lunes, 20 de diciembre de 2021

UN REY EN CIUDAD REAL (IX Y ÚLTIMO)

 

Vista aérea de Alarcos en los años noventa del pasado siglo



Majestad: Estamos en la parte más alta de la villa de Alarcos en el antiguo Castillo, en la fortaleza, que la defendía, que como veis forma un rectángulo su plano, con sus cuatro torres en sus esquinas y otras tantas en sus intermedios.

Una de estas torres es en la que estamos, se llama la “Mazmorra”, que tenía comunicación con el Guadiana, por profundo subterráneo, para la toma de agua, aunque cerca estaba el aljibe, y poder en caso de asedio huir hacia el campo.

-Como la noche es tan serena, y la luna, como gigantesca lámpara, ilumina todo el espacio veamos donde se dio la famosa batalla el 18 de julio de 1195, dijo el rey.

Al tener noticias Alfonso VIII de que el emperador de Marruecos, había cruzado el Estrecho y desembarcado en España, no esperando el auxilio de los otros reyes cristianos que se lo tenían prometido, salido de Toledo, pasando por Guadalerzas, Malagón y Calatrava, poniéndose sobre Alarcos en la fecha citada colocando su pequeño Ejército solo de castellanos, en condiciones de pelear y dar la batalla en estos sitios que contemplamos le digo al rey.

La espalda de sus tropas, eran las murallas de la ciudad; su flanco derecho lo defendía el río y su izquierda el cerro Negro del Arzollar o del Despeñadero, que de estos distintos nombres se le llama en la actualidad, quedando libre de ser envuelto Ejercito cristiano, con arreglo a la estrategia más elemental, pudiendo únicamente ser atacado de frente.

 



Y así fue ciertamente el combate dijo el rey, porque los nuestros acometieron a la vanguardia moruna, con tal ímpetu que la hicieron retroceder y la derrotaron, pero otra avalancha de mahometanos, que formaban el segundo Cuerpo del Ejército, rodearon a las tropas del primero y en rudo golpe, se vieron rodeados por todas partes y cuentan las crónicas árabes, que los lanceaban a su placer, tal era el número de los infieles.

En este trance, con gran sorpresa de todos, las menadas que mandaba don Diego López de Haro y las de sus yernos, abandonan traidoramente el campo y se refugian en Alarcos.

Se explica este hecho por resentimientos que tenía al rey, dejando en el mayor abandono a sus hermanos, que morían por su fe, por su patria y por su rey.

Alfonso VIII al ver perdida la batalla, quiso meterse donde peleaban desesperadas sus tropas, diciendo QUE PREFERIA MORIR EN AQUEL SITIO A VOLVER A TOLEDO CON TAN GRANDE AFRENTA, pero fue detenido por lo que rodeaban, tomando entonces en su huida camino de Villadiego, a todo correr del caballo.

El emperador y su formidable Ejército siguió al fugitivo hasta Yébenes, no alcanzándole, porque recibió la noticia de que su hijo y heredero había muerto casi repentinamente en África, dando orden de volver otra vez a Marruecos. Como así lo hizo. Tal fue la célebre batalla de Alarcos.

 

Emilio Bernabeu, diario “Lanza”, lunes 5 de febrero de 1954



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