cervantes describe una procesión de disciplinantes, y que, al verla, todos comprenden de qué se trata, todos menos el pobre loco Don Quijote; pues una procesión de este linaje era por demás conocida para todo lector de la época y por tanto resultaba superflua su detallada descripción.

 

El destruido misterio en 1936 del Santísimo Cristo del Perdón y de las Aguas




LAS COFRADÍAS CIUDARREALEÑAS

Ciudad Real no podía constituir excepción en la España de entonces. Y ya desde el siglo XVI hay noticias ciertas de la Hermandad del Santo Cristo del Perdón y de las Aguas, cuya última advocación adoptó al haberse celebrado una rogativa en cierto año de gran sequía y caído durante la procesión las primeras gotas sobre la imagen del Santo Cristo. Síguenle, quizá, en antigüedad, las Cofradías de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la del Santo Sepulcro. Del siglo XVIII, aunque positivamente muchas de ellas debieron tener más antigua creación, de lo que por desgracia faltan datos, son las Hermandades de la “Enclavación”, “Descendimiento” y “Nuestra Señora de los Dolores”, de la parroquia de Santa María del Prado, la del “Misterio de la Oración del Huerto”, de San Pedro; la de “Nuestra Señora de la Soledad”, establecida en el desaparecido Convento de San Francisco, y las del “Ecce Homo” y “Cristo de la Caridad”, radicadas en la Parroquia de Santiago, con obligaciones de acompañar a los entierros de los hermanos, asistencia a las procesiones y el tradicional “refresco” que costeaba el Hermano Mayor. Del siglo XIX aunque también posiblemente más antiguas, son la “Dolorosa” de Santiago, la de “Jesús Caído”, la desaparecida “Santa Espina” y el “Cristo de la Piedad”.

¡Semana Santa ciudarrealeña del 1900! ¡Aquellos penitentes de enormes capuchones sobre las varilla martirizadoras! ¡Aquellos nazarenos de colas larguísimas, con el lodo de varias décadas! ¡Aquellas túnicas de modesto percal y colores desvaídos! ¡Aquellas imágenes, no todas, salidas del taller de noveles artistas ignorados!

Hasta que, siguiendo el aleccionador ejemplo de otras ciudades y obedeciendo a fervoroso estímulo, surgió en Ciudad Real el hombre entusiasta, capaz de realizar el milagro. Fue un sencillo sacerdote, D. José Antonio Espadas, Ecónomo de la Merced primero y, después, Párroco de Santiago. Con iniciativa feliz, celo admirable, voluntad contagiosa y tesón a prueba de obstáculos e inconvenientes, pronto encontró dignos colaboradores, señores de elevado prestigio social y amantes de su pueblo hasta el sacrificio.

Así surgió la espléndida Semana Santa ciudarrealeña. ¿Para qué citar nombres y apellidos, que están en la memoria y en el recuerdo de todos? Se crearon nuevas Hermandades; se reformaron, mejoraron y aumentaron las existentes; y se dio empaque, prestancia y solemnidad al conjunto: túnicas de entonada y discreta policromía, hasta lujosas en ocasiones, pues rasos y terciopelos sustituyeron a lanillas y percalinas; capas severas y airosas; cíngulos dorados; faroles de acetileno; bordaduras en estandartes y gallardetes; andas de plata y varales también plateados para los doseles… Niños simbolizando personajes de la Pasión, heraldos, soldados romanos, acólitos y atributos heterogéneos… Bandas de música, de cornetas y tambores. Sentir de saetas, primor de mantillas, aroma de claveles… Y orden: un orden pleno de religiosa unción, que construiría para siempre la característica esencial de nuestra Semana Santa.

 

Francisco Pérez Fernández, pregonero de la Semana Santa de Ciudad Real en 1957


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