lunes, 22 de junio de 2020

CALLE DE LAS CAÑAS


 
La calle de las Cañas concluye frente a las tapias del convento de monjas “terreras”

Páginas de un callejero botánico de Ciudad Real

La caña común es la planta gramínea de mayor porte de nuestra bora, pues sus tallos aéreos, leñosos, fistelosos, muy mineralizados y cuyas astillas cortan como cuchillos, alcanzan hasta 6 metros de longitud. Tienen múltiples aplicaciones: para cañas de pescar, para armazón de trabajos de escayola, para cielorrasos, para moldes de barquillos de dulce casero, para palos de escoba, para varillas de los abanicos tan en moda en estos últimos años.

Los tallos subterráneos, rizomas vivaces, por ser diuréticos se usan en cocimiento.

Las hojas son sentadas, largas, puntiagudas por el ápice y anchas por la base, mineralizadas también y con vaina que rodea ampliamente el tallo aéreo.

Sus flores, nada vistosas, se abren en otoño y rematan los tallos aéreos agrupadas en panojas muy ramificadas.

La caña común es frecuente en toda España formando grupos espesos y frondosos –cañaverales- en sitios húmedos, cerca de las corrientes de agua dulce, en las regueras de las huertas, junto a las albercas…

La calle de las Cañas, de nuestra ciudad, parte de la acera izquierda de la segunda mitad de la Mata. Es larga y descuidada en toda su extensión y concluye frente a las tapias del convento de monjas “terreras”, llamadas así por su enclave en las proximidades de “los terreros” antiguas e insalubles hondonadas encharcadas, foco secular de paludismo, con carácter epidémico a veces, como en el siglo XVIII, que cegó don Agustín Salido, en 1869, siguiendo las directrices del plan de saneamiento que en el 1786, diera don Alvaro Maldonado y Treviño en su famoso informe. En alguna ocasión escribiremos más sobre los Terreros.

Pues sí, en la parte final de la calle de las Cañas aparece el Alto mirador, soleado, amplio y celado, que el convento tiene para la recreación de las monjitas “terreras”, como se les conoce vulgarmente, y, antes, por “monjas de Jesús”, y que viste elegante habito blanco, con capa azul y cordón franciscano, por corresponder a la Orden Concepcionistas Franciscanas y por mandato de la Virgen, allá cuando España estrenaba su unidad –a la bella fundadora no santa aún, pero si Beata, madre Beatriz de Silva.

Encantadora historia la del nacimiento de esta Orden y la vida de su fundadora. Por si a vosotros os place, aquí la resumo. Si no, con leerla, asunto zanjado.

Hasta el año 1962 no se inauguró la pavimentación de la calle

Beatriz de Silva nace en Ceuta –portuguesa entonces- en la primera mitad de la decimoquinta centuria. De ricos, nobles y piadosos padres, fue criada en el regalo y en la comodidad del palacio de Villa del Campo (Portugal) hasta que, a los 23 años la infanta Isabel de Portugal casó con don Juan II y la trajo a Castilla como dama suya. Su juventud, extraordinaria belleza y dulce y discreto trato, atraen, en la corte fastuosa, literaria y turbulenta, el deseo de magnates y de peregrinos ingenios y hasta las apetencias del poeta y tornadizo rey, pero Beatriz hace tiempo ofreció a Dios su virginidad. Calumnias y malquerencias, envidiosas, encienden los celos de la reina que en Tordesillas, donde radica la corte, mandó encerrarla en un cofre, y lo sello después. Muerta la creían, pero cuando a los tres días, abren tan estrecha cárcel, mostróse sana, viva y con mayor belleza. En aquellos días de enterramiento había renovado su voto virginal y hasta ella descendió la Virgen a confortarla y decirle que su Hijo la tenía dispuesta para fundar una Orden que diera prez al misterio de su Concepción Inmaculada.

