sábado, 2 de noviembre de 2019

CIUDAD REAL. NOTAS DE UN VIAJE APRESURADO (I)



Las ciudades deben verse como se bebe el vino: despacio y paladeándolo; pero yo he visto Ciudad Real a horcajadas sobre veloz saeta de montero; mirando y mirando, pero viendo poco; sin tiempo para buscar durante unas horas el rincón; ese rincón que tienen todas las ciudades, desde el cual, a la caída de la tarde, se puede adivinar y soñar toda la historia de un pueblo. Un dulce anochecer de primavera, sentí -hace ya años- sentado en el poyo de una ignorada callejuela de Toledo, todo el pulso y el tempo de la ciudad. Otra tarde de otoño, cobijado de la llovizna en el quicio de una puerta claveteada y con escudo, vi, como en revelación, el lento y nostálgico pulso de Santillana. Pero en Ciudad Real no tuve tiempo de buscar ese rincón... aunque yo creo que me estaba destinado en la glorieta que rodea la iglesia de San Pedro, allá en un paseo ancho donde vi pasear a dos sacerdotes entre el grave revoleo de sus manteos. Y un día próximo, sin que nadie se entere, volveré a Ciudad Real para esperar la (ilegible) donde digo.

CIUDAD REAL: PUEBLO DE LA MANCHA

Como nuestra provincia está tan cerca de Madrid, los habitantes de los pueblos suelen tenerle por capital; y a Ciudad Real por el “mejor pueblo de la provincia”. Si, es corriente que se le mire despectivamente, más todavía, dolorosamente, va que los premiosos viajes a ella siempre están motivados por trámites oficiales y papeleos utilitarios. Pocos manchegos han ido a Ciudad Real buscando el placer del cuerpo o del espíritu. A mí, confieso que me ocurría igual. Para mi Ciudad Real era la dolorosa Caja de Reclutas sugerente de recuerdos desasosegados; y el Instituto, donde pasé los primeros miedos de mi vida. Por sus galerías oscuras que hoy me parecen tan pequeñas, entre sus bedeles bigotudos, en la silla eléctrica de sus bancos descuajaringados, ante aquellos severos tribunales de catedráticos ¡ay! Ya desaparecidos: Don Rodrigo Méndez, con sus barbas; don José Balcázar, con sus voces y su oreja de celuloide; don Eusebio León, con su recio bigote de gendarme y su severísimo y extraviado mirar; don Vicente Calatayud, con el chaleco negro siempre nevado de la ceniza del cigarro, su bigote multicolor y su imponente y machadesca naturaleza, etcétera. Sí, yo a Ciudad Real siempre fui a sufrir... a que me firmasen y sellasen papeles temerosos. El único retiro placentero que encontré allí, fue su precioso Parque de Gasset; donde descansaban mis nervios y añoraba mi casa. Por todo esto, yo necesitaba conciliarme con mi capital, debía ir una vez al menos con fines puramente generosos. Intentando buscar lo mucho que tiene de verdadera capital, de “mejor pueblo” cargado de historia y de poesía. Debía ir, y he ido a buscar el alma de Ciudad Real. A continuación enumero mis impresiones. Pero quiero anticipar mi fallo: Ciudad Real ha dejado de ser para mí “el mejor pueblo de la provincia” y se ha convertido, redonda y absolutamente, en la capital, en la verdadera capital, a la que difícilmente podrá alcanzar jamás ningún pueblo de su gobierno. Yo os
invito, manchegos, paisanos, desde estas columnas a que un día toméis el tren y vayáis a Ciudad Real desinteresadamente, sin papel sellado, a pasear por sus calles y plazas, a visitar sus monumentos, a charlar con sus intelectuales y artistas, y veréis cómo al volver de ese viaje Ciudad Real ha dejado, en vuestro concepto, de ser el “mejor pueblo de la provincia” para convertirse en la capital, en la auténtica e indiscutible capital.


HOMBRES Y COSAS DE CIUDAD REAL - LOS DOS CAUDILLOS –

Una de las primeras visitas que hice fue a la Diputación. No estaba en aquel momento el presidente accidental, señor Gutiérrez, y con la gentil dirección de don Luis Oraá vi los principales departamentos del Palacio, hoy restringido por la vecindad del Gobierno Civil. Aunque no tuve tiempo de ver con detenimiento lo mucho que encierra, me detuve ante las obras de mi mejor examinador de dibujo don Ángel Andrade. La Diputación provincial es un verdadero Museo de don Ángel. Abundan las obras monumentales de paisaje manchego y castellano, siempre prefecto de dibujo y de paleta muy matizada y sobre todo los últimos, dentro de una técnica personalmente impresionista.

Recuerdo a don Ángel la última vez que le vi, con su lacito, blancos ya el cabello y el bigote. Con la perspectiva del tiempo, vamos viendo ya como los hombres del 98 -llamémoslos así- al igual que los románticos, tenían una tipología singular, don Antonio Machado, como Vicente Calatayud, Gregorio Arrieta, Rusiñol y Andrade, eran hombres de corbata de lazo, traje descuidado y lleno de ceniza del cigarro; de semblante bonachón y liberal; amigos melancólicos de la vida; con los dedos amarillos por la nicotina.

El otro gran pintor manchego y por tanto prolífico vecino de la Diputación es Carlos Vázquez. En su autorretrato, magnífico por cierto, tiene cara de doctor en medicina: con quevedos y cuello duro. Me gustó mucho su retrato de Balbuena, tan suave y delicado de color; pero lo que más me llamó la atención -aparte de su arte, con ser mucho- fueron los retratos de los dos Caudillos manchegos: el general Espartero y el Cardenal Monescillo. Ambos cuadros están colocados uno frente a otro en la sala de sesiones de la Diputación. Están enfrentados ambos en posiciones análogas, medio incorporados cada uno en su sillón, con gestos enérgicos, imprecativos, como sorprendidos en acalorado debate sobre la primacía de sus respectivas jurisdicciones. Cuando la sala esté solitaria sobre los escaños de los diputados, serán ellos los que voceen con voces y arrebatos.

SANTIAGO Y SU “BOARDILLA”

La única impresión lamentable de mis cuarenta y ocho horas en la capital, me la produjo la medieval iglesia de Santiago. Su limpio gótico de transición está enjalbegado de la forma más detestable; en el Altar Mayor hay unos dibujos simbólicos que unidos a una lamentable imagen del Apóstol, color de bombonera, hacen llorar de rabia. El piso, de mosaico, es de cualquier cosa menos de un templo gótico... Pero lo verdaderamente triste, lo que hace dudar a uno del raciocinio humano, es la “boardilla”. Mis queridos amigos don Emilio Bernabeu y Julián Alonso, ya hablaron del asunto en el fusilado “Albores”; pero yo he de insistir.

Francisco García Pavón. Diario Lanza, martes 18 de septiembre de 1951, página 3


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