domingo, 19 de diciembre de 2021

UN REY EN CIUDAD REAL (VIII)

 

Grabado de Alarcos en Recuerdos y Bellezas de España (1833-1850)



Dejamos Malagón de agridulces recuerdos, por la mezcla del dolor por no ver ya el altísimo y renombrado castillo y la grata emoción de contemplar la hermosa escultura que representa a Santa Teresa de Jesús, mística Doctora.

En dirección hacia Alarcos, llevando a la derecha el Guadiana, con la señorial casa de Santa María, la antigua Tarba, Molino de Sancho Rey, los Corrales de Cabeza del Palo, que es un vértice de la triangulación protésica del Instituto Geográfico-catastral, volcán extinguido de la edad terciaria, según los geólogos, con sus grandes coladas que forman los ricos neopisales en sus alrededores, tierras de pan llevar, y más adelante el Cerro del Hierro, dejando a Benavente y Galiana con su conservada torre moruna; y por la izquierda del río, Alcolea, con los restos de un castillo medioeval, sierras volcánicas de las Medias Lunas, paramos cerca de Villa Diego.

Desde este sitio contemplamos a nuestro placer donde estuvo Alarcos, sus murallas algunas en pie todavía, contando hasta treinta torres o bastiones derruidos y en lo mas alto del cerro, los restos de la primitiva fortaleza llamada Mazmorra, ya su fin real el Santuario de la Virgen.

En el recinto de este círculo de murallas, ¿qué queda de la antiquísima ciudad? ruinas de edificaciones, escombros por todas partes, algunas cuevas medio cegadas por las tierras, habitaciones hundidas, trozos de cerámica de diversas épocas, etc. etc.

El rey me dijo entonces: si borramos el fatídico día 21 de julio de 1195, esta villa con su castillo, hubiera pasado sin mencionarse siquiera en las páginas de la Historia, pero la tremenda derrota que aquí en sus cercanías, entre el río y Poblete, y en el espacio que abarca nuestra vista desde la altura en que nos encontramos, ha conseguido este sitio triste inmortalidad.

 



Contesté al rey: Señor los historiadores no dejan bien parado a vuestro egregio abuelo, don Alfonso VIII, apellidado después el de las Navas de Tolosa, por el triunfo que alcanzó sobre los moros en esos lugares de Despeñaperros, tildándole de impulsivo, ligero, presuntuoso, precipitado y no sé cuántas cosas más, por atreverse aquí precisamente en Alarcos, a atacar el formidable ejército árabe, veinte veces mayor que el suyo.

Es verdad que el reto que envío al emperador de Marruecos, desafiándole así al parecer lo demuestra, pero más que jactancia, era valentía por su brillante excursión a las playas casi africanas, siempre vencedor de la morisma, en los mil combates que con ella tuvo y claro está estos triunfos le pudo envalentonar.

De todos modos, debió esperar a los ejércitos de los otros reinos en que estaba dividida España, pues al pedirles auxilio estos reyes se lo prometieron, por eso, Majestad, se le juzga por nuestros escritores, tal vez injustamente de irreflexivo y temerario.

-Si no viene mi abuelo tan precipitadamente desde Toledo, tal vez se hubiera evitado la tremenda derrota, que sufrió en la ciudad que ahora estamos contemplando y en las cercanías que vemos, pero muchas veces nos equivocamos en los juicios y planes propuestos, dijo el rey con dejo de tristeza y amargura.

Hablaremos de la célebre batalla de Alarcos, contesté.

 

Emilio Bernabeu, diario “Lanza”, lunes 1 de febrero de 1954



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