miércoles, 15 de julio de 2015

LAS MURALLAS FORTIFICADAS Y PUERTAS DE CIUDAD REAL



En diferentes ocasiones se ha hablado del antiguo recinto amurallado y puertas que tuvo Ciudad Real en el pasado. Sin embargo, para deleite de aquellos amantes de cuanto signifique amor y cariño hacia nuestras tradiciones, vamos nuevamente a renovarlas. En esta ocasión, el misterioso y polifacético lápiz del pintor local Luis Sandalio Corral, nos describe aquellas famosas puertas que se abrían en las viejas murallas que cercaban a la antigua Villa Real. Algunas de ellas son ya conocidas por documentos gráficos anteriores, las restantes nos las representan Luis Sandalio tal como él se las imagina, para darnos una idea de la forma que, por conjetura, pudieron tener.

La orden de Calatrava, que había conseguido inmenso prestigio y fama por toda esta comarca, suponía una seria amenaza para el mandato y autoridad del Rey Sabio. Por este motivo, el monarca piensa en dar a Villa Real una fuerte y consistente defensa para que consolide la protección y amparo contra los continuos ataques de la revoltosa orden, disponiendo que se fortifique la villa, siendo el propio soberano, según la tradición, el que guió a un par de bueyes, uncidos a un arado, y trazó un surco por donde habían de levantar la cerca.

Aunque no existe dato alguno sobre cuando se empezaron a construir las murallas, es presumible que se iniciaran a partir de 1262, ya que fue cuando Villa Real se vio un tanto ampliada y aumentada por el nuevo y flamante vecindario. Esta hipótesis está basada en que, si el Alcázar se hallaba adosado a un trozo de la muralla y dicho palacio se encontraba ya edificado en 1275, donde murió el infante don Fernando de la Cerda, se puede deducir, por presunción, que ya se encontrarían fabricados algunos lienzos de las murallas; pero hasta el año 1297 no aparece la más antigua noticia de la construcción de ellas; la recojo del historiador Delgado Merchán, y dice lo siguiente: “…de las torres de la cerca exterior, hay en el inventario de Escrituras del archivo municipal un documento curioso que es una carta de pago, librada en 1297 por Gil Pérez alcalde de Villa Real a Alfonso Pérez, alcalde asimismo, por valor de 8.000 maravedises en la moneda de la guerra para labrar ciertas torres y murallas…”.


Estas, “ruyn cerca” para Rades de Andrada y excelentes para otros cronistas, estaban hechas de mampostería y ladrillo, y sólo una pequeña parte tenía la fábrica de piedra. El sector más consistente se encontraba en las inmediaciones de la Puerta de Toledo, y tendría unos tres metros de anchura aproximadamente. El conjunto del perímetro era de 5.452 varas castellanas o 16.356 pies de 16 dedos, equivalentes a unos 4.500 metros de longitud, flanqueado y guardado por ciento treinta torreones de trecho en trecho. A la muralla que unía las puertas de Ciruela y Alarcos estaba adosada una torre o torreón redondo, al que por su forma le llamaban “el cubo”.

La cerca fue reparada en el año 1489, pero debido a una arrolladora inundación del rio Guadiana en 1508,  quedó maltrecha. Durante la guerra de la independencia fueron restablecidas nuevamente las murallas,  y desde 1833 nos dice Felix Pillet, la capital tendría que invertir importantes cantidades en la defensa. “En 1835 el Gobierno Civil pagará con el fondo de propios y con calidad de reintegro 500 reales al maestro de albañilería Joaquin Romero, para que recomponga la muralla de la ciudad”. Por entonces se reconstruyeron los rastrillos o puertas levadizas de las puerta, y se fortificaron las torres de Santa María (Catedral) y San Pedro, estableciéndose en ellas guardia permanente, ampliándose y amándose con dos cañones el fuerte del Hospicio o Cuartel de la Misericordia. Hervás, del que recibimos la noticia, sigue diciendo que, aún después de pacificado el país, por aquel tiempo, no se abrían las puertas hasta la salida del sol, cerrándolas al anochecer. Contra esta disposición hubo de reclamar la dirección de Correos y el Comandante General (1841); pero ya no era el peligro de la guerra, sino los intereses de la Hacienda Pública y Municipal.

El desmantelamiento de las murallas fue primero parcial; todo el lienzo comprendido entre las puertas de Toledo y Calatrava se utilizó en el año 1868 para rellenar con sus materiales las “Lagunas de los Terreros”, y los demás restos del recinto amurallado, al encontrarse abandonados y en estado ruinoso, se fueron perdiendo irremediablemente para siempre, a excepción de la puerta de Toledo y el pequeño lienzo de muro que se conserva entre las que fueron “Puertas de la Mata y Granada”.


