sábado, 14 de agosto de 2021

LA FERIA DE 1921 ESTUVO A PUNTO DE NO CELEBRARSE

 

El Parque de Gasset durante la celebración de la Feria y Fiestas de Ciudad Real en las primeras décadas del siglo XX



La estampa es clásica.

Pero no es absolutamente cierta.

Aquel 1º de mayo de 1898 fue la jornada infausta del desastre de Cavite. La escuadra norteamericana del almirante Dewey, en aguas de Filipinas, destrozaba en desigual combate a la española que mandaba el almirante Montojo. Nuestros marinos, a sabiendas de su inferioridad, fueron a la lucha obedeciendo órdenes superiores. Los nombres de Montojo, Cardoso, Morgado, Pérez Moreno, Chidley, Iturralde y De la Concha quedaron grabados con el sello del heroísmo y algunos con la trágica corona de las heridas y de la muerte. Había, sí, un número equivalente de barcos de ambas flotas. Pero mientras nuestros cruceros y cañoneros eran de madera, los norteamericanos tenían casco de acero; las 11.000 toneladas españolas casi se duplicaban en la armada yanqui; y frente a los 60 cañones españoles, había 134 enemigos. Cavite no fue, en realidad, un combate, fue una cruenta inmolación, porque mientras los cañonazos de Dewey destrozaban al “Reina Cristina”, al “Antonio de Ulloa”, al “Castilla”, al “Don Juan de Austria”… nuestra réplica dejaba los proyectiles a mitad del camino. El mar de Cavite, como ha dicho un brillante historiador, se convirtió en un gran tiro al blanco.

¿Y en España?

La estampa es clásica: en España, aquella misma tarde del 1º de mayo de 1898, los madrileños asistían a la cuarta corrida de abono y llenaban la plaza de toros para admirar las faenas del Guerra, de Fuentes y Bombita, los ases de la tauromaquia de entonces.

Pero esta estampa, que se hizo clásica en crónicas y manuales, no es absolutamente cierta. No era verdad total aquella alegría inconsciente. No todos se mostraron insensibles al cruento drama nacional. Si un imperio de siglos, cercenado desde Ayacucho, se desmoronaba en unas horas, en unos días, no todo era suicida indiferencia. Hubo, sin duda, una masa inconsciente, que se divertía en los toros mientras se perdía una guerra, pero no toda España era así, ni mucho menos, felizmente. Ante la infausta noticia del desastre, hubo patrióticas reacciones en muchos, de muchísimos dignos españoles. Primero fueron manifestaciones y protestas. Y al estado de sorpresa sucedió el de indignación, el de una rabia contenida y luego una desilusión grande que dominaba el orgullo, el entusiasmo y la confianza iniciales. Por último, el “nos han engañado”, el escepticismo y el sonrojo del poeta ante su bandera:

“Hoy, desmayada y triste,

con humildad se pliega,

amarilla de rabia

y roja de vergüenza”.

La generación pesimista del 98, con su renovación subsiguiente, sería la más elocuente prueba de que en España no todo fue holgorio suicida y diversión entre aquella tragedia finisecular, sino que muchos sintieron la afrenta, reaccionaron con dignidad y aprendieron la cruenta lección.


La Plaza de Toros a principios del siglo XX



Nuestra memoria de adolescente guarda un desvaído recuerdo de aquella feria ciudarrealeña de 1921. Pero los vacios de la memoria los rellenamos con esta ya vieja colección de “Vida Manchega”, diario entonces y antes revista ilustrada, alarde editorial de un hombre emprendedor y dinámico, a cuyo recuerdo nos sentimos íntimamente vinculados.

El año 1921 fu el del desastre de Annual. El terrorismo estaba en su apogeo y ya el 8 de marzo caía asesinado don Eduardo Dato, presidente del Gobierno. En la “Vida Manchega” de entonces se reflejan esta inquietud y este malestar. Pero con arreglo al criterio periodístico provinciano, se daba mucha más importancia a la información local y regional que a la nacional, y nada digamos del extranjero, casi desconocido para el periodista indígena, encerrado y aislado en su torre provincial y aldeana. Los titulares de los sucesos y “acontecimientos” locales y comarcales, a dos y a tres columnas, con alarde de tipos del cuerpo 48, letras negras y llamativas, contrastaban con la humilde columnita y titular sencilla de la “Información nacional”.

Así pasaban por las páginas de “Vida Manchega” los tristes episodios de Marruecos: el 21 de julio era el desastre de Annual, en el que “no se salvaron sino los que huyeron”. El 2 de agosto era evacuado Nador y Zeluan al día siguiente. Monte Arruit, con el general Navarro, se rendía el 12 de agosto. Crisis ministerial y nuevo Gobierno presidido por Maura. Miles de muertos, heridos y prisioneros. En la Península se miraba de reojo a Marruecos. La barbarie rifeña mutiló, barbarizó, Carbonizó.

