Si Zaragoza venera con entusiasmo rayano
en locura a la Virgen del Pilar; si los murcianos sienten predilección
especialísima hacia su Virgen de la Fuensanta. Si cada región, cada ciudad y
cada pueblo de España, concentra su más caras devociones en una advocación
especial de la madre de Cristo, Ciudad-Real, como ciudad españolísima no podía
desmerecer al lado de ninguna otra.
Ciudad Real tiene su patrona, a la que
en este día consagra sus afecciones, sin que ninguno de sus hijos quede sin
enviarle una oración y una plegaria. El escepticismo religioso, si es que existe
entre los ciudarrealeños, no llega hasta el extremo de hacerles olvidar a su
Virgen del Prado, a cuyo nombre van unidos los timbres más gloriosos de la
historia de esta nobilísima capital.
No hace, empero, más que corresponder a
la predilección que desde antiguo mostró hacia ellos Nuestra Señora del Prado.
Así como la Virgen del Pilar manifestó
al Apóstol de las Españas su deseo
expreso de recibir culto en la insigne Cesareaugusta, así Nuestra Señora del
Prado, demostró con hechos bien palpables su voluntad de recibir en el centro
de esta hidalga tierra, el homenaje del amor y veneración de todos los
manchegos.
Gótica en su origen, la venerada imagen,
orgullo de esta ciudad y ornamento insigne de las Ordenes Militares, recibió,
según la tradición, su primer culto en la hidalga tierra aragonesa.
En la invasión de los árabes fue
ocultada por los cristianos que hundían a las abruptas montañas del Norte para
escudarse en ellas de los ataques de aquellos bravos hijos del desierto, siendo
encontrada milagrosamente en la época en que Alfonso el batallador había
derrotado a la morisma en cien batallas y devuelto a la cristiandad gran parte
del Reino de Aragón, en la época en que Sancho el Mayor dominaba con férrea
mano la mayor parte del territorio conquistado a los moros en los primeros
siglos de la gloriosa epopeya de la reconquista.
La gloriosa imagen pasa a poder del rey
Fernando de Castilla, que la hizo llevar a la famosa ciudad de Burgos, capital
entonces del reino Castellano.
Llevada por Alfonso VI a las batallas
como protectora de sus huestes, logra dar un paso gigantesco hacia la
reconquista del suelo hispano, con el sitio y rendición de la antigua capital
del imperio de los godos, la incomparable Toledo, que después de 373 años de
dominación musulmana volvió a poder de los cristianos el día 25 de Mayo de
1088, el día de San Urbano, cuya fiesta celebra todavía nuestra capital en
memoria de aquel fausto suceso.
A la Virgen del Prado, pues, debe la
Historia de España una de sus más gloriosas páginas, la reconquista de Toledo
que había llenado al mundo con su nombre en la época más gloriosa del imperio
godo, y había de llenarlo cuando el emperador Carlos V la hiciera después
capital del imperio más vasto que ha conocido la humanidad.
A partir de aquel momento, cual si los
designios de la providencia respecto a la intervención de la Santa imagen en la
marcha de la reconquista hubiesen sido satisfechos con el colosal
acontecimiento que hemos citado, cambia su historia guerrera por la tranquila y
apacible , dentro de los muros de su querida ciudad.
Milagrosamente hallada por unos
labriegos en ocasión de haberse extraviado el ejército del Rey en el sitio que
hoy se denomina el Prado y del que tomó el nombre con que hoy se la conoce,
recibió el culto fervoroso de los sencillos habitantes del antiguo Pozo Seco de
D. Gil, que después se llamó Villarreal, por concesión de aquel Rey
extraordinario que se llamo Alfonso X, verdadero fundador de nuestro pueblo que siempre mostró hacia
éste especial cariño.
Sus habitantes construyeron en honor de
la Santa imagen que ya era su Patrona, un hermoso templo, para cuya erección
contribuyó espléndidamente el Rey Sabio.
Pero andando los tiempos, la ciudad
aumenta en población, los reyes la honran con privilegios y últimamente Juan II
corona la obra del hijo de San Fernando, dando a nuestro pueblo el nombre de
Ciudad Real.
No olvidó Ciudad Real, que a la sombra
del templo del prado había crecido y se había engrandecido; no fue ingrato a su Patrona y en las postrimerías
de la edad media le erigió el grandioso templo en que hoy se venera y que si
bien algunos podrán tacharle de pobre en comparación de otros templos
españoles, atendido su objeto que no es el de ser una Catedral, cuya dignidad
hoy ostenta, y sí solo un santuario como agradó a la Madre de Dios, es
indudable que en este sentido compite con los mejores de la Nación.
Este es a grandes rasgos el historial de
cuanto nuestros padres hicieron, llevados de su devoción, y de cuanto nuestra
Patrona hizo por ellos y por España entera.
Nosotros, hijos de aquellos hombres de
temple de alma, como de elevadas ideas y grandes hechos, rendimos hoy homenaje
sincero a Nuestra Santa Madre y confortamos nuestro ánimo, llenándolo de grata
esperanza, elevando bajo la majestuosa nave de su templo, una oración hasta su
trono, prometiéndole eterna veneración como dignos hijos de aquellos que tanto
la veneraron y tan alto pusieron su nombre y el de Ciudad Real.
Y en un rato de entusiasmo producido al
contemplar la sagrada imagen, se escapa de nuestro pecho un grito que contestarán
todos los buenos manchegos. ¡Viva la Virgen del Prado!
Justo
S. Escribano (hijo) Diario el “Labriego”, 15 de agosto de 1915.
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