Con estos escarceos Beatriz determinó ser pobre de Cristo y, distribuyendo sus riquezas entre los necesitados, se retiró al convento cisterciense de Tordesillas, cubrió con velo su bello rostro y durante 37 años, con hábito seglar, se dio a los menesterosos y a la pobreza, hasta que, llegada la hora fundacional y seguida de otras vírgenes, marchó a Toledo donde la magnanimidad de la reina Isabel la Católica, ya reinando, le donó el palacio de Galiana, cercano al hospital de Santa Fe, a la siniestra mano, según se baja de Zocodover por el arco de la sangre, donde nuevamente la visitó Nuestra Señora para anunciarle, ahora, su tránsito en el día señalado para la profesión de ella y de sus seguidores, y mandarle que las estancias de sus sayales fueran de los colores azul y blanco de su Concepción, a los que Beatriz quiso añadir el cordel franciscano de austeridad y pobreza.

…, en efecto, en la esperada y fausta fecha recibe el viatico, pronuncia sus votos y, ungida por el Oleo Santo, expira, y se apaga el lucero que, hasta entonces brilló sobre su frente, pero que seguirá iluminando perpetuamente, como faro y guía, el camino de obediencia que sus monjas han de seguir.

Y, en Toledo, por el año 1944, en la decrépita fundación de la Concepción, primera de Beatriz de Silva, he visto la pobre y reducida huella donde, en un tiempo, reposaron las cenizas de la bella Beata para la que, un día, la Gloria de Bernini, del Vaticano, se encenderá en magnificencias de canonización.

En la calle aún se conservan viejas portadas de edificaciones de la segunda mitad del siglo pasado

Pues aquí, en Ciudad Real, en 1527, don Luis de Mármol, escribano de la Chancilleria de Granada, dio sus bienes para levantar el convento de sus primitivas “beatas de la tercera Orden” que, en 1583, para acomodo, trocaron con los Padres Predicadores, unas casas de su pertenencia, cercanas al convento de Santo Domingo, por otras que los frailes tenían junto al de ellas con lo cual, añadiéndolas a él, lo dejaron  más amplio y ajustado. La iglesia forma el fondo del encanto de la plazuela, mancheguísima, que las obras de modernización, en lugar de otras de bien pensada y necesaria restauración, han desvirtuado lamentablemente.

Si sois curiosos, admirar el bien fraguado llamador, en forma de bicho, de la puerta del convento, y pedid a la Abadesa actual os muestre, por el torno, la imagen, de unos 40 centimetros de altura, de la “porterita”, como la llaman por guardar, desde la portería, la clausura del Virgen monasterio. Quizá, como yo, penséis es, sin duda y aparte las injuriosas restauraciones y mutilaciones sufridas, la más curiosa, antigua y valiosa efigie de María que hay actualmente en Ciudad Real y tal vez tallada en la XIII centuria. Y también os dirá la Abadesa que las beatas “terreras” de Ciudad Real, como consecuencia del Concilio de Trento, profesaron la Orden Concepcionista, transformándose en monjas de clausura, y el beatorio se convirtió en monasterio.

Retornamos a la calle de las Cañas, ancha y descuidada terriza a trozos, periferia del viejo y populoso barrio judío, bordeada de cercas de huertos y de tapias de corralones de labranza, con casas humildes a lo largo de sus dos aceras. Hacia la mitad, le han colocado un bloque de casas, ajardinado, pinturero, nacido recientemente de unos corralones y de un viejo molino aceitero.

Hace años, la calle de las Cañas fue dedicada a Marcos Redondo, nuestro entrañable y gran barítono, que, si nació en Pozoblanco, a Ciudad Real fue traído cuando pocos meses de vida contaba y aquí creció en manchego, aquí vivió en manchego, aquí se hizo cantante y de aquí salió a triunfar, y por nuestro, muy nuestro, lo tenemos, y él lo sabe y lo quiere… pero que nada de su vida ciudarrealeña, que sepamos, se desarrolló en los apartados parajes, descuidados, de esta calle que con su nombre está rotulado hoy.

Julián Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, sábado 14 de mayo de 1960, página 4

Estos bloques de pisos se levantaron sobre un viejo molino aceitero

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