En términos semejantes, todo esto se dice en la “Vida Manchega” de entonces. Y también, y con preferencia, se habla de la feria. Se había trasladado el “Real” el año anterior, desde la estrechez de la plaza a la amplitud del parque. Se había vencido, aun a costa de resquemores y disgustos de muchos comerciantes, la tradición anquilosada de una feria pueblerina y se había ensanchado su instalación en el marco esplendido de unos amplios paseos. La comisión de festejos quería ese año 1921 celebrar una feria digna, superior desde luego a la rutina monótona de las anteriores. Se especulaba con las corridas de toros, cuestión batallona y fundamental de todo programa, y al final se anunciaban dos carteles de categoría: seis Villamartas para Sánchez Mejías, Chicuelo y Granero la primera tarde, y ocho Veraguas para los mismos y Emilio Méndez al día siguiente. Una buena compañía  de zarzuela en el Teatro Circo, concierto por la banda Militar del Regimiento del Rey en el de verano, gran fiesta de las Rondallas de asturianos, andaluces y aragoneses en la plaza de toros…

En fin, la estampa clásica: el pueblo se divertiría, indiferente al drama cruento y cruel de Marruecos.

Pero también aquí la estampa no era absolutamente cierta: un concejal de grata recordación –nuestra memoria de niño aun recuerda un hombre piadoso y ejemplar, un hombre trabajador y diligente, una tartana y una calvicie prematura…-, don Clemente Velázquez, se atrevió a proponer en la sesión del Ayuntamiento celebrada el 11 de agosto, nada menos que la suspensión de la feria. Nos lo dice “Vida Manchega”: “El señor Velázquez propone la suspensión de los festejos anunciados para esta feria, con motivo de los sucesos de Melilla, y después de haber visto todos los señores concejales muy acertados los razonamientos que dicho edil consigna en su documento, por noble y elevado fin que lo inspira, se acordó por unanimidad no acceder a la pretensión que se interesaba, por lo avanzado del tiempo en que nos encontramos y por tener ya hechos bastantes gastos en la confección de varios números del programa”.


Vista del interior de la Plaza de Toros en los primeros años del siglo XX



Se celebró la feria, al fin. Pero no entre la alegría inconsciente y unánime. Porque el editorialista de “Vida Manchega” dice el mismo día 18 de agosto: “Estamos totalmente alejados de cuanto de importancia ocurre, tanto en política como en tierras africanas, por razón de celebrarse en nuestra capital las tradicionales fiestas de agosto…”. Y luego añade: “…sólo pensamos en ver la manera de divertirnos. Bueno ésta eso, pero también procede pensemos en el deber que tenemos, cumpliendo como buenos patriotas”.

Se celebró la primera corrida, con mediano éxito. Y se suspendió la segunda, por informalidad de la empresa, calificada de estafadora, como si una maldición hubiese pasado sobre esta feria del año 21, que no debió celebrarse. Con grandes titulares pedía “Vida Manchega” responsabilidades y la defensa del prestigio de Ciudad Real… mientras ¡ay! El prestigio de España y las responsabilidades de mucha mayor altura se diluían oscuramente en la página interior. ¡Los toros, los toros! Como cuando Cavite y Santiago de Cuba.

La estampa era clásica.

Pero no absolutamente cierta.

Porque en esa “Vida Manchega” del 21 tampoco faltaron, ciertamente, espíritus sensibles, plumas celosas y conductas diligentes. Así, el autor del artículo de fondo –recordemos al director Pepe Recio, un gran periodista, trágicamente asesinado en una lívida madrugada del 36- se expresaba así: “Momentos antes de comenzar la corrida ayer tarde, el teléfono, con su laconismo desconsolar en ocasiones, nos transmitió la triste nueva de otra derrota sufrida por nuestro ejército en los campos de Melilla…”.

Y en otros números de aquellos días agosteños se decía: “En el Parque Gasset, lo de siempre, lo rutinario, aun cuando hermoso, plácido y encantador. ¿Qué más puede uno desear que ver caras bonitas? Pero… ¿pobre feria? ¿Presentíamos todos, acaso, el nuevo desastre de Marruecos?”. Y “Ariel”, otro cronista ciudarrealeño de la época, fustigaba así: “Causa vergüenza y confusión leer estos días los periódicos. Junto a las noticias de Marruecos y confundidas con ellas, aparecen reseñas de corridas de toros, espectáculos teatrales y toda clase de holgorios. Pero ¿es que en España se ha perdido la vergüenza o es que escasea el concepto del honor y sobre todo, del amor fraternal?”.

 

Frente a la masa ignara, inconsciente y voluble -¡masa al fin!- nunca faltó en España la minoría sensible, dirigente y encauzadora. En las fechas dolorosas e infaustas –Cavite y Santiago, del 98; Annual y Monte Arrult, del 21- hubo hombres en la capital de la nación y también en la oscura capital provinciana, que sintieron en sus espíritus la flecha hiriente del deshonor y en sus cuerpos el duro trallazo de la responsabilidad.

Y pedían que no se celebrara una feria, aun a trueque de perder popularidad y simpatías.

Porque la clásica estampa española de “pan y toros” nunca fue absolutamente cierta.

Francisco Pérez Fernández. Diario “Lanza” miércoles 14 de agosto de 1963

 


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