Vista
de Ciudad Real con sus antiguas murallas. La fotografía es del siglo XIX de
Jean Laurent
Viajero, lo has visto en tu camino hasta
llegar aquí. En esta llanura seca, la tierra, el sol y los hielos, se hacen
pan, vino, aceite, que no muy a la zaga van quienes más y mejores lo producen
en nuestra Patria. Pero a nadie contamos, y cantamos el milagro de nuestros
terrones franciscanos. Otros, con más menguado prodigio, muchos ensalzan lo
suyo a grandes voces, para que se oiga, y menos mal sí la recía, honrada,
masedumbre de nuestro buen tono no les sirve para motejarnos, cabalgar sobre
ella su soberbia, más o menos rellena o vacía.
Viajero, tú has visto, en tu camino de
llegada, el cortezón de nuestro terruño, polvoriento y seco y con no pocas
asperezas, pero por regalo de Dios, bajo él corre, prodiga la sangre clara y
fresca del agua. Y si nos la agenciamos para abrir pozos y sacarla, aunque sea
a cubos o a canjilones, hacemos vergeles.
Cuentan que esa agua que sacamos tuvo
antes, con el sol, coloquios y amoríos, de colorines y destellos, allá en un
paraje conocido por Ruidera. Se sumergió, luego, y, en lo hondo, aguardó la resucitásemos,
en pozos, para devolver sus caricias al sol, en verdor de huertas y panizales.
Aquí llueve muy poco. Un pozo es un
tesoro, tan grande y valioso, que es capaz de componer pueblos. En remotas
épocas, abrieron uno en las encrucijadas de las vías romanas, y tan abundoso
era que, con el tiempo, a su vera se afincaron cobreros y colmeneros
cristianos. Vinieron al paraje y lo llamaron Llano de las Bellotas: Balalita
(donde estaba enclavado el pozo) y sufrió los horrores de los vaivenes de la
reconquista hasta que, definitivamente, al comenzar el siglo XIII, lo hizo suyo
la cruz en su camino hacia el triunfo de las Navas de Tolosa.
Salteadores y mala
gente, ladrona y criminal, dieron en merodear por lo recién liberado de la
morisma. Pues, a pesar de ello, los ballesteros y colmeneros cristianos, con
los moros y judíos que se iban llegando al pozo (de donde eran vecinos el
rico-home de Castilla, Don Gil, y sus hijos Miguel Turro y Ballesteros), y tan
bien poblado y capaz quedó que puso cómodo hospedaje, durante cuarenta y cinco
días, a la reina Doña Berenguela y a su hijo el rey Fernando el Santo, con sus
acompañamientos, cuando “era ella llegada con deseo de velle y comunicalle
algunas puridades…”. Fue entonces, en 1245, cuando el rico-home Don Gil, el del
pozuelo, logró amparo del rey para la hermandad de ballesteros, que con sus
hijos y otros vecinos, en tres cuadrillas tenían forma para exterminio de los
salteadores o golfines que infestaban los montes, cometían crímenes, desolaban
la comarca, tenían su raíz en los montes de Guadalupe y eran capitaneados por
Carchenilla. La una cuadrilla, la de Don Gil, establecida estaba en Pozuelo; y
en Ventas de Peña Aguilera y Talavera, respectivamente, las de sus hijos Miguel
Turro y Ballesteros. La Hermandad de Cuadrilleros, dura y hasta cruel, por sus
procedimientos y por su función benemérita, al correr de los tiempos logró
ordenamiento y alcanzó privilegios, como premio a su función, llegando a
llamarse Santa Real y Vieja Hermandad hasta que fue disuelta a cabo de siete
siglos de creada.
Sello
de la carta puebla ciudadrealeña
Casi a la vez, para conformar a los reos
que ajusticiaba la Santa Hermandad, colgándolos de los árboles y asaeteándolos
para ejemplaridad de las gentes, y para sepultarlos y hacer bien por sus almas,
creó Valdivieso, coetáneo de Don Gil, la cofradía de la Caridad. Aún se
recuerdan con miedo las célebres horcas de Peralvillo cerca del Guadiana, con
su fosa, al pie de una cruz de hierro, colmada de huesos de ajusticiados
recogidos por los cofrades de la Caridad.
Corría el reinado de Alfonso X.
Maltrecha y doliente, no había medio de repoblar Alarcos para volverla a su
antiguo esplendor y grandeza.
