Vista
de la Avenida del Rey Santo desde la Plaza del Pilar, donde podemos ver la
antigua fachada de la Residencia de los Jesuitas, hoy Salesianos
Sucede que la vida, anocheciendo
Es dulce… Ya el cansancio del camino
es un bello recuerdo… El campesino
se sienta a disfrutar… y está muriendo.
(FELIX CASANOVA)
Sucede que fui eso, campesino y
sembrador de sueños; pero muchos sueños fueron también utopías e ilusiones, que
quedaron, casi todas, agostadas en el surco.
Y con esa ilusión, veía mi ciudad,
pequeña y recoleta, de calles llanas y apenas gente, como mi personal Arcadia,
síntesis de deseos y ambiciones es mi incipiente andadura.
En aquellos años, década de los veinte,
Ciudad Real, con poco más o menos de veinte mil almas, carecía de complícaciones
urbanísticas; desde la calle de Ciruela hasta la Puerta de Toledo, todo era de
una elemental construcción: casas de un piso, de dos o tres y las de cuatro se
podrían señalar con los dedos de una mano; algunas señoriales y contados
palacios.
La calle de Ciruela, adoquinada, ponía
al paso de los carros, sonoridades de aldea, en aquellas calladas tardes de
estío.
La plaza del Pilar, con la iglesia de
los Jesuitas; sermones en Cuaresma y cuyas alusiones a las penas del infierno,
ponían freno a la vehemente y alegre primavera de mis jóvenes años.
También se encontraba allí la Delegación
de Hacienda, Banco de España, un casino, conocido por el Artístico, y varios
bancos más, algo así como nuestra humilde "Wall Street".
El nombre de las calles eran sencillos, suaves
y evocadores del aire, del sol, del campo y de sus frutos: calles de Ciruela,
de la Rosa, Olivo, Paloma, Lirio, Luz, Altagracia, Jara... Sólo recordar sus
nombres te llevan el sosiego al alma... j Ay, tierra manchega que no gusta de
lo esdrújulo ... ! Y hasta un confitero llamado TársiIo le llamábamos Tarsilo,
así de sencillo, sin ese acento que tanta disparidad ponía en la delicada y
suave mercancía que él nos despachaba.
En la calle de Toledo, el Palacio de la
Diputación se situaba en señorial contraste con su recoleto entorno; casa del
pintor Ángel Andrade, iglesia de la Merced, con su párroco, don Ventura,
bondadoso y pintoresco, quien al referirse en sus sermones al apóstol Santiago,
encarnaba en su persona al propio santo, describiendo la batalla de Clavijo con
tanta fe y singular ingenio teatral, que poco, o nada quedaba de gloria a
Ordoño I, en su lucha con el moro Muza.
La
Plaza del Pilar en los años cincuenta del pasado siglo
A menudo, ayudaba a don Ventura a decir
misa y sólo por el razonable estipendio de diez céntimos, libres de impuestos,
y alguna que otra admonición, por no estar atento en la réplica, al "Orate
Frates".
Más adelante, el cuartel de Artillería,
la Puerta de Toledo, unida todavía a un trozo de muralla, rodeada de jaramagos
y líquenes silvestres solárium de lagartijas y posada nocturna de pequeños murciélagos.
A su espalda, las "Charcas del
Arrogante" fábrica natural de hielo en el invierno y servible en verano
pan enfriar las gaseosas de bola y los refrescos de zarzaparrilla.
Y a continuación, la carretera de
Toledo, bordeada de acacias nuestros tamarindos manchegos, tiritando de frío en
diciembre y heridos a pedradas en verano por los errabundos chiquillos, empeñados
en cosechar el "pan y quesillo" a cantazo limpio.
Y más allá del cerro de la Atalaya,
mondo y lirondo, sin más decoración que el depósito de agua, "gota a
gota", clínica para la arteria urbana de Ciudad Real, enfermo crónico
desde su fundación por Alfonso X el Sabio, más proclive a sus
"cantigas" que a la prospección de pozos artesianos.
