domingo, 3 de noviembre de 2019

CIUDAD REAL. NOTAS DE UN VIAJE APRESURADO (II)


Artesonado de la Parroquia de Santiago cuando estaba cubierto por la falsa bóveda barroca

Me subieron por una endemoniada escalera de caracol. El sacristán, con guardapolvos amarillo, nos llevó la vela para alumbrarnos. Llegamos a la “boardilla” del crimen. Allí, condenada a cadena perpetua, sobre la panza quebradiza de una estúpida bóveda de yeso, duerme el sueño de los justos, lo que debió ser precioso artesonado mudéjar, que al igual que en Alarcos, cubría el templo. Aunque descolorido, está casi íntegro, Recibe la luz de un precioso rosetón gótico, que ha quedado como claraboya de aquel palomar. Porque aquello señores, es un palomar con su palomina y todo y de ello es comprobante mi impregnada carpeta de apuntes y mi traje. Aquellas artísticas tracerías, en cuya ejecución tanta ilusión pusieran nuestros ilusos abuelos, yace hoy mirando la panza estúpida de la bóveda de yeso. Allí, las armas de Castilla y de León, así como las del Maestre de Calatrava, que ornaban los canecillos y el friso, día a día, van siendo borradas por los vuelos y lo otro, de las felices palomas, que se permiten tener un columbario estilo mudéjar del siglo XIV.

Fernando Calatayud, pataleando furiosamente sobre la tonta bóveda, me dio la idea de lo que debían hacer los ciudarrealeños con aquella “boardilla”.

Desde las vistas de aquellas alturas, por una tronera, López Torres descubrió un panorama interesantísimo. Yo, intenté asomarme para verlo pero un chavea me tiró una china desde la recogida plazuela y desistí... Debí parecerle una paloma grande...

ANGEL CRESPO

Es el hombre que he visto en mi vida más parecido a su caricatura, concretamente a una que conozco hecha por Eripe. Por su vitalidad, fábrica humana, gesto y ademanes, parece hombre de goma maciza, capaz de estar botando días enteros entre un techo académico y un suelo de cretinos. Con los ojos rasgados, su pronunciación redonda, casi levantina, sus aspavientos, su pelo, su cabeza y su espíritu es iconoclasta... de lo malo.

Unos versos suyos se me quedaron en la memoria que resultan un verdadero autorretrato:

Yo me monto en el aire
y a las rocas me bebo
a sorbos. Yo soy libre
y vigoroso y crespo.
Esto es estupendo.

Angelín se abre paso a bastazos y la gente le teme cara a cara y le critica a la espalda. Muerto el pobre Juan Alcaide, yo creo que a él le corresponde el cetro de la poesía manchega.

Comprendí mejor a Crespo cuando conocí a su madre. Los dos se compenetran hablando de arte y de poesía. Con una exquisita nobleza de matrona me habló de Pietro, de Pradilla, de Iniesta, de Calatayud, y de su Angelín. Pero... yo me he enamorado de las preciosas y sensitivas manos de tu madre, Crespo.

Taller de la “Editorial Calatrava” lugar donde empezó a realizarse la tirada de Lanza

EL DIARIO “LANZA”

La Redacción y Talleres de LANZA, dan la impresión de una máquina de escribir en las cuevas de Altamira; pues dentro del caserón más zarrapastroso que pueda imaginarse está la maquinaria moderna y buenísima, al decir de los entendidos: tres linotipias, una rotoplanay el taller de fotograbado.

Yo tenía verdaderas ganas de ver estos talleres donde a veces se componen cosas mías. Hasta que no conoce uno la imprenta donde le imprimen sus escritos no está tranquilo. Hasta el día que visité LANZA tenía yo el pesar que debe invadir a los operados de estómago, cuyas entrañas han sido arregladas y puestas de limpio sin poderlas ver el propio interesado.

Las bobinas de papel que había en el patio eran como las piezas de género en el anaquel de un sastre; que luego salen deshechas de tres en tres metros. Sentí mucho no poder saludar a Carlos María San Martín, pero tuve un magnífico y cordialísimo “Virgilio”. Me refiero a Baldomero Montoya. Tuvo conmigo extraordinarias atenciones, que nunca
le agradeceré bastante.

Salí de LANZA con cierta nostalgia porque sé que allí se barajarán algún día unas líneas hablando de mí cuando me muera. Las notas necrológicas que los diarios hacen a los escritores, artistas y políticos, tienen cierta isocromía y ritmo, con la fane doméstica de embaular las ropas del finado.

... Sí, salí nostálgico porque el poco nombre que uno tiene en la provincia se lo han fabricado aquellos simpáticos hombres que allí andan con “mono” azul escribiendo y desescribiendo en plomo.

LÉRIDA Y SUS LIBROS

Don Enrique Lérida con su cara de niño tímido, su voz trémula, sigue siendo el primer librero de Ciudad Real. Rodeado de sus hijos y mujer, la tienda de don Enrique es algo así como una salita de estar para los estudiosos de la capital. Yo, le tengo mucho agradecimiento a Lérida por algo que él no recordaba: Siendo casi un niño, entré en su librería a husmear en los estantes y él se aproximó a mí con un  libro entonces recién aparecido.

-Lleve usted esto que es de un poeta de Valdepeñas buenísimo.

Era la “Noria del agua muerta”, de Alcaide. Con él me inicié en la obra de Juan.

FERNÁN CABALLERO

Estaban acabando sus ferias cuando nosotros estuvimos allí. Me pareció un pueblo muy manchego y muy luminoso. En una plazuela vi un bar solanesco, cuya terraza estaba abierta con una lona bajísima y pequeña atada a cuatro postes, para dar sombra a los clientes, la mayoría mozos en mangas de camisa y a horcajadas sobre las sillas. Daba la sensación de algo así como un puesto donde se vendieran hombres a la sombra de la siesta canicular.

Pasamos un rato muy bueno en la casa de don Pascual Crespo, médico cultísimo, gran conversador, que posee una coleccioncita interesante de obras de pintores manchegos. Don Pascual, vestido con pijama, que manejaba como si fuese un traje nuevo, nos invitó a “palomillas” en su patio fresco y hablamos de muchas cosas. A mí me dio la tarde un endemoniado sillón de lona con respaldo basculante que se me giraba como aspa cada vez que me incorporaba para tomar mi copa. Fue una pena que cuando aprendí a manejarme en el dichoso sillón tuviéramos que marcharnos.

Don Pascual nos habló de los famosos “encierros” de Fernán Caballero. Por lo visto son algo estupendo. (Luego me lo ratificó mi simpático paisano Daniel García-Ibarrola). Sueltan unos cuantos toros por las calles, acotadas en determinados sitios, que están correteando a su sabor horas y horas por el pueblo. La corrida es constante, plural y espontánea. Los mozos y chiquillos torean a las reses como quieren y como pueden. Los espectadores, salen a sus ventanas, ven un poco; entran, charlan un rato, beben unas copas; salen a ver otro poco y así hasta la noche, en la que los toros son fusilados del modo más ibérico. Como anécdota contaron que un señor de Ciudad Real que llegó a ver el espectáculo un poco tarde, tardó cuatro horas en poder cruzar una calle.

Francisco García Pavón. Diario Lanza, miércoles 19 de septiembre de 1951, página 3

Programa de fiestas de Fernán Caballero de 1950

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