Vista del inicio de la calle Palma desde la Plaza de
San Francisco, en una fotografía de Julián Alonso de 1949
Palma. Así se llama la hoja de la palmera, árbol corpulento, de ocho a
diez y seis metros de altura, de tronco indiviso, recto, erguido, cilíndrico,
llamado “estipe”, coronado con un penacho de hojas grandes, hasta de cuatro
metros de largas, constituidas por un eje del cual salen segmentos pinnados,
estrechos, agudos. Es planta de los oasis africanos aclimatada en el E. y S. de
España durante el largo periodo de dominación de los árabes, que fueron quienes
la trajeron. Este esbelto árbol, al cabecear con el viento y ondular con
movimientos indolentes, elegantes, femeninos, es fácil evoque voluptuosidad
adormecedora del erótico paraíso mahometano.
Las diversas clases de palmeras, se cultivan como planta decorativa en
parques y paseos. En nuestra región levantina, forma grandes masas, como el
famoso palmeral de Elche donde los naturales trepan por los estirpes y atan, a
modo de cucurucho, las hojas externas del penacho final. De este modo, las
hojas que va dando la yema terminal, desprovistas de luz, no verdean y quedan
amarillas, cloróticas, y así, o trenzadas, los segmentos pirinados en bella
labor de artesanía, se exportan, en grandes cantidades a todas las regiones de
España, y a muchos países, para ser benditas, durante los Santos Oficios del
Domingo de Ramos, y repartirías como místico símbolo de la gloria de Jesús en
su triunfal entrada en Jerusalén.
También la artesanía hace esterillas, canastos y otros objetos, con
los delgados y resistentes segmentos de sus hojas.
Y sus frutos, los dátiles, son comestibles en fresco y conservados.
Para las caravanas tienen inapreciables valor.
Bueno será recordar “la palmera del cura” de Elche. Famoso ejemplar de
tallo ramificado desde cerca de su base.
La palma es cívico símbolo de Victoria y de Gloria, y, en nuestra
religión, además, de la Virginidad y del Martirio, que, si bien lo meditamos,
no son otra cosa que lucientes y heroicas facetas de la Gloria y de la
Victoria.
Otra imagen de Julián Alonso de 1949, del inicio de
la calle Palma vista desde la Plaza de San Francisco
Fundada Villarreal, por el rey Sabio, dentro de las posesiones de la Orden
de Calatrava, sus pertenencias se reducían, casi únicamente, al amurallado
recinto urbano. El efectivo mandato de la fundación real era contener y
neutralizar el creciente y orgulloso poderío de los freires, superior, incluso,
al de la corona, a la que, en ocasiones, desbordada. Tal freno despertó en
ellos, el deseo de absorber o aniquilar la fundación. Y la malquerencia se
manifestó, desde el primer instante, impidiendo cortar leña, hacer carbón;
coger esparto, pastar los ganados y establecer colmenas, a los realengos, que
replicaban con violencia. Es por lo que tres siglos de nuestra historia se
reducen a continuas luchas y represalias entre ambos bandos, que no logran
remediar las disposiciones de Alfonso XI, llevando las discordias a la ley para
resolverlas.
Cierto que hubo períodos de bonanza, como aquel que permitió a Muñiz
de Godoy cubrir de bello artesonado –aun oculto- la iglesia de Santiago, pero
destacan por su odio a la fundación real los Maestros don García López de
Padilla y, al finalizar la XV centuria, don Rodrigo Téllez de Girón. Un día,
éste. A no venir fuerzas de la corona en nuestra defensa, hubiera aniquilado el
solar realengo con la ayuda del algunos de sus moradores que, al pasarse al
lado del Maestre, combatieron a sus propios hermanos –lo que nunca había
ocurrido- con furia y encono malvado, por lo menos.
Cuentan que la dura y terrible lucha comenzó forzando las huestes
calatravas la puerta de la Mata, y culminó apoderándose del Alcázar y de buena
parte del caserío, hasta que, llegados en auxilio nuestro el conde de Cabra y
D. Rodrigo Manrique, Maestre de Santiago, pelearon sus mesnadas dentro de
murallas, en cada calle hasta vencer y expulsar al invasor y a los traidores, y
restaurar el poder real.