Recuerdo que hace unos años, volví a mi
ciudad en época estival; el problema del agua estaba allí, como antaño, como
siempre y cuál no sería, hermanos, mi sorpresa al ver en un escaparate,
profusamente adornado, una botella de gaseosa, líquido no por más anunciado
menos vulgar sobre un cojín de terciopelo carmesí, cual si se tratara de la
espada de San Fernando o el "'Lignum Crucis" de Santo Toribio de Liébana.
Calle de Caballeros, "Campus
Universitario", con la Academia de Pérez Molina, Instituto de Segunda
Enseñanza, Palacio Episcopal Gobierno Civil, Casino de los señores, colegio de
monjas y convento de Carmelitas Descalzas al final de la calle.
Seminario Conciliar en la calle de
Alarcos, que nos lleva al Parque de Gasset. Mira por donde don Rafael, de credo
liberal, varias veces ministro dueño del Imparcial y sin pizca de realeza, nos
hizo el pantano que lleva su nombre, y que va recogiendo a trancas y barrancas
las aguas de los vecinos montes.
El Parque, con sus paseos, parterres
floridos y templete de la música donde don César Ruyra, levita azul y batuta de
ébano y plata, ofrecía los domingos a aquella sencilla concurrencia lo más
escogido de su repertorio, "Agua, azucarillo y aguardiente", "El
tambor de Granaderos" o el preludio de "La Revoltosa". Allí se
instalaba la feria: caballitos, circo, atracciones, puestos de baratijas y de
turrón de Alicante, que se iba más en "catas" a los chiquillos, que
en venta a los mayores.
En
la Puerta de Toledo se encontraba la “Charca del Arrogante”
Y así discurría la vida en aquel Ciudad
Real, tranquilo, sin más ruido que el vendedor ambulante en el verano o el del
grillo en el balcón encerrado en su prisión de alambre, clamando por su
libertad perdida.
Ahora todo es distinto en esta antigua
Villarreal y Ciudad Real de Juan II. El asfalto ha sustituido a las piedras y
al adoquín; pequeñas casas han sido reemplazadas por otras de mejor porte, el
barro y el adobe han dejado paso al hierro y al cemento; se han construido
hermosas barriadasen lo que antes fuera erial o inútil barbecho; las torres
vencieron a los enanos inmuebles y todo ello, dotado con los complementos más
modernos en sus instalaciones sanitarias y de todo orden.
Abundan los edificios, públicos que son
de una aceptable dignidad.
No hace mucho, vi un centro sanitario de
la Seguridad Social que nada tiene que envidiar a cualquiera de los más
relevantes de Madrid a no ser en sus proporciones. Todo ha cambiado, Ciudad
Real es hoy una capital de provincia que se ha esforzado en arrancar de su piel
todo lo viejo, sin renunciar a sus tradiciones.
Pero si yo tuviera que sintetizar este
cambio, me remitiría al Ayuntamiento, este nuevo y nórdico consistorio, preciso
adorno, para una plaza porticada, donde, a buen seguro, desafinarían
ostensiblemente aquellas antiguas cucañas y las carreras de sacos.
En los pasados días de invierno, cuando
la nieve hizo su presencia en la capital, me habría hecho feliz situarme frente
a este hermoso edificio cerrar los ojos y con imaginación y fantasía, haberme
transportado a Amberes, Lieja, a la plaza alemana de Tübingen o a Holanda, ver
los mástiles de algún barco cercano y las blancas gaviotas, empeñadas en
disputar el soleado nido, a la valdepeñera cigüeña de Rosa León.
Juan
Díaz, Diario “Lanza” Extra de Verano, 14-8-2019
El Kiosco
de Música del Parque de Gasset se encontraba junto a la Fuente Talaverana