Vista de la
iglesia y Plaza de Santiago en la segunda década del siglo XX
(Para el Alcalde Mayor de Ciudad Real)
Año 1787. “En este tiempo cantaban muy
bien las seguidillas manchegas las Bernegalas, que habitaban sita su casa en la
Plazuela de San Tiago, y María Muñiz
Nuñez, casada con don Francisco Arenas y salcedo, acompañándolas Antonio
Bernal, alias “Aguadelgada”. Eran años de “tertulias” en nuestra ciudad y poco
hacia “habia concluido la fuerte de diversiones, grescas y jaranas, de la
famosa casa de don Ventura Estuardo, Arcediano que fue, y que no estaba
contento si no gastando. Fue quien hizo el palomar sito en el camino de Toledo,
y allí dispuso tener funciones de toros y oratorio público, cuya capilla tenía
puertas al camino”… Pero dejamos, ahora, la sugestiva historia de los alardes
del ricachón Ventura y pensemos –que viene como de perlas- con cuanto regusto oiríamos
hoy las letrillas, perdida en la lejanía de 171 años, cantadas por las
Bernegalas y María Muñiz, acompañadas por “Aguadelgada”.
Hace pocos años, murió “Mazantini”, cuya
escuela de danzas desfleca, honrosamente, la Sección Femenina, como último
baluarte popular manchego y ciudarrealeño. “Mazantini” también era cantador
castizo, pero ni él, ni los de su generación dejaron sucesores.
Aún recordamos, diluidas en la lejanía,
aquellas Pandorgas de la época de “Mazantini”; Paco Argumosa, el ciego;
Atanasio… Se las quiso resucitar hace un par de años y tuvieron la fortuna, sus
organizadores, de ofrecerla con un atuendo pulido y acorde en los tiempos
presentes. Gozamos el bello espectáculo de los bailes manchegos en noche de
calor y estrellas; junto a las tapias de la casa de la Señora, y alguno de
ellos –aquel de la danza ante el Sacramento- bien pudiera convertirse, el
quince de agosto de cada año, en homenaje castizo, campesino y señorial, de la
ciudad a su Patrona cuando llega al ayuntamiento. A buen seguro lo recibiría risueña
y eso que perdió la sonrisa ¡al desaparecer su anterior simulacro!
La extremeña y chiquita Virgen de la
Montaña, a la entrada triunfal, anual, a su villa de Cáceres, recibe, como
ofrenda de las “campuzas”, el ritmo solemne de sus bailes regionales. ¿Por qué
nuestra Morena, garrida, no ha de recibir el beso de nuestras mozas, galanas,
engarzado en vistosas volutas de sayas, pañolillos y reverencias?
Ciudadrealeña
vestida de manchega en 1917
Piense, señor regidor mayor, si no sería
eso una bellísima ratificación –gracioso sello renovado cada Feria- del
nombramiento de Alcaldesa perpetua que está esperando la Patrona de la capital
de la provincia, e incluso, de la Región, que nos ha sido concedida ¡y por algo
será!
A ese resurgir de la Pandorga, eclipsado
el pasado agosto, le falló algo, ya lo hemos apuntado: ¡no hubo cantadores! Por
falta de voces varoniles, a punto estuvo de derivar en andaluzada a no ser
porque el edil Núñez de Arenas lo frenó con acierto, oportunidad y entereza,
imponiendo el genuino tono manchego.
Es que, ahora, se canta menos “lo
antiguo” en nuestra tierra y, por ello, van camino de perderse esos aires de
seguidillas, pandorgueras, fandangos, rondas, mayas, aradas,… que encanto sin
par daban a nuestras fiestas y, en lo dilatado de la llamada, olían a mejorana
y lentisco, y a juncia mojada, y a polvillo de era, y a polvo de besana, cuando
las desgranan la lavandera o el gañan o el cabrero “con música de fondo” de
chirriar de galera, de campanilleo de yunta, de kikiriqui de gallo en el
bardal, de estridular de grillos, de chillar de cigarras, de borboteo de agua
en la boca del cántaro a la cadera, y las escribían con letras de nieve las
gotas de jalbiego y las flores de la jara, y cuando el segador descolgaba su
rendido cuerpo y limpiaba con su mano, costrosa, el rudo sudor de su frente, el
eco esparcía, a los cuatro vientos, la gentil tonada que, erguido, viril, en su
leve descanso, dejaba salir del pecho
calcinado de soles, de lejanías y amores mozos, para clavarla en el cielo, azul
de plomo, sin una nube, sin un amparo de sombra.
Marcos
Redondo
Por eso, para que no se pierda, estamos
obligados a guardar nuestro cancionero, como oro en paño, para lucirlo en la romería,
en la feria, en la boda, como la capa parda y la blonda almagreña que de
herencia nos dejaron bien acomodadas en la muy trabada arca de tradiciones, con
herrajes mohosos bien forjados, recios.
Digan lo que quieran la fe de bautismo y
la casualidad, Marcos Redondo es de la Mancha. Porque nuestro cielo le ha
curtido y hecho; porque siente hondo nuestra tierra, porque aquí está esa
Señora que tanto quiere y con tanta ternura veía y oía, sus pillerías y cantos
de seise y toma sus besos, del barítono insigne, antes de salir a escena… Y a
mí se me ocurrió que nadie con más cariño y justeza que Marcos, con el buril,
potente, seguro, limpio, sin igual, de su voz, podía ser el interprete, el
cincelador, que perpetuase nuestro cancionero –recogido pacientemente por don
Salomón, Echevarría…- con toda filigrana de integridad rural y castiza, cual
orfebre de ese singular material, nuevo, de hilillos magnetofónicos y discos
microsurco.
Así se lo dije, a poco, cuando, por
voto, devoción o ambas cosas a la vez, cruzó España, llegó a Cádiz y cantó al
Nazareno de los Afligidos y a su Madre de Desconsuelos. A mi sugerencia dio un “Si”
franco, ¡manchego!, y al señor Alcalde Mayor le entrego ese “si”, para que lo
convierta, con la cooperación de todos, si la precisa, en la realidad
necesaria, fiel, correcta y obligada, celosa. Pues tenemos que legar, sin merma
y pulido, a los que nos sucedan, nuestro cancionero. No tenemos disculpa y si
obligación irrenunciable. En tiempos de las Bernegalas, la transferencia había
de hacerse a viva voz, con el peligro de pérdida o adulteraciones al pasar de
generación a generación, pero, como medios tenemos hoy para no desbaratar, ni
perder, lo que nos queda de ese nervio de la raza que son los aires populares,
Dios, La Mancha y Ciudad Real, nos pedirán cuentas. Estemos seguros.
En el cofre viejo, donde yacen la
gargantilla y la venera de aljófar, y los pendientes de dos chorros, y la
maciza cadena, con dije, del gordo reloj, entre las joyas antañosas, hagamos
sitio para la moderna alhaja de una discoteca, diestra, con el flor regio
escogido de nuestro cancionero, grabado por nuestro Marcos.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, jueves 24 de abril de 1958, página 3
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