sábado, 15 de agosto de 2015

LA VIRGEN DEL PRADO, PATRONA DE CIUDAD-REAL



Si Zaragoza venera con entusiasmo rayano en locura a la Virgen del Pilar; si los murcianos sienten predilección especialísima hacia su Virgen de la Fuensanta. Si cada región, cada ciudad y cada pueblo de España, concentra su más caras devociones en una advocación especial de la madre de Cristo, Ciudad-Real, como ciudad españolísima no podía desmerecer al lado de ninguna otra.

Ciudad Real tiene su patrona, a la que en este día consagra sus afecciones, sin que ninguno de sus hijos quede sin enviarle una oración y una plegaria. El escepticismo religioso, si es que existe entre los ciudarrealeños, no llega hasta el extremo de hacerles olvidar a su Virgen del Prado, a cuyo nombre van unidos los timbres más gloriosos de la historia de esta nobilísima capital.

No hace, empero, más que corresponder a la predilección que desde antiguo mostró hacia ellos Nuestra Señora del Prado.

Así como la Virgen del Pilar manifestó al Apóstol  de las Españas su deseo expreso de recibir culto en la insigne Cesareaugusta, así Nuestra Señora del Prado, demostró con hechos bien palpables su voluntad de recibir en el centro de esta hidalga tierra, el homenaje del amor y veneración de todos los manchegos.

Gótica en su origen, la venerada imagen, orgullo de esta ciudad y ornamento insigne de las Ordenes Militares, recibió, según la tradición, su primer culto en la hidalga tierra aragonesa.

En la invasión de los árabes fue ocultada por los cristianos que hundían a las abruptas montañas del Norte para escudarse en ellas de los ataques de aquellos bravos hijos del desierto, siendo encontrada milagrosamente en la época en que Alfonso el batallador había derrotado a la morisma en cien batallas y devuelto a la cristiandad gran parte del Reino de Aragón, en la época en que Sancho el Mayor dominaba con férrea mano la mayor parte del territorio conquistado a los moros en los primeros siglos de la gloriosa epopeya de la reconquista.

La gloriosa imagen pasa a poder del rey Fernando de Castilla, que la hizo llevar a la famosa ciudad de Burgos, capital entonces del reino Castellano.

Llevada por Alfonso VI a las batallas como protectora de sus huestes, logra dar un paso gigantesco hacia la reconquista del suelo hispano, con el sitio y rendición de la antigua capital del imperio de los godos, la incomparable Toledo, que después de 373 años de dominación musulmana volvió a poder de los cristianos el día 25 de Mayo de 1088, el día de San Urbano, cuya fiesta celebra todavía nuestra capital en memoria de aquel fausto suceso.

A la Virgen del Prado, pues, debe la Historia de España una de sus más gloriosas páginas, la reconquista de Toledo que había llenado al mundo con su nombre en la época más gloriosa del imperio godo, y había de llenarlo cuando el emperador Carlos V la hiciera después capital del imperio más vasto que ha conocido la humanidad.

A partir de aquel momento, cual si los designios de la providencia respecto a la intervención de la Santa imagen en la marcha de la reconquista hubiesen sido satisfechos con el colosal acontecimiento que hemos citado, cambia su historia guerrera por la tranquila y apacible , dentro de los muros de su querida ciudad.

Milagrosamente hallada por unos labriegos en ocasión de haberse extraviado el ejército del Rey en el sitio que hoy se denomina el Prado y del que tomó el nombre con que hoy se la conoce, recibió el culto fervoroso de los sencillos habitantes del antiguo Pozo Seco de D. Gil, que después se llamó Villarreal, por concesión de aquel Rey extraordinario que se llamo Alfonso X, verdadero fundador  de nuestro pueblo que siempre mostró hacia éste especial cariño.

Sus habitantes construyeron en honor de la Santa imagen que ya era su Patrona, un hermoso templo, para cuya erección contribuyó espléndidamente el Rey Sabio.

Pero andando los tiempos, la ciudad aumenta en población, los reyes la honran con privilegios y últimamente Juan II corona la obra del hijo de San Fernando, dando a nuestro pueblo el nombre de Ciudad Real.

No olvidó Ciudad Real, que a la sombra del templo del prado había crecido y se había engrandecido;  no fue ingrato a su Patrona y en las postrimerías de la edad media le erigió el grandioso templo en que hoy se venera y que si bien algunos podrán tacharle de pobre en comparación de otros templos españoles, atendido su objeto que no es el de ser una Catedral, cuya dignidad hoy ostenta, y sí solo un santuario como agradó a la Madre de Dios, es indudable que en este sentido compite con los mejores  de la Nación.

Este es a grandes rasgos el historial de cuanto nuestros padres hicieron, llevados de su devoción, y de cuanto nuestra Patrona hizo por ellos y por España entera.

Nosotros, hijos de aquellos hombres de temple de alma, como de elevadas ideas y grandes hechos, rendimos hoy homenaje sincero a Nuestra Santa Madre y confortamos nuestro ánimo, llenándolo de grata esperanza, elevando bajo la majestuosa nave de su templo, una oración hasta su trono, prometiéndole eterna veneración como dignos hijos de aquellos que tanto la veneraron y tan alto pusieron su nombre y el de Ciudad Real.

Y en un rato de entusiasmo producido al contemplar la sagrada imagen, se escapa de nuestro pecho un grito que contestarán todos los buenos manchegos. ¡Viva la Virgen del Prado!

Justo S. Escribano (hijo) Diario el “Labriego”, 15 de agosto de 1915.



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