Ocho fueron las puertas que daban a la ciudad cuando ésta se encontraba fortificada por las murallas, las que se dirigían a otros tantos caminos que enlazaban las poblaciones entre sí. A cada una de ellas se le dio el nombre del camino que atravesaba, menos a la de puerta de la Mata, pues no se conocía ningún recorrido con ese nombre. Hasta acabar el reinado de Felipe II (año 1598), según insinuaciones de antiguos escritores, sólo se abrían en las murallas las puertas de Toledo y de Alarcos, y el portillo o postigo de Santa María. Las demás puertas fueron edificadas posteriormente.

La de Toledo, que ha sido descrita con todo rigor y detalle por los mejores investigadores locales, es el último baluarte que nos queda de aquellas antiguas puertas en las que los caminantes penetraban en la villa que fundó el Ilustre Rey Sabio, con la particularidad de que ésta fue la primera que se construyó. Se halla situada al final de la calle de su nombre, dando salida a la carretera que se dirige hacia la Ciudad Imperial. Fue edificada, o por lo menos terminada, en el año 1328 (reinaba Alfonso XII de Castilla). Su fábrica es de mampostería gruesa en los lienzos, y de sillares y piedra caliza de la localidad en los ángulos, esquinas y arcos. Presenta seis arcos (tres cayendo al exterior y los otros tres hacía el interior de la ciudad), flanqueados  por dos fuertes torreones de planta irregular de doce metros de altura por cuatro de frente. Los arcos externos, de estilo ojival, se apoyan en columnas cilíndricas de alto relieve, adosadas a los muros laterales. Los dos arcos siguientes, a ambas partes, son más pequeños y de herradura, pertenecientes al primer periodo de la arquitectura árabe, los que descansan sobre pilastras empotradas en los muros, coronadas de impostas. Los arcos centrales son de estilo gótico. En la parte que da hacia el exterior se ve esculpido, en piedra, un escudo con las armas de Castilla y de León; y en la del interior, una lápida también de piedra, de poco más de un metro de altura por unos sesenta y cinco centímetros de ancho, conteniendo la oración de completas en caracteres monacales.

La puerta de Calatrava se encontraba abierta ya en el siglo XVII. Era ésta una “hermosa puerta con su anchurosa torre que guiaba el viejo recinto de sus caballeros, y en la que había dos tránsitos divididos o una puerta dilatada del más bello estilo”. Posteriormente este acceso se cerró, abriéndose otro contiguo a la misma torre.


En la puerta de Calatrava, cuando la invasión francesa en 1809, una representación de vecinos negociaron con el general “Sebastini”, logrando de él que Ciudad Real no fuera dada al saqueo ni al incendio, al haber manifestado el militar francés que la ciudad pertenecía a sus tropas por la ley de guerra, ya que habían suscitado resistencia.

La puerta de la Mata miraba al sol que sale y era una de las principales, a la que guarnecían dos torres, y en su mediación, al exterior de la ciudad, estaba el escudo de nuestros “Catholicos Reyes”, y por la parte de dentro, encima del arco de la puerta se veía un altar con varios colores, donde se decía misa los domingos.

Los historiadores no suelen ser coincidentes a la hora de manifestarnos la época constructiva de la antigua puerta de la Mata, pues mientras algunos nos dicen que hasta últimos del siglo XVI sólo se abrían en las murallas las puertas de Toledo y Alarcos, y el postigo de Santa María, otros suponen que fue en tiempos de los Reyes Católicos cuando se realizó la edificación.

La puerta de Granada “recibía los rayos del sol al mediodía”, siendo muestra del camino Real de Granada. Contaba con dos torres un poco separada pero de recia fortaleza.


La mayoría de los escritores antiguos atribuyen su levantamiento a los tiempos de Carlos I (siglo XVI), sin embargo, Delgado Merchán nos comenta que en el siglo XV ya se conocía dicha puerta, en algunos manuscritos, con el nombre de “Puerta de Miguelturra”, lo que hace pensar que no fue la primera puerta la que se edificó en este sitio en tiempos de “El Emperador”, sino que sería una reedificación de otra puerta anterior del siglo XV. Por otro lado tampoco concuerda, y los  mismos autores se contradicen, al decirnos que en el siglo XVI sólo se abrían las tres puertas antes citadas.