Por otro lado, alejadas las fronteras
con la morisma, la manchega Orden de Calatrava perdió ímpetu de reconquista;
adquirió riquezas, a expensas de territorios anexionados, y los Maestres y
freires relajaron sus costumbres y aumentaron su poderío hasta hacerse rivales
de los reyes. Para remediar estos males, el sabio Alfonso decidió fundar una “grand
e bona villa real”, que, a la vez sucesora de Alarcos, se convirtiese en dique
de los calatravos. Por ser lugar sano y apacible, bien enclavado y avanzado en
los dominios de la orden: de reconocida fidelidad a la realeza, demostrada en
repetidas ocasiones; tener holgura, puesta de manifiesto al hospedar,
cumplidamente, a reyes como Don Fernando y Doña Berenguela en sus famosas
vistas; por ser apreciable núcleo urbano, compuesto de cristianos leales y
nutridos grupos de artesanos moriscos y de judíos ricos, a los que la
liberalidad real era tan acomodada… Por todo esto, el político y sabio rey
eligió Pozuelo (no tan chico y mezquino como la leyenda cuenta) para su
fundación y, además, para repoblarlo y engrandecerlo diole, con largueza,
fueros, derechos y privilegios. Posiblemente en 1255, al fundar su villa, desde
el alto torreón de la mezquita de Pozuelo (hoy iglesia de Santiago) Don Alfonso
señalara lindes territoriales y marcara bien amurallado contorno a su caserío.
La villa se mantuvo siempre noble y fiel
a su mandato y a la realeza, y así, cuando Don Juan II, en 1420, cercado y
apretado estaba en el Castillo de Montalbán, los ballesteros de la Hermandad de
la Villa Real, presto acudieron en su auxilio, y como recompensa de ello y a
petición de los propios realengos, elevado les fue la villa a ciudad. Desde
entonces el mote de “Muy noble y muy leal Ciudad Real” adorna su escudo
heráldico en el que representado está Alfonso X, el fundador, con los atributos
reales y sentado bajo arco almenado, en cerrado recinto fuertemente amurallado.
La ciudad, orgullosa, muestra de continuo sus blasones, y no los cede, ni a
otros se acomoda; y como cabeza de la provincia, a la que da nombre, repugna,
dolida y ofendida, cualquier representación heráldica provincial que se adopte
si vienen desvirtuadas sus armas, tan en buena lid ganadas y mantenidas, en el
honrado pasado, y conservadas, en su honesto presente.
En la historia de Ciudad Real, durante
el reinado de Isabel y Fernando, dos hechos revisten capital importancia. El
primero, el establecimiento, en Barrionuevo, del Tribunal de la Inquisición,
creado para mantener la unidad política y religiosa. Tras corta actuación aquí,
pasó a Toledo.
Tapa
de alcantarilla de la Plaza del Pilar, que hace alusión al Pozuelo Seco y la
fundación de Villa Real
El otro hecho fue la creación de la Real
Chancillería, en el edificio situado al otro extremo del Prado, frente a Santa
María, para acercar, al centro de la nación, el Tribunal que la reconquista
total de Andalucía necesitaba. También nos fue arrebatado, para alejarlo a
Granada. Y hasta el documento fundacional, firmado por Isabel, ha desaparecido
de nuestro archivo.
Odio, periódicas persecuciones y
matanzas de judíos, ensangrientan las páginas completas de nuestra historia.
Entristecen leer otras porque nos relatan el empobrecimiento que la expulsión
de los moriscos trajo a toda España y fue miseria y penuria extrema para Ciudad
Real. Pues en auténtica llegada de descampado quedó su recinto, al convertirse
en eriales la riqueza de los profesos huertos abandonados por los moriscos en
su populoso barrio.
El establecimiento, en nuestra ciudad,
de la Real Tesorería y Contaduría, en el siglo XVII dio respiro de bonanza a
los realengos, pues al hacer a su ciudad Cabeza de Partido de hecho, se
convirtió en capital de la Mancha. Pero en 1750, arrebatáronle este privilegio,
que pasó a Almagro. La población quedó tan mermada que sólo se contaban 800
vecinos, según relatan, hasta que en 1761 le devolvieron la capitalidad, que
consolidada quedó, posteriormente, con demarcación administrativa propia, como
provincia de Ciudad Real.
Don Baldomero Espartero, ilustre
manchego, nacido en Granátula, que llegó a ser Príncipe de la Paz, creó en 1848,
en Ciudad Real, el famoso instituto.
Al crearse, en 1879, en nuestra
provincia, el Obispado Priorato de las Cuatro Órdenes Militares, la parroquia
de Santa María del Prado se erigió en su sede catedralicia y fue su primer
Obispo-Prior Don Victoriano Guisasola, muerto siendo Arzobispo de Compostela.
Te diré, como final, viajero amigo, que
equivocada, pobre o rica, guapa o fea, trabajadora, dolorosa…, quiero a mi
ciudad y ¡nadie me la toque!, que, sea quien sea, no he de consentirlo.
Pues, sobre todo, es buena, y es mía, y
muy señorona, y a nadie llama y a todos abraza, aunque en malsanos Judas se le
vuelvan luego. Si en el trance de piropearla me ponen, buscando y rebuscando,
no encontraría otro piropo más grande, más bello, más varonil que decirle:
¡madre! Y darle un beso en la boca.
Julián
Alonso Rodríguez (Diario Lanza, jueves 29 de enero de 1998)
Monumento
homenaje al “Pozo de Don Gil” en el centro de nuestra ciudad
Estimado Emilio,
ResponderEliminarme parecen interesantísimos todos sus artículos y me leo hasta la última coma, denos algún día de tregua que no me da tiempo a leer todos los días el blog..