Ante mi tengo una crónica, bicentenaria, que relata aquella invasión
calatrava y da, y por eso la traigo acá, el origen del nombre de varias calles,
entre ellas el de la Palma. Por ingeniosa, pintoresca, aunque muy discutible,
la copió literalmente, si bien salvando la ortografía:
“Los calatravos, con
cuadruplicadas fuerzas, talaron, a la fuerza, las puertas de la Mata y entraron
en las calles. Hubo una matanza horrorosa y por esta causa formó la calle el
nombre de la Mata. El Maestre Rodrigo Téllez de Girón llegó con su lanza a las
esquinas del cuartel de Milicias, que es al principio de la calle, y dijo:
Hasta aquí yací y conquisté esta parte de terreno y población quedando
feudataria a la jurisdicción de Calatrava. Como salieron victoriosos, por la
calle donde se retiró el ejercito calatravo le quedó el nombre de la Palma, y a
la que baja, línea recta, calle de la Sangre por la mucha que corrió por ella.
Calle de la Lanza, en recuerdo de la del Maestre, que va a la puerta de la
umbría de S. Pedro. Calle de Ballesteros. Calle del Lobo porque entró el
ejercito hecho unos lobos rabiosos. Y por esta acción tomaron las calles nombre”.
Esquina de la calle General Rey con Palma en los
años cincuenta del siglo XX
Hagamos un inciso. Entonces ya existía la calle de Ballesteros. Se la
cita repetidamente, en documentos varios; su enclave en el triángulo Alcázar,
S. Pedro, San Francisco, porción populosa en la vida de la ciudad en pasadas
épocas, y al celebrarse por esos contornos las ferias, son entre otros, datos
suficientes para asegurar la antigüedad de esta calle y no poder compartir la
opinión, en este periódico expuesta, de que, hasta época reciente fueran
huertos esos parajes. Aunque Ensenada no nos de noticias de la calle o
permanezca perdidas.
La calle de la Palma, tiene una salida al comienzo de la calle de la
Mata donde, en una portada achaflanada, esculpidos en piedra, dos pajes dan
guardia al escudo, también de piedra. Embadurnados de cal, aun conservan su
belleza, y, a lo que parece, y con elogiable gusto, piensan limpiar y engarzar
esta portada en la fachada del nuevo edificio que levantan sobre el solar de la
antigua mansión. No faltan, a lo largo de la calle, otros vestigios de su
pasado prócer, aunque, en tiempos posteriores, se hicieran sucios los
antecedentes de ella.
Termina en la plaza de S. Francisco, pero antes recibía la confluencia
de “la angosta calle de S. Juan Evangelista”, que se iniciaba por San Pedro y
que no hemos podido localizar. Por esta subía, en los siglos XVII y XVIII, la
procesión del Resucitado, para recoger la imagen del Evangelista en su ermita
“sita en la calle de la Palma, en lo que luego fue molino aceitero de don
Rafael Barona” -¿sería el molino de Oliva?- “y llegar al convento de San
Francisco de donde salían la Soledad y la comunidad franciscana a recibir a
Jesús triunfante”. Con igual orden y norma volvía la procesión a la ermita y a
San Pedro una vez celebrada, en el convento, solemne función. Recordemos, como
cosa curiosa, que, al mismo tiempo, otra misa solemne se cantaba en las
Carmelitas a la llegada de procesión semejante que salía de la parroquia de
Santa María y a ella retornaba. Es un
demostrativo dato más de la pugna existente entre esas dos parroquias por
mantener la primacía, que a tantos hechos curiosos dio lugar y que vino a
concluir, en el pasado siglo, al erigir la iglesia de Santa María del Prado
como Catedral del Obispado Priorato de las Órdenes Militares.
Hasta los primeros años de la actual centuria, por la calle de la
Palma, desde la plazuela de San Francisco, venía el Nazareno del Jueves Santo.
Lástima que el carácter equívoco del vecindario de la Palma motivase la
supresión de este trozo de la carrera de las pasionarias de Semana Santa. Hoy,
prohibidas las casas de tolerancia, valdría el esfuerzo alargar el itinerario,
restaurando el antiguo, porque, en verdad, la subida de las procesiones por la
calle Dorada, el paso por la plazuela de S. Francisco y la salida a la calle de
la Mata, por la de la Palma, tenía un colorido y un sabor muy siglo XVII,
castellano que en otros trozos del recorrido también se va perdiendo.
Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza, jueves 23 de
junio de 1960, página 5
En 1960 la Cámara de la Propiedad Urbana construyó
el edificio el edificio de esquina de la calle Palma con General Rey