El 1º de septiembre de 1837, según Hervás y Buendía, y 1838 para Pérez Fernández, vino a Ciudad Real don Ramón María Narváez, general en jefe del Ejército de Reserva. Para tal fin, se organizaron en su honor grandes festejos, con fuegos artificiales, iluminación, músicas y regocijos populares. El convento de la Merced se habilitó para dar en su obsequió un refresco, baile y recepción oficial. Entre los justificantes de los gastos ocasionados con tal motivo se hallaba el siguiente: “De palos y banquetes que se han colocado a la derecha de la Puerta de Granada para asentar los reos que se han de fusilar”, y lo firmaba el carpintero Antonio Delgado.


La puerta de Ciruela (antes Cihiruela), asegura Eduardo Portuondo que existía de principios del siglo XVII, pero con la llegada del ferrocarril a nuestra capital mediado el pasado siglo, fue concebida la idea de tener que abrirla un poco más, aprobándose en 1853. Su restauración se efectuó siendo alcalde-corregidor de la ciudad don Enrique de Cisneros y Nuevas, dejándose de ella una excelente descripción don Domingo Clemente: “...es también notable y de construcción moderna. Su combinación es sencilla, pues solamente se compone de dos torreones separados entre sí por una cortina o muro, el cual, terminado por ménsulas y almenas sostenidas por arquitos de medio punto, abre el ancho y único arco gótico de bizantinas reminiscencias, que contribuye la puerta flanqueada por los dos macizos y elevados torreones coronados también en sus cuatro frentes de murallas y almenas. Cada uno de estos dos torreones tiene practicadas en sus dos caras principales y a diferente altura dos angostas ventanas, como para dar luz a lo interior; entre las ménsulas y debajo de cada una de las almenas, tiene simulado otro orden de pequeñas troneras, como si pretendiese aumentar los medios de defensa. Arranca el arco sobre impostas entalladas de rudo follaje y en sus enjutas hay dos medallones por ambos haces. La fábrica es de mampostería desconcertada con aristones de sillarejos de mayor a menor. El ancho total de la puerta incluso los torreones es de diez metros por once de altura, contados hasta la cúspide  de las pirámides en que terminan las almenas; la luz es de cuatro metros y veinte centímetros, y su alto hasta el vértice es de seis cuarenta. Los torreones son de base cuadrada. Trazó esta puerta y dirigió la obra el entendido arquitecto don Cirilo Vara y Soria, ayudado de su inteligente hermano don Antonio”.

La puerta de Alarcos nos la ha descrito en más de una ocasión los diferentes historiadores locales, resumiéndose así sus rasgos esenciales: Miraba hacia la antigua ciudad de Alarcos y formaba con sus torreones un cuadrángulo muy anchuroso; la honraba el escudo de los Reyes Católicos y tenía cuatro soberbias guardas en la “Quatemion” de sus torreones.


Ramírez de Arellano, en 1893, decía que era “un arco sencillo, sin más adorno que el blasón de España entre dos reyes de armas. Los trajes acusaban de ser de la época de Felipe III. Los citados reyes de armas dieron lugar a un dicho popular para aquellos que se querían librar de algún inoportuno: “Ve a contárselo a los de la puerta de Alarcos, que ellos están despacio”.

De la puerta o postigo de Santa María poco se puede decir, nuestra única fuente testimonial son los escasos datos que nos dejaron algunos de nuestros antepasados, diciéndonos que era de lo más sencillo, aunque con sus naturales defensas, y que junto con las puertas de Toledo y Alarcos eran las más antiguas que se abrían  en las murallas. Atendiendo también a lo que me han contado algunos de nuestros mayores, dicen haber oído de la existencia, a ambos lados de este postigo, de unos asientos con barandilla que servía de respaldo, lo que permitía a los paseantes el descansar y poder tomar el sol. Indicaba esta puerta el principio del camino que conducía a la antiquísima población de Santa María del Guadiana.

Cuentan que, el 27 de mayo de 1838, durante la guerra carlista, los hermanos “palillos”, que eran guerrilleros carlistas naturales de Almagro, intentaron penetrar en Ciudad Real por la puerta de Santa María, siendo rechazados por los de la ciudad, con algunas bajas. Este percance motivo que se cerraran al público algunas puertas, dejando abiertas durante algún tiempo sólo las de Toledo y Calatrava, protegiéndolas todas con focos y parapetos y amándolas de artillería.

La puerta del Carmen, también moderna, de poca importancia y de escaso valor artístico, se abrió en el siglo XVII entre las de Santa María y Toledo. Su composición era un simple arco apoyado sobre dos pilares, con algunos adornos geométricos. Esta puerta se construyó para mejor comodidad y servicio del Convento de Carmelitas Descalzos, que se encontraba en los terrenos del anterior Hospital Provincial, sitio donde se ubica hoy el periódico LANZA.

Francisco Pérez Limón (Diario Lanza, Extra feria de Ciudad Real, 14 de agosto de 1987, páginas 10 y 11)


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