jueves, 5 de junio de 2025

EL VÉSPERO EN ALARCOS

 



En la suave luz del atardecer el paisaje está impregnado de una placidez y una serenidad tan augusta, que llegan a otro ánimo, como una caricia aquietándolo en una calma sedante.

El Sol en su ocaso tiñe de oro las cesterías de los cerros, que parecen de cobalto y el cielo tornándose violeta es de una transparencia en la altura, que ni una mancha enturbia su diafanidad.

No se oye ningún ruido. Es en ese instante magno de sublime quietud en que impera el silencio. Una tranquilidad tan inefable hay por doquier que bajo ella sentimos la necesidad de evocar los versos maravillosos y bellos del maestro de la dramaturgia, en “Los intereses creados” “Alma del silencio que yo reverencio”.

El histórico santuario de Alarcos, en la cima del cerro, dibuja su vieja silueta y evoca esas legendarias construcciones en cuyas entrañas guardan un tesoro de poesía.

No parece, sino que allí, mirando sus muros, sentís la suprema necesidad de adivinar algún trazo del pasado para admirarlo, para contarlo, para rendirle culto.

En el hermoso rosetón románico pone brillos áureos el sol poniente y unas golondrinas, que anidaron en uno de los huecos, cantan en melódicas piadas una canción a la belleza del paisaje que es una canción de amor y de vida.

Las sombras del crepúsculo van llegando suavemente, calladamente; se oculta el sol entre arreboles, van apagándose todos los ruidos: buscan sus nidos los pajarillos; van hacia el redil los ganados; los trabajadores caminan hacia su hogar, canturreando alegres, luego de la fatigosa jornada y el campo parece adormirse en la oscuridad y en el silencio.

Ni la más leve brisa se nota y el paisaje adquiere entonces toda su majestuosidad...Los sembrados ofrecen en sus verdores matices variadísimos; los árboles ponen, de trecho en trecho, una nota simpática; los caminos resaltan en un intrincado laberinto, recta se pierde en el confín una carretera, por la que no camina nadie y el Guadiana, desde la lejanía, viene mansamente, ofreciéndose como bruñido espejo, entre los juncales y reflejando el azul puro de la ojiva del cielo….

¡Que grandiosa serenidad la del véspero en la tarde precursora del estío! Se adentra en Nuestra alma el alma del paisaje haciéndonos sentir toda la maravilla de la Naturaleza, que se condensa en las bellas piadas de la golondrina que parecen entonar una canción de amor y de vida.

Revista Vida Manchega.  Num.489 9 de Mayo de